SPAN.firstcap { font-size:250%; font-weight:bold; color:#000000; float:left; line-height:30px; width:0.75em; }

Eduardo Galeano, la conciencia latinoamericana

Philosophicus, 19 - 04 - 2015

Por José Antonio Gutiérrez D. 

 
El sensible fallecimiento del escritor uruguayo Eduardo Galeano (3 de Septiembre 1940- 13 de Abril 2015) deja un vacío irreparable en el mundo de las letras latinoamericanas. Cuesta encontrar hoy una pluma como la suya, sencilla, mordaz, que desnudó la naturaleza íntima de esa promesa incumplida que es Latinoamérica, que convertía lo trivial en extraordinario y lo extraordinario en trivial. Una pluma, ante todo, comprometida con los de abajo, libre de dogmatismos pero sin miedo al compromiso. Su pluma acompañó a guerrilleros en la selva, a sindicalistas en su fábrica, a mineros en el socavón, a corteros en el cañaveral, a toda clase de rebeldes que buscaron ser dueños de su destino. Su pluma se indignaba pero nunca perdió sutileza. Denunciaba -cómo denunciaba- aquello que nadie, a su momento, se atrevía a denunciar. ¿Quién más de los escritores de renombre alzó la voz por Haití, cuando medio mundo, incluidos algunos "progresistas", metía su mano en la ocupación del 2004?  Su pluma fue una pluma perseguida, censurada, exiliada, por muchos de quienes hoy desde el poder le rendirán tributo hipócritamente. Y por sobre todo, fue una pluma de una genialidad inigualable. Dos de sus obras cumbres, "Las Venas Abiertas de América Latina" –una historia de nuestros pueblos desde nuestros pueblos- y "Memorias de Fuego" –tres volúmenes de anécdotas ordenadas cronológicamente que van tejiendo maravillosamente un retrato latinoamericano a la vez duro y esperanzador-, permanecen como dos de los momentos de mayor lucidez del pensamiento nuestroamericano.
Galeano representó la voz de la conciencia latinoamericana, recorriendo en su obra toda la humanidad de este continente nuestro. Galeano contó lo que los libros de historia censuraron, lo que los noticieros callaban, escribió en un lenguaje proscrito por el poder. Con él muchos aprendimos de nuestra historia, quiénes somos, de dónde venimos, nuestro lugar en el mundo. Con él, aprendimos a hablar con voz propia. A pensar con cabeza propia. A soñar cuando soñar estaba prohibido, por los generales y después por la fuerza del mercado. Los neoliberales trataron de sepultarlo en plena década perdida, en los '90, en medio del festín neoliberal y esa rapiña generalizada, mezcla de carnaval, mezcla de saqueo de los hunos. Los idiotas útiles de los especuladores financieros, sus proxenetas, Vargas Llosa y su cohorte de payasos tristes –Plinio Apuleyo y Carlos A. Montaner-, se fueron lanza en ristre en contra de las "Venas Abiertas de América Latina" escribiendo como respuesta un libro mediocre, escrito por mediocres para ser gozado por otros mediocres: el "Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano". Para la historia los únicos idiotas fueron ellos. Latinoamérica les demostraría pronto que acá la historia no para, que el mundo sigue girando sobre su eje... lloran junto a sus tías en Miami o Madrid, porque los condenados de la Tierra –a los que desprecian desde lo profundo de sus almas- les están dando una lección de dignidad. Del Manual ya no se acuerda nadie; las Venas Abiertas sigue siendo un punto de referencia insoslayable para el pensamiento latinoamericano y universal. ¿Qué más le importa a un roble si un marrano decide rascarse en él?
Cuando la izquierda latinoamericana se resquebrajaba en sus dogmas y enmohecidas certezas, Galeano resucitó la dimensión utópica para un proyecto social alternativo. Alejado de los sermones del cientificismo, nos decía que la utopía era como el horizonte, que podíamos caminar y caminar hacia él, pero que siempre se correría un poco. ¿Para qué servía entonces? Pues para avanzar. ¿Cuánto hemos avanzado? Quizás no todo lo que Galeano hubiera querido: nuestras venas siguen abiertas y su obra sigue siendo, desafortunadamente, casi tan actual que hace cuatro décadas. Sin embargo, con Galeano, nos despertó la conciencia. Y con ella, seguiremos avanzando. ¡Hasta siempre, compañero maestro!
José Antonio Gutiérrez D.