LIMA-PERÚ.Domingo 14 de marzo del 2010
LA PRIMERA PALABRA EDITORIAL DOMINICAL
DEL DIARIO LA PRIMERA.Director César Lévano.
El juego ha terminado y ha triunfado el sentido común y la indignación ciudadana contra un escandaloso indulto que cubría de vergüenza al gobierno, al que no parece haberle quedado más remedio que dar marcha atrás al anular la medida que dejaba impune a uno de los emblemas de la corrupción, que sumió al Perú en el oprobio y que no debe quedar impune.
La anulación de la gracia presidencial significa también el fracaso de los artilugios verbales de los políticos profesionales del aprismo para justificar o descalificar, según fuera conveniente o según fuera la palabra de su jefe, el escandaloso perdón, en una actitud que ha acrecentado el desprestigio de los partidos tradicionales y de su manera de hacer política, con la doble faz, la trampa, el engaño y la corrupción.
Cuando la gracia presidencial fue concedida, todos, a pie juntillas, salieron a justificarlo, en nombre de las prerrogativas del mandatario y hasta de los derechos humanos y de la generosidad de quien actuaba supuestamente por grandeza, ajeno a la venganza y los ajustes de cuentas, altruista discurso que parecía más bien una coartada o una hoja de parra moral para justificar lo injustificable.
Cuando el supuesto enfermo de gravedad indultado hizo ostentación de que todo era una farsa, que hacía una vida social intensa, sin asomo de dolencia alguna, el coro de esos políticos tradicionales se empeñaba en seguir justificando el indulto, con argumentos como el insólito de señalar que salir de la cárcel le hace bien a cualquiera y que lo que valía no eran las fotos de un saludable indultado, sino los certificados médicos, algo así como “papelito manda”.
Bastó que el presidente y líder partidario, ante la magnitud del escándalo –acrecentado por una maniobra judicial del empresario liberado, para recuperar el canal que había perdido por quiebra y que había sometido al poder de turno a cambio de millonarios sobornos– dijera que se sentía algo burlado, para que el coro cambiara la letra recitada y compartiera indignado la molestia presidencial.
Las idas y venidas ante los ojos asombrados de un país entero que exige anular el indulto y mandar a la cárcel al empresario corrupto, así como el retiro del gobierno de los responsables directos, mostraron a esos mismos políticos oscilando cual malabaristas de la razón y la palabra, entre la defensa de la irreversibilidad de la gracia presidencial –es decir de la impunidad– y los pedidos de esclarecimiento, siempre y cuando, claro, este no lleve a nada, contexto en el cual un juez ordenó la detención del falso enfermo por el cargo de presunto cohecho, como jurídicamente se denomina a la vulgar coima.
El costo político del sainete está por verse y envolverá a todos los responsables, aun a aquellos que, avalando la política general de impunidad, intentaron hacer malabares para presentarse arrogantes como demócratas y justicieros, ante un pueblo que ya no les cree y que esta vez parece haberles ganado la batalla.
La anulación de la gracia presidencial significa también el fracaso de los artilugios verbales de los políticos profesionales del aprismo para justificar o descalificar, según fuera conveniente o según fuera la palabra de su jefe, el escandaloso perdón, en una actitud que ha acrecentado el desprestigio de los partidos tradicionales y de su manera de hacer política, con la doble faz, la trampa, el engaño y la corrupción.
Cuando la gracia presidencial fue concedida, todos, a pie juntillas, salieron a justificarlo, en nombre de las prerrogativas del mandatario y hasta de los derechos humanos y de la generosidad de quien actuaba supuestamente por grandeza, ajeno a la venganza y los ajustes de cuentas, altruista discurso que parecía más bien una coartada o una hoja de parra moral para justificar lo injustificable.
Cuando el supuesto enfermo de gravedad indultado hizo ostentación de que todo era una farsa, que hacía una vida social intensa, sin asomo de dolencia alguna, el coro de esos políticos tradicionales se empeñaba en seguir justificando el indulto, con argumentos como el insólito de señalar que salir de la cárcel le hace bien a cualquiera y que lo que valía no eran las fotos de un saludable indultado, sino los certificados médicos, algo así como “papelito manda”.
Bastó que el presidente y líder partidario, ante la magnitud del escándalo –acrecentado por una maniobra judicial del empresario liberado, para recuperar el canal que había perdido por quiebra y que había sometido al poder de turno a cambio de millonarios sobornos– dijera que se sentía algo burlado, para que el coro cambiara la letra recitada y compartiera indignado la molestia presidencial.
Las idas y venidas ante los ojos asombrados de un país entero que exige anular el indulto y mandar a la cárcel al empresario corrupto, así como el retiro del gobierno de los responsables directos, mostraron a esos mismos políticos oscilando cual malabaristas de la razón y la palabra, entre la defensa de la irreversibilidad de la gracia presidencial –es decir de la impunidad– y los pedidos de esclarecimiento, siempre y cuando, claro, este no lleve a nada, contexto en el cual un juez ordenó la detención del falso enfermo por el cargo de presunto cohecho, como jurídicamente se denomina a la vulgar coima.
El costo político del sainete está por verse y envolverá a todos los responsables, aun a aquellos que, avalando la política general de impunidad, intentaron hacer malabares para presentarse arrogantes como demócratas y justicieros, ante un pueblo que ya no les cree y que esta vez parece haberles ganado la batalla.