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El shock climático


21-12-09

El eslogan "salvar la Tierra" nunca me ha parecido el más apropiado a la hora de abordar la crisis medioambiental y, en particular, el cambio climático. La Naturaleza no es una entelequia estática, un objeto separado de nosotros que podemos destruir pero también preservar en un estado ideal de armonía y equilibrio. El animal humano se desenvuelve socialmente en un sistema dinámico, impredecible, no lineal, en continua transformación: la biosfera, la esfera de la vida en la Tierra, que a su vez mantiene relaciones muy complejas con otros sistemas igualmente dinámicos y no lineales como la atmósfera o -grandes olvidados- los océanos. El incremento de la temperatura global a la que ha contribuido la actividad industrial de los últimos siglos podría no acabar, pese a todo, con la vida sobre la Tierra, pero sí transformarla de manera importante en un corto espacio de tiempo -en términos geológicos- y provocar una pérdida irreversible de biodiversidad, representando el cambio más radical desde el final de la era glacial (que posibilitó el nacimiento de la agricultura). Existe una narración apocalíptica, al estilo de '2012', que sólo ayuda a alimentar el cinismo de quienes están satisfechos con la manera en que evoluciona nuestro entorno. Pero no hace falta caer en semejantes simplificaciones para reconocer la encrucijada en la que nos encontramos.

Un problema político

El calentamiento global tiene una incidencia directa en la manera en la que cohabitamos este mundo y en el modo en el que interactuamos con otros sistemas y ecosistemas, en el modo en que participamos en el común y en la manera en que lo producimos. Su importancia sólo se entiende desde la (bio)política. Unos países y grupos sociales tienen más responsabilidad que otros en el cambio climático, y son también determinadas áreas geográficas y determinadas comunidades las que se verán más perjudicadas que otras por los efectos negativos del incremento global de las temperaturas. Y los factores antropogenéticos que influyen en el clima, especialmente la contaminación de la atmósfera con gases de efecto invernadero, se corresponden en lo fundamental con un modo de producción, fuerte consumidor de combustibles fósiles, que no es otro que el del capitalismo industrial (y, no lo olvidemos, el de su primo hermano el socialismo soviético).

Cambio climático y crisis económica no son, pues, dos temas diferentes de la agenda política mundial, sino dos aspectos del mismo problema. Lo que invita a la confusión es que ambas crisis corresponden a tiempos y escalas diversas, y son abordados desde culturas académicas que la Modernidad ha diferenciado entre ciencias y humanidades: una visión biológica y geológica domina en el primer caso, mientras que la perspectiva social se impone en el segundo. El clima y su relación con la biosfera obliga a borrar la frontera entre ambas culturas.

Así pues, si la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, cuya decimoquinta edición se celebra estos días en Copenhague (Dinamarca), es tan relevante -más allá de los resultados concretos a los que se lleguen en la última reunión- es porque tiene implicaciones políticas, ideológicas, ecológicas y económicas de primer orden, como finalmente han terminado por reconocer las elites transnacionales de Davos, tras décadas de luchas por parte de los movimientos ecologistas. Lo que está en discusión es, a corto plazo, la evolución del capitalismo postindustrial; a medio plazo, el planteamiento de un escenario postcapitalista; y a largo plazo, el futuro mismo de la especie humana.

En esta situación, podemos distinguir, simplificando, tres argumentaciones, una vez descartadas las negacionistas: por un lado están quienes, aceptando la necesidad de actuar políticamente, pretenden modificar lo menos posible el modelo neoliberal; por otro lado hay quienes promueven un "new deal" que incluya reformas económicas supuestamente "verdes" pero que tendrían en realidad efectos medioambientales y redistributivos perversos y podrían acelerar las políticas de acumulación por desposesión (adquisición de tierras para agrocarburantes, por ejemplo); y, finalmente, encontramos a los que sostienen que sólo una modificación profunda y progresiva de nuestra manera de vivir, tanto en lo que se refiere a la democracia como al modo de producción y consumo, puede afrontar la cuestión del cambio climático de manera justa (muchos emplean la expresión "green new deal" en este sentido). Cada uno de estos grupos es bastante heterogéneo.

Cuánto cuesta contaminar

Una herencia del primer planteamiento es el mercado de derechos de emisiones de CO2 que creó el Protocolo de Kioto a instancias de los Estados Unidos de Bill Clinton, Al Gore y Lawrence Summers, y que se considera la principal herramienta en la "lucha contra el cambio climático". El comercio (trade) de derechos de emisión es un sistema por el cual los gobiernos o entidades supranacionales asignan a las empresas cuotas para sus emisiones de gases de efecto invernadero en función de los límites (cap) máximos de contaminación fijados para un determinado período (de ahí que se conozca al sistema como cap and trade). Cada "derecho" autoriza al titular a emitir una tonelada de CO2.

Para entender mejor su funcionamiento, veamos qué sucede en la Unión Europea. En virtud de Kioto, a la UE se le ha asignado una cantidad autorizada de emisión de CO2 y de otros gases de efecto invernadero (equivalentes en dióxido de carbono). Esos derechos de emisión para el período 2008-2012 se establecieron en 1997 en relación con los niveles de 1990, afectados de un porcentaje de reducción del 8 % con respecto a ese año. Esa es la cantidad que Europa puede contaminar. Si, por las razones que sea, las empresas de la UE no pueden llegar a cumplir con sus compromisos de reducción, entonces tienen la posibilidad de comprar a otro país, como Rusia, permisos de emisión que dicho país no ha necesitado usar (gracias, dicho sea de paso, al colapso de la economía soviética, el mayor recorte de emisiones que se ha dado en la era industrial). Para poner en funcionamiento este sistema, la UE creó, además, un régimen comunitario de comercio de emisiones propio (ETS por su siglas en inglés) que se articula en torno a planes nacionales de asignación (que en el futuro será reemplazado por una asignación única comunitaria). Otros países desarrollados han instaurado sistemas cap and trade similares.

Este mercado refleja un notable esfuerzo por "endogeneizar" o internalizar las externalidades negativas de la actividad económica, en este caso mediante la atribución de un precio no a la propiedad de una mercancía, sino al derecho de uso de un bien común como es la atmósfera. Hay otras maneras de hacerlo, vía impuestos por ejemplo, opción que los Estados descartaron en una época en la que el neoliberalismo se presentaba como la única alternativa posible. Hasta entonces lo que se había hecho era o bien "exogeneizar" estas externalidades -deslocalizando industrias contaminantes- o mantener la posibilidad de extraer constantemente externalidades positivas sin tener en cuenta el coste de las negativas. Por esta razón, los partidarios del comercio de derechos ven en el desarrollo de este mercado un avance. En realidad, más que un mercado "libre" se trata de un mercado fuertemente administrado por los Estados e instancias supranacionales, pues las asignaciones de derechos que hacen los gobiernos sobredeterminan el juego de la oferta y la demanda y por tanto los precios. Los socialdemócratas sostienen que ahora hay reglas donde antes no las había, y es cierto. Lo que es discutible son las consecuencias que imponen dichas reglas.

En la práctica este esquema no ha servido por el momento para incentivar las reducciones de emisiones y contribuir a mitigar el calentamiento global. Ante la presión de las empresas industriales y debido a las dificultades para calcular estas externalidades, se otorgaron de forma gratuita más derechos de lo que necesitaban las empresas que contaminan. En la UE esto generó, sobre todo en la primera fase de la implantación del ETS, un excedente de permisos que se han vendido a otras empresas contaminantes y que así evitan tener que reducir sus emisiones de gases. Como el número de permisos se calcula de acuerdo con los niveles existentes de contaminación, resulta que quienes han contaminado más en el pasado son los que reciben las mayores ayudas. Este factor, junto con la crisis económica actual, ha contribuido al desplome de los precios de los derechos de emisiones (carbon crunch), lo que a su vez desincentiva las reducciones previstas al disponer las empresas de excedentes de derechos que pueden "titulizar" y vender en los mercados secundarios.

Otro mecanismo flexible es el mecanismo de compensación de carbono del Mecanismo de Desarrollo Limpio, que gestiona Naciones Unidas, por el cual los países más industrializados pueden invertir en proyectos de reducción de emisiones en los países menos desarrollados y de esta manera superar los límites de contaminación (al obtener una especie de crédito). La supuesta reducción en la emisión se calcula sobre la hipótesis de cuántos gases de efecto invernadero hubieran entrado en la atmósfera en ausencia del proyecto (1). Un cálculo, como mínimo, aventurado, que queda en manos de empresas consultoras, y que según la red Carbon Watch incrementa -en lugar de reducir- las emisiones globales debido a las numerosas lagunas que existen en su regulación. De nuevo, se trata de asignar un precio mediante la creación de un mercado y de concebir las finanzas como una forma de gobernanza de la vida y de atrapar el futuro en el presente.

Cuestión de tiempos

Antes he sugerido la idea de diferentes temporalidades y escalas que se entrecruzan a la hora de abordar el cambio climático. La referencia a la especie humana nos sitúa en un tiempo muy largo, geológico. El marco temporal de la política era hasta hace poco mucho más estrecho, y si bien en ocasiones podemos retrotraernos en la discusión a los albores de la contemporaneidad, con el surgimiento del capitalismo, difícilmente escapamos al corto plazo de la longevidad humana. En este marco la especie humana se encuentra polarizada en divisiones sociales múltiples que dan lugar a interacciones y conflictos.

La perspectiva ecologista obliga por tanto a superponer todas estas temporalidades, lo que no resulta nada fácil. Esto se puede comprobar en el agrio debate que se está dando en el citado tercer grupo, el de los que privilegian una transformación hacia una sociedad más justa y sostenible, y que corre el riesgo de reproducir una falsa alternativa entre reforma y revolución o peor, entre ecología y economía. En el último número de la revista digital Turbulence (2) , Frieder Otto Wolf, ecosocialista alemán, y Tadzio Mueller, editor de la revista y miembro de la Climate Justice Action Network (ahora detenido en Copenhague), discrepan sobre el alcance de un posible consenso global sobre el clima. Mientras Otto Wolf sostiene que hay que "secuestrar el acuerdo" entre la constelación de fuerzas realmente existentes, en lugar de rechazarlo a la espera de un mundo no capitalista, Mueller estima que es necesaria la construcción de sujetos antagonistas, lo que "sólo se puede hacer marcando una clara oposición a las propuestas que están sobre la mesa".

En este punto puede ser de utilidad la referencia de Immanuel Wallerstein sobre el malentendido que surge al enfatizar tiempos políticos diferentes, ya sea el corto, el medio, o el largo plazo (3). Otto Wolf se centraría en la agenda política de corto plazo (la "emergencia climática", aunque con un ojo sobre el largo plazo), mientras que Mueller insiste en lo que Wallerstein denomina la agenda política de medio plazo, que corresponde, como mencioné antes, a las estrategias de superación del capitalismo. Si en el corto plazo, la estrategia es la del compromiso y la elección del mal menor, en el medio plazo no cabe compromiso alguno, sino la lenta construcción de los movimientos, de otra sociedad.

En un reciente ensayo (4), el historiador bengalí Dipesh Chakrabarty pretende superar esta disyuntiva, precisamente con una reflexión sobre las temporalidades históricas. Chakrabarty se pregunta si hablar de especie humana acaso no sirve para enmascarar la realidad de la producción capitalista y la lógica de la dominación imperial. Un término tan inclusivo oculta la responsabilidad específica de los países más ricos y de las clases dirigentes de los países más pobres. Dicho de otro modo: "¿Por qué no podría bastar la narrativa del capitalismo -y por tanto su crítica- como marco para interrogarse acerca de la historia del cambio climático y comprender sus consecuencias?"

Chakrabarty se responde a sí mismo argumentando que cualquiera que sea el modelo socioeconómico,

"no podemos permitirnos desestabilizar las condiciones (tales como el rango de temperatura en el que existe el planeta) que funcionan como parámetros fronterizos de la existencia humana. Estos parámetros son independientes del capitalismo o del socialismo. Han permanecido estables durante mucho más tiempo que las historias de estas instituciones y han permitido a los seres humanos llegar a ser la especie dominante sobre la Tierra. Desafortunadamente, ahora nos hemos convertido en un agente geológico que perturba estas condiciones paramétricas que necesitamos para nuestra propia existencia.

Con esto no quiero negar el papel histórico que los más ricos, y especialmente las naciones occidentales del mundo, han jugado al emitir gases de efecto invernadero. Pensar como especie no implica resistir las políticas de la "responsabilidad común pero diferenciada" que China, India y otros países en desarrollo desean seguir cuando se trata de reducir sus propias emisiones. Si responsabilizamos a los que son culpables retrospectivamente - es decir, culpar a Occidente por sus acciones pasadas- o aquellos que son culpables prospectivamente (China acaba de superar a los Estados Unidos como el principal emisor absoluto de dióxido de carbono, aunque no per cápita) es una pregunta que sin duda está vinculada a las historias del capitalismo y de la modernización. Pero el descubrimiento científico del hecho de que los seres humanos se han convertido en este proceso en un agente geológico apunta hacia una catástrofe compartida en la que todos hemos caído"

Y concluye:

"Por tanto resulta imposible entender el calentamiento global como una crisis sin comprometer las propuestas que avanzan estos científicos. Pero al mismo tiempo, la historia del capital, la historia contingente de nuestra caída en el Antropoceno, no puede negarse mediante el recurso a la idea de la especie, porque el Antropoceno no hubiera sido posible, ni siquiera como teoría, sin la historia de la industrialización. ¿Cómo podemos mantener las dos ideas juntas mientras pensamos la historia del mundo desde la Ilustración? ¿Cómo nos relacionamos con una historia universal de la vida -esto es, con un pensamiento universal- mientras retenemos lo que tiene un valor obvio en nuestra sospecha postcolonial de lo universal? La crisis del cambio climático reclama pensar simultáneamente en ambos registros, mezclando las cronologías inmiscibles de las historias del capital y de la especie. Esta combinación amplía, sin embargo, de diversas maneras, la misma idea de la comprensión histórica."

Chakrabarty piensa como historiador, pero lo mismo podría aplicarse al terreno político.

Evitar el shock

Volviendo a Copenhague y lo que venga, luchar porque los acuerdos que se deriven de este proceso sean mínimamente "aceptables" no excluye que este juicio de conformidad opere siempre dentro de una agenda política de medio plazo (una o dos generaciones), de transición del vigente modelo económico y político a otro diferente.

Los gobiernos y las corporaciones también abordan la problemática de los tiempos, pero por medio de las finanzas. Al insistir en esta vía existe el riesgo de que el "shock" climático (5) presente nuevas oportunidades para la explotación y la acumulación, por medio de mecanismos como la deuda (6) o a través de la normativa del comercio internacional (7). Los movimientos sociales que se han desarrollado en torno al Foro Social Mundial han demostrado cómo la deuda externa ha servido, bajo el neoliberalismo, para transferir ingentes recursos a los países desarrollados e imponer modelos de desarrollo basados en grandes inversiones "sucias" enfocadas a la exportación. Estas inversiones por lo general implican fuertes emisiones de carbono (desde la industria extractiva minera hasta la producción masiva de celulosa o de soja transgénica), sin tener en cuenta la deuda ecológica y climática que los países más avanzados habrían contraído con el sur ni los formidables procesos de privatización que traen consigo.

A su vez, las reglas de la Organización Mundial de Comercio dificultan, cuando no contradicen abiertamente, la aplicación de los acuerdos multilaterales sobre el medio ambiente. El último capítulo es el energético, donde en nombre de la seguridad en el aprovisionamiento se promueve la extracción de combustibles fósiles (gas natural) y se desempolvan viejos planes nucleares. Propuestas que tienen mucho que ver con sistemas centralizados de producción y distribución de la energía que necesitan crear una demanda siempre en aumento.

Muchas de las propuestas que se están debatiendo continúan en la línea de la monetarización y la creación de títulos de propiedad o equivalentes para aprovechar los bienes comunes. El programa REDD de Naciones Unidas, creado a raíz de una propuesta del Banco Mundial, parte de la premisa de que sólo asignando un valor monetario a los bosques se puede evitar la deforestación, sin que a este respecto se tenga en cuenta ni los conflictos no resueltos sobre los derechos sobre la tierra ni la distinción entre plantaciones privadas y tierras comunitarias. Otras propuestas se basan también en el mercado: dudosos esquemas de certificación a menudo controlados por transnacionales, producción masiva de biocarbón, liberalización de bienes y servicios medioambientales, etc.

Por tanto, no se puede discutir acerca de los sumideros de carbono o del biocarbón, en relación con el cambio climático, con independencia de la cuestión de la propiedad y las formas de organización, locales y globales, de la especie humana. En sí mismo, el biocarbón (la producción de carbón de manera artificial a partir de la biomasa) no es ni bueno ni malo. Por un lado, históricamente se ha usado como fuente de energía y como fertilizante natural en la agricultura. Sin embargo, cuando se propone como "solución" para mitigar el cambio climático, desde una concepción de mercado, se acaba considerando una producción a gran escala que inevitablemente requiere dedicar millones de hectáreas a la producción de biomasa (mediante plantaciones privadas de árboles genéticamente modificados), desplazando otros usos de la tierra y generando fuertes impactos en la producción de alimentos y en la biodiversidad, como se ha comprobado con la producción masiva de agrocarburantes.

Para evitar una burbuja "verde" y sus posibles "shocks" habrá que continuar cambiando la manera de pensar y actuar políticamente, dejando de priorizar la escala global y sus representantes como el único nivel aceptable de la acción política, superando las dicotomías público/privado, economía/ecología. Dejar, en definitiva, de considerar lo común únicamente desde lo público o lo privado, o como algo que afecta únicamente a bienes naturales considerados externos a nosotros, como el clima, para pasar a la producción democrática del común.

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(1) En este apartado me baso sobre todo en el excelente informe "Carbon trading: how it works and why it fails", publicado por la Fundación Dag Hammarskjöld (Critical currents n. 7, noviembre de 2009) y elaborado por Tamra Gilbertson y Oscar Reyes, dentro del proyecto Carbon Trade Watch del Transnational Institute.

(2) "Green New Deal: Dead end or pathway beyond capitalism", Turbulence, nº 5.

(3) "Remembering André Gunder Frank", Immanuel Wallerstein (Monthly Review, abril de 2008).

(4) "The climate of history: four theses", Dipesh Chakrabarty, Eurozine (30 de octubre de 2009).

(5) Analogía con la "doctrina del shock" de Naomi Klein, empleado por Slavoj Zizek, según el relato de James Burguess en "Everybody's gone green", New Statesman (24 de noviembre de 2009).

(6) "The climate debt crisis: why paying our dues is essential for tackling climate change", Jubilee Debt Campaign & World Development Movement (noviembre de 2009).

(7) "Change trade, not our climate", Ronnie Hall, Our world is not for sale (OWINFS) network (6 de octubre de 2009).

El papel del Pentágono en la catástrofe global: estragos climáticos más crímenes de guerra


21-12-2009



Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Al evaluar la conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático en Copenhague – con más de 15.000 participantes de 192 países, y más de 100 jefes de Estado, así como 100.000 manifestantes en las calles – es importante preguntar: ¿Cómo es posible que el peor contaminador de dióxido de carbono y otras emisiones tóxicas en el planeta no sea objeto de ninguna discusión en la conferencia o de propuestas de restricciones?

En todo caso, el Pentágono es el mayor utilizador institucional de productos de petróleo y de energía. Y, no obstante, el Pentágono tiene una exención general en todos los acuerdos climáticos internacionales.

Las guerras del Pentágono en Iraq y Afganistán; sus operaciones secretas en Pakistán; su equipamiento en más de 1.000 bases estadounidenses en todo el mundo; sus 6.000 instalaciones en EE.UU.; todas las operaciones de la OTAN; sus portaaviones, aviones jet, ensayos, entrenamiento y ventas de y con armas, no serán tomados en cuenta respecto a los límites de gases invernadero de EE.UU. o incluidos en algún cómputo.

El 17 de febrero de 2007, Energy Bulletin detalló el consumo de petróleo de EE.UU. sólo para los aviones, barcos, vehículos terrestres e instalaciones que lo convierte en el mayor consumidor de petróleo del mundo. En aquel entonces, la Armada de EE.UU. tenía 295 barcos de combate y apoyo y unos 4.000 aviones en condiciones de servicio. El Ejército de EE.UU. tenía 28.000 vehículos blindados, 140.000 vehículos de alta movilidad de uso múltiple, más de 4.000 helicópteros de combate, varios cientos de aviones de ala fija y un parque móvil de 187.493 vehículos. Con la excepción de 80 submarinos y portaaviones nucleares, que propagan contaminación nuclear, todos los vehículos utilizan petróleo.

Incluso según el CIA World Factbook de 2006, sólo 35 países (de 210 en el mundo) consumen más petróleo por día que el Pentágono.

Las fuerzas armadas de EE.UU. usan oficialmente 320.000 barriles de petróleo por día. Sin embargo, este total no incluye el combustible consumido por contratistas o el combustible consumido en instalaciones alquiladas y privatizadas. Tampoco incluye la enorme cantidad de energía y recursos utilizados para producir y mantener su equipamiento letal o las bombas, granadas o misiles que emplea.

Steve Kretzmann, director de Oil Change International, informa que: “La guerra de Iraq produjo por lo menos 141 millones de toneladas métricas de equivalente de dióxido de carbono (MMTCO2e) desde marzo de 2003 hasta diciembre de 2007… La guerra emite más de un 60% del dióxido de carbono de todos los países… Esta información no es fácilmente accesible… porque las emisiones militares en el extranjero están exentas de los requerimientos nacionales de información bajo la ley de EE.UU. y la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático.” (www.naomiklein.org, 10 de diciembre). La mayoría de los científicos culpan las emisiones de dióxido de carbono por los gases invernadero y el cambio climático.

Bryan Farrell dice en su nuevo libro “The Green Zone: The Environmental Costs of Militarism,” que el “mayor ataque contra el entorno, contra todos nosotros en el globo, viene de una agencia… las Fuerzas Armadas de EE.UU.”

¿Cómo logró el Pentágono la exención de los acuerdos climáticos? Durante las negociaciones de los Acuerdos de Kioto, EE.UU. exigió como condición para su firma que todas sus operaciones militares en el mundo y todas las operaciones en las que participa con la ONU y/o con la OTAN fueran totalmente exentas de la medida de reducciones.

Después de obtener esa gigantesca concesión, el gobierno de Bush se negó a firmar los acuerdos.

En un artículo del 18 de mayo de 1998, intitulado “Temas de seguridad nacional y de política militar involucrados en el tratado de Kioto,” el doctor Jeffrey Salmon describió la posición del Pentágono. Cita el informe anual de 1997 al Congreso del entonces secretario de defensa William Cohen: “El departamento de defensa recomienda enérgicamente que EE.UU. insista en una cláusula de seguridad nacional en el protocolo de cambio climático que se está negociando.” www.marshall.org)

Según Salmon, esa cláusula de seguridad nacional fue propuesta en un borrador que especificaba “una exención militar total de límites de emisiones de gases invernadero. El borrador incluye operaciones multilaterales como ser actividades aprobadas por la OTAN y la ONU, pero también incluye acciones relacionadas muy ampliamente con la seguridad nacional, que parece incluir todas las formas de acciones militares unilaterales y el entrenamiento para tales acciones.”

Salmon también citó al subsecretario de Estado Stuart Eizenstat, quien dirigió la delegación de EE.UU. en Kioto. Eizenstat informó que “el departamento de defensa y los militares uniformados que estuvieron junto a mí en Kioto obtuvieron todos los requerimientos que dijeron que querían. Es decir autodefensa, mantenimiento de la paz, ayuda humanitaria.”

Aunque EE.UU. ya había recibido esas garantías en las negociaciones, el Congreso de EE.UU. aprobó una cláusula explícita garantizando la exención militar de EE.UU. Inter Press Service informó el 21 de mayo en 1998: “Los legisladores de EE.UU., en su más reciente golpe contra los esfuerzos internacionales para contener el calentamiento global, eximieron hoy las operaciones militares de EE.UU. del acuerdo de Kioto que especifica compromisos vinculantes para reducir emisiones de ‘gases invernadero’. La Cámara de Representantes aprobó una enmienda a la ley de autorización militar del próximo año que ‘prohíbe la restricción de las fuerzas armadas bajo el Protocolo de Kioto.’”

Actualmente, en Copenhague, siguen valiendo los mismos acuerdos y líneas directivas sobre gases invernadero. Sin embargo, es extremadamente difícil encontrar la más mínima mención de esta manifiesta omisión.

Según la periodista ecológica Johanna Peace, las actividades militares seguirán siendo eximidas de una orden ejecutiva firmada por el presidente Barack Obama que prevé que las agencias federales reduzcan sus emisiones de gases invernadero hasta 2020. Peace señala que: “Las fuerzas armadas representan un 80% de las necesidades de energía del gobierno federal.” (solveclimate.com, 1 de septiembre)

La exclusión general de las operaciones globales del Pentágono hace que las emisiones de dióxido de carbono de EE.UU. parezcan ser mucho menores de lo que son en realidad. Sin embargo, incluso sin contar el Pentágono, EE.UU. tiene las mayores emisiones de dióxido de carbono del mundo.

Más que emisiones

Aparte de emitir dióxido de carbono, las operaciones militares de EE.UU. liberan otros materiales altamente tóxicos y radioactivos al aire, el agua y el suelo.

Armas estadounidenses hechas de uranio empobrecido han descargado decenas de miles de kilos de micro partículas de desechos radioactivos y altamente tóxicos por todo Oriente Próximo, Asia Central y los Balcanes.

EE.UU. vende minas terrestres y bombas de racimo que son una causa mayor de explosiones retardadas, de mutilación y de incapacitación especialmente de campesinos y gente del campo en África, Asia y Latinoamérica. Por ejemplo, Israel lanzó más de un millón de bombas de racimo suministradas por EE.UU. en el Líbano durante su invasión de 2006.

La guerra de EE.UU. en Vietnam dejó grandes áreas tan contaminadas con el herbicida Agente Naranja que actualmente, más de 35 años después, la contaminación con dioxina es entre 300 y 400 veces mayor que los niveles “seguros”. Una tercera generación está sufriendo defectos de nacimientos y altas tasas de cáncer resultantes de esa contaminación.

La guerra de 1991 de EE.UU. en Iraq, seguida por 13 años de crueles sanciones, la invasión de 2003 y la ocupación subsiguiente, han transformado la región – que tiene una historia de 5.000 años como granero de Oriente Próximo – en una catástrofe ecológica. La tierra arable y fértil de Iraq se ha convertido en un páramo desértico en el cual el menor viento provoca una tormenta de arena. Iraq, que era exportador de alimentos, importa ahora un 80% de su alimento. El ministro de agricultura iraquí estima que un 90% de la tierra sufre una severa desertificación.

Guerra ecológica en el interior de EE.UU.

Además, el departamento de defensa se ha opuesto rutinariamente a órdenes de la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA) de limpiar bases estadounidenses contaminadas. (Washington Post, 30 de junio de 2008). Las bases militares del Pentágono lideran la lista de los sitios más contaminados del Superfund, y los contaminantes son absorbidos por los acuíferos de agua potable y el suelo.

El Pentágono también se ha opuesto a esfuerzos de la EPA por establecer nuevos estándares de contaminación para dos productos químicos que se encuentran ampliamente en instalaciones militares: perclorato, encontrado en el propergol de cohetes y misiles; y tricloroetileno, un desengrasador para partes de metal.

El tricloroetileno es el contaminante del agua más generalizado en el país, y es absorbido por acuíferos en California, Nueva York, Texas, Florida y otros sitios. Más de 1.000 instalaciones militares en EE.UU. están contaminadas con el producto. Las comunidades más pobres, especialmente comunidades de color, son las más severamente impactadas por este envenenamiento.

Las pruebas estadounidenses de armas nucleares en el sudoeste y en las islas del sur del Pacífico han contaminado con radiación millones de hectáreas de tierra y agua. Montañas de desechos radioactivos y tóxicos de uranio han sido abandonadas en tierras indígenas en el sudoeste. Más de 1.000 minas de uranio han sido abandonadas en reservaciones navajo en Arizona y Nuevo México.

En todo el mundo, en bases antiguas y activas en Puerto Rico, las Filipinas, Corea del Sur, Vietnam, Laos, Camboya, Japón, Nicaragua, Panamá y la antigua Yugoslavia, barriles corroídos de productos químicos y disolventes y millones de proyectiles son criminalmente abandonados por el Pentágono.

La mejor manera de limpiar dramáticamente el entorno es cerrar el Pentágono. Lo que se necesita para combatir el cambio climático es un completo cambio de sistema.

Sara Flounders es codirectora del International Action Center.

International Action Center – 18.12.109

Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=16609

Arrestan en Australia a 23 manifestantes por el clima en protesta contra el carbón

Lunes 21 de Diciembre de 2009

LOS TITULARES DE HOY


EL RESTO DE LA HORA DE DEMOCRACY NOW!

  • El proyecto de ley de salud publica supera el obstáculo crucial del Senado; la legislación restringe los fondos destinados al aborto y carece de una opción pública y no amplía el servicio Medicare

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    El Senado ha dado un gran paso hoy hacia la aprobación del gran proyecto de ley de sanidad. Poco después de la 1 de la madrugada, el Senado votó 60 a 40, coincidiendo con los porcentajes de ambos partidos, a favor de desestimar un veto republicano y aprobar una moción para enviar la legislación para su aprobación final a lo largo de esta semana. La legislación no contempla una opción pública ni la ampliación de las facilidades para optar al servicio Medicare, e incluye restricciones al uso de fondos federales para la financiación de abortos. Hablamos con el escritor de Salon.com Glenn Greenwald.

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  • El acuerdo de Copenhague liderado por Estados Unidos es enormemente criticado como defectuoso y antidemocrático

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    La cumbre climática de Copenhague se cerró el sábado con la aceptación reticente de las naciones participantes de “hacerse eco de” pero no apoyar un acuerdo no vinculante anunciado la noche del viernes por el presidente Obama. El acuerdo de 12 páginas intenta limitar el calentamiento global a un máximo de 2 grados centígrados de aumento de las temperaturas. Pero no especifica objetivos para el recorte de emisiones de gases de efecto invernadero. Hablamos con el columnista del Guardian George Monbiot y con Lucia Green-Weiskel, de la organización Innovation Center for Energy and Transportation (Centro de Innovación de la Energía y el Transporte), con sede en China.

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  • El presidente venezolano Hugo Chávez habla sobre cómo evitar el cambio climático: “Debemos pasar del capitalismo al socialismo”

    Chavez-amy-dn

    Hablamos con el presidente venezolano Hugo Chávez sobre el cambio climático, la cumbre de Copenhague y el presidente Obama. Chávez acusa a la cumbre COP15 de ser antidemocrática y a los líderes mundiales de buscar únicamente un acuerdo para salvar las apariencias. “Debemos reducir todas las emisiones que están destruyendo el planeta”, declara Chávez. “Eso exige un cambio del modelo económico: debemos pasar del capitalismo al socialismo”.

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HERNANDO DE SOTO AHORA BUSCA LUCRO CON EL TEMA INDÍGENA

COMUNICADO DE LA AIDESEP SOBRE EL ILD




El Consejo Directivo Nacional de AIDESEP, frente a los numerosos y costosos avisos aparecidos en el diario “El Comercio” de Lima y la campaña publicitaria de un denominado “Fórum para el empoderamiento legal y económico de los nativos”, a realizarse en el mes de febrero de 2010, donde aparecen numerosos hermanos y hermanas que han ofrecido sus rostros para hacer creer al pueblo peruano que representan a “más de 700 comunidades amazónicas”, se dirige a la opinión pública y a nuestras bases para explicar lo siguiente:

1) Los hermanos y hermanas que acompañan publicitariamente al señor Hernando de Soto, lo hacen estrictamente a título personal; ninguno de ellos y ellas cuentan con actas de acuerdos de sus organizaciones para ser modelos de publirreportajes del ILD, conocida agencia de desarrollo del neoliberalismo en el Perú y en el mundo.

2) Lamentamos que estas agencias del capital multinacional utilicen este tipo de artimañas con nuestros hermanos para engañar a la población y a sus financieros que sus propuestas de privatización y liberalización de los territorios indígenas están siendo avaladas por los pueblos indígenas amazónicos.

3) Los hermanos y hermanas que han ofrecido sus rostros para la publicidad de este evento anti indígena explicarán a sus organizaciones las razones por las que han aceptado ser la nueva imagen del ILD y del señor Hernando de Soto.

Lima, 18 de diciembre de 2009.

CONSEJO DIRECTIVO AIDESEP

Publirreportaje 1

Publirreportaje 2

PIDEN QUE NACIONES UNIDAS DECLARE INTANGIBILIDAD DE BOSQUES

SOLICITA: Declarar intangibles los bosques del mundo y estimular la reforestación.

SEÑOR PRESIDENTE DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS


GODOFREDO ARAUZO CHUCO de 76 años de edad, médico-cirujano, investigador del medio ambiente, domiciliado en Montero Rosas 203 El Tambo Huancayo Perú y con DNI 22962962 me presento a Ud. y expongo:

El mundo está sufriendo el calentamiento global por el efecto invernadero de los gases: dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), óxidos de nitrógeno (NOx) ozono (03), clorofluorocarbonos (CFCls) y el vapor de agua (H2O); eliminados principalmente por los países industrializados: EEUU elimina el 25% y China 20 % del SO2 respectivamente; principal agente invernadero y se negaron al a firmar el protocolo de Kyoto. El calentamiento del planeta tierra está ocasionando alteraciones de los recursos hídricos superficiales y profundos, los suelos y la atmósfera, las biodiversidades, los ecosistemas y trastornos socioeconómicos marcados especialmente en los países subdesarrollados, también son afectados los microorganismos que son vitales para la supervivencia del hombre en la tierra

Los árboles juegan un papel importante en el amortiguamiento del calentamiento de la tierra; para su proceso de fotosíntesis consumen CO2 y fabrican el oxígeno (O) y son formadores de agua para el hombre, los animales, suelos y humedades. Un árbol produce por día: 400 litros de oxígeno y evapora 6 litros de agua, filtra por año: 7,000 kilos de polvo y tóxicos y consume 6 kilogramos de CO2.; una hectárea con árboles de laurel fija por año 4 toneladas y media de CO2. Al mantener intangibles los árboles del mundo y favorecer la reforestación, al absorber el CO2 existente del espacio, contribuiría tremendamente a la mitigación del calentamiento del planeta; sería un complemento de la disminución de la producción del SO2 .. .

Por las razones expuestas solicito que la Organización de las Naciones Unidas declare intangibles los bosques de todo el mundo, para amenguar y retardar el calentamiento global mundial que será irreversible sí no se toman medidas inmediatas y estimular la reforestación a nivel planetario.

Con la seguridad de tomar en cuenta esta sugerencia. me subscribo de Ud. muy atentamente


Huancayo PERÚ; 14 de Mayo del 200




Dr. Godofredo Arauzo