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Raúl Wiener
Analista



La pregunta que la izquierda debe responder es, ¿por qué se perdieron los votos de Izquierda Unida? Y antes que eso: ¿por qué la influencia social que tuvo la izquierda hoy está en otras manos? Mi opinión es que quienes militamos en este espacio de la política peruana nunca tuvimos clara la herencia que nos tocó administrar en los años 80 y que venía en relación directa con las reformas del periodo de Velasco, que generaron una emergencia y diferenciación social y política de enormes sectores de la población peruana, tradicionalmente postergados y subordinados, que terminó explotando con una fuerza hasta entonces desconocida, en los años finales del gobierno militar cuando Morales Bermúdez intentaba la marcha atrás y la represión de las movilizaciones.

La izquierda nace como proyecto masivo en la convulsión social de 1975-1980, lo que se manifiesta por primera vez claramente en la elección de la Constituyente (1978) y convierte a la IU (1980) en uno de los tercios en que se estructuró la política peruana bajo los gobiernos de Belaunde y García, que siguieron a la desmilitarización del poder. En los predios de la bandera había varias maneras de leer lo que estaba pasando: (a) la idea de que las masas pobres y trabajadoras eran naturalmente de izquierda y nos pertenecían; (b) la idea de que era nuestro candidato (Barrantes) el que creaba la fuerza política y social que nos acompañaba, y no que era esa emergencia social la que se había encontrado con las peculiaridades unificadoras del “tío frejolito”; (c) la idea de que la unidad creaba per se un espacio masivo en torno a los partidos izquierdistas.

En 1989, las izquierdas se encontraban en el disparadero: el país tendría a polarizarse entre una derecha agresiva y una izquierda alternativa, que estaba retada por la crisis económica, el conflicto social y la guerra senderista. Y la responsabilidad la quebró. La división de ese año no hizo sino reflejar la falta de voluntad de ser poder. El sector del Acuerdo Socialista que se llevó a Barrantes, no quería disputar el gobierno, porque tendría que hacerlo con un ala izquierda que no controlaba. Los radicales escogieron a Pease como candidato, porque privilegiaban la cuestión orgánica a la política. Fue entonces que las masas emigraron a Fujimori, la polarización tomó otro carácter y las masas que la izquierda imaginó como propias, empezaron a buscar una nueva representación política.

A comienzos de los 2000, la izquierda peruana salía de la noche dictatorial con algunas conclusiones que hasta hoy siguen dando vueltas en sus centros de decisión: (a) que estamos como estamos porque las masas y la izquierda fuimos derrotados por el neoliberalismo; (b) que la recuperación del espacio de izquierda en el Perú pasa por recuperar progresivamente colocaciones en el Estado que nos reincorporen al sistema político. Y no estamos viendo que el curso de las masas y la izquierda son distintos; que hay nuevamente una emergencia social en marcha; que el nacionalismo está canalizando, mal que bien, este proceso; que la izquierda debe reconstruirse en relación a la realidad y no a lo que se pudo ser hace más de veinte años.

Semana de vergüenza

La semana abrió y cerró signada por la infamante marca del escándalo y la corrupción, con los dos principales dirigentes del partido de gobierno señalados por acusaciones de inmoralidad administrativa y por la percepción ciudadana generalizada –si no lo cree, vean las encuestas o simplemente salgan a la calle a hablar con la gente– de que la descomposición moral corroe al régimen en niveles realmente alarmantes.

Diferente ha sido, sin embargo, el comportamiento de los dos líderes apristas caídos en desgracia por la cadena de escándalos que en la administración García suman ya una cifra difícil de precisar, por su recurrencia; y que han sido, invariablemente, revelados por la prensa o por otros factores, nunca por iniciativa del propio gobierno.

El más reciente dirigente oficialista caído en desgracia por la venta delincuencial de un valioso terreno del Estado por unos cuantos miles de soles, negó ser culpable, pero asumió su responsabilidad y renunció de inmediato, tras lo cual sólo cabe una investigación imparcial que sancione severamente a los delincuentes que estafaron al Estado.

El principal de los personajes implicados tuvo un comportamiento distinto. Comenzó entre amenazante y desafiante, tratando de descalificar a quienes lo ponían en evidencia, sin el menor asomo de autocrítica, más allá de reconocer como un supuesto error de buena fe sus tertulias con el empresario Canaán en la tristemente célebre suite del Hotel Country; todo matizado con la seguridad de que no había ninguna prueba que lo incrimine. Parecía uno de esos carteristas que, habiendo dado lo robado a un cómplice antes de ser capturado, reclama inocencia con atrevimiento y abre los brazos retando a sus captores a que lo registren y vean que no encontrarán pruebas, porque ya las puso a buen recaudo.

Así como, tras los “petroaudios” fue reconociendo sus reuniones con Canaán, una a una, conforme se las iban destapando los periodistas, esta vez pasó del “no tengo nada que ocultar” a reconocer, cuando los hechos no le dejaban otro camino, que había hecho una muy conveniente permuta de departamentos con el empresario petrolero al que había apoyado en sus afanes por mantener un régimen arancelario privilegiado, y que sí, había recibido 180 mil dólares en su cuenta; que el intercambio era absolutamente legal porque él y el socio del negocio eran personas demócratas y decentes, y que el depósito lo había devuelto porque había sido hecho por un comprador que no sabía que ya había permutado su departamento.

Tampoco le quedó más remedio que aceptar haber hablado con el famoso “don Bieto” de la red aprista de los “petroaudios” para que, como funcionario de Perúpetro, ayude a su amigo petrolero, algo que, aseguró, fue legal, porque lo hizo de puro “buena gente”, con lo que trata de ocultar el hecho que ningún gobernante puede, sin violar la legalidad y la ética, hacer gestiones de ningún tipo a favor de privados.

Ahora sólo queda que el personaje sea legalmente sancionado, para que recuperemos un poco la dignidad de país que su comportamiento ha ensuciado. De lo contrario, seremos la vergüenza de las generaciones venideras.