César Lévano
A las 10.36 de la noche del 5 de abril de 1992, Alberto Fujimori anunció que había consumado un golpe de Estado, en unión de la cúpula militar.
Para evitar que “el terrorismo tome el control del poder y destruya la democracia”, el golpista demolió la democracia.
Entre otras medidas, disolvió el Congreso, reorganizó el Poder Judicial y reestructuró la Contraloría General de la República. Trabajaba yo en esa época en Antena Uno Radio (hoy CPN, radioemisora de la gran minería).
Acababa de acostarme, cuando Cecilia Laca, directora de la radio, me telefoneó para decirme:
-Don César, Fujimori acaba de anunciar un golpe.
Ha disuelto el Congreso y reorganizado el Poder Judicial.
¿Podría usted hacer un comentario?
Mi respuesta salió de inmediato al aire:
-Éste es un golpe militar que lleva como mascarón de proa al presidente.
Detrás está el sector castrense comprometido con el narcotráfico y la violación de los derechos humanos.
Es una mala noticia para el pueblo y una buena noticia para los grandes empresarios.
Pocos instantes después, la radio era clausurada. En otras radioemisoras, la fuerza pública se limitó a ocupar espacios.
Antena Uno Radio cometió, a la mañana siguiente, la temeridad de reabrir sus estudios. Iniciamos una campaña frontal contra el golpe, con entrevistas a los líderes de la oposición.
Nos ganamos una segunda clausura y la prisión del gerente de la empresa.
En todo caso, acerté en el diagnóstico.
Al día siguiente del cuartelazo, desde un balcón del Palacio de Justicia se lanzaban a la plataforma de un camión legajos y legajos judiciales.
Todos extraídos de los juzgados que procesaban a narcotraficantes. Del 5 de abril de 1992, Alberto Fujimori anunció que había consumado un golpe de Estado, en unión de la cúpula militar.
Para evitar que “el terrorismo tome el control del poder y destruya la democracia”, el golpista demolió la democracia.
Entre otras medidas, disolvió el Congreso, reorganizó el Poder Judicial y reestructuró la Contraloría General de la República.
Trabajaba yo en esa época en Antena Uno Radio (hoy CPN, radioemisora de la gran minería). Acababa de acostarme, cuando Cecilia Laca, directora de la radio, me telefoneó para decirme:
-Don César, Fujimori acaba de anunciar un golpe.
Ha disuelto el Congreso y reorganizado el Poder Judicial.
¿Podría usted hacer un comentario? Mi respuesta salió de inmediato al aire:
-Éste es un golpe militar que lleva como mascarón de proa al presidente.
Detrás está el sector castrense comprometido con el narcotráfico y la violación de los derechos humanos.
Es una mala noticia para el pueblo y una buena noticia para los grandes empresarios.
Pocos instantes después, la radio era clausurada. En otras radioemisoras, la fuerza pública se limitó a ocupar espacios.
Antena Uno Radio cometió, a la mañana siguiente, la temeridad de reabrir sus estudios. Iniciamos una campaña frontal contra el golpe, con entrevistas a los líderes de la oposición.
Nos ganamos una segunda clausura y la prisión del gerente de la empresa. En todo caso, acerté en el diagnóstico.
Al día siguiente del cuartelazo, desde un balcón del Palacio de Justicia se lanzaban a la plataforma de un camión legajos y legajos judiciales.
Todos extraídos de los juzgados que procesaban a narcotraficantes.
En el primer momento, una mayoría de ciudadanos aprobó el pronunciamiento.
El 8 de abril, en conferencia de prensa, los empresarios anunciaron su apoyo al golpe.
Después vino lo previsible.
Desapariciones en masa, ejecuciones extrajudiciales y fosas comunes, encarcelamiento de inocentes, torturas criminales.
El Poder Judicial se convirtió en agencia del gobierno y en benefactor de narcos.
Al mismo tiempo, el golpismo eliminó los derechos laborales.
El dúo Fujimori-Montesinos se convirtió en amo de las Fuerzas Armadas, cuyas cúpulas se degradaron a niveles de traición nacional (robo de millones de dólares destinados a gastos de Defensa).
La concentración del poder se convirtió en centralización del latrocinio.
El Perú se hizo siervo del Fondo Monetario Internacional y acató la orden de privatizar todo lo posible.
La alianza de Fujimori y Montesinos era estrecha en todos los campos.
Esa fraternidad delictiva explica por qué crímenes como los de “Barrios Altos” y “La Cantuta” tuvieron que ser cometidos por el dúo indisoluble.
Por eso mismo, conforme a la ley del hampa, Fujimori calla ahora respecto a su secuaz permanente.