Martes, 02 de Noviembre del 2,010
Paco Azanza Telletxiki (Rebelión)
Una vez más, por decimonoveno año consecutivo, la inmensa mayoría de los países miembros de la ONU —187 de 192— han rechazado de manera contundente el bloqueo estadounidense contra Cuba. Sabemos que, de acuerdo a los preceptos de la Convención de Viena, el bloqueo es ilegal; e igualmente sabemos que, según los tratados de 1948 y 1949, suscritos también por Cuba y Estados Unidos, el bloqueo de alimentos y medicinas, aún en tiempos de guerra, es delito y debe ser sancionado. Luego, existen como mínimo dos claros motivos para exigir su derogación inmediata: la ilegalidad del genocidio —genocida es el bloqueo yanqui a Cuba— y la voluntad inequívocamente manifiesta de la gran mayoría de países que conforman la ONU.
Pero no pasa nada, no pasará nada. El castigo imperialista, que desde hace 50 años golpea cruelmente al heroico pueblo de Cuba, seguirá vigente y sus despreciables responsables nunca serán sancionados por su prolongado y grave delito. ¿Para qué sirve entonces la ONU? ¿Para qué tanta votación si la decisión resultante de la misma nunca se aplica? ¿Dónde está la democracia de los ‘demócratas’ que tanta democracia exigen a Cuba?
En 1992, cuando se comenzaron a realizar estas votaciones, los países contrarios a la aplicación del bloqueo estadounidense contra Cuba fueron 59. Han pasado 19 años desde entonces, y ahora son 187; prácticamente todos, ya que Estados Unidos es el despiadado verdugo e Israel la siniestra sombra que siempre camina a su lado. Éstos nunca van a cambiar voluntariamente su inhumana y prepotente actitud, de modo que la única manera de que la cambien es obligarles a que lo hagan. La cuestión es cómo. La batalla consultiva, por consolidada y contundente, ya está ganada. Pero, aunque importante, la victoria sigue siendo insuficiente; prueba de ello es que el bloqueo sigue vigente. Y, por frustrantes, las victorias “sin premio” pueden llegar a ser peligrosas.
El imperialismo tiene motivo más que suficiente para avergonzarse del espectáculo tan nefasto que cada año ofrecen al mundo, pero carecen de vergüenza y no se sonrojan. Poco o nada les importa una condena que nunca les obliga a rectificar su deplorable conducta ni se traduce en ineludible sanción. El precio que deben pagar es muy caro, pero el que pagan es inexistente; les sale gratis su incalificable desprecio hacia el resto de los países del mundo.
Urge, pues, dar un nuevo paso adelante. A día de hoy, la ONU es una herramienta de dominación imperialista. No es de recibo que un país que incumple las reglas más elementales de la Organización sea, precisamente, quien a su antojo la dirija. La composición del Consejo de Seguridad es totalmente injusta, y el derecho a veto pura expresión fascista. Son muchos los países que piden “a gritos” un cambio radical en su estructura y funcionamiento; son muchas las personas que igualmente lo exigen. El compañero Fidel la calificó recientemente de “ridícula ficción jurídica”, y quien fuera presidente de la Asamblea General de la ONU, Miguel d’Escoto, insiste en la necesidad de reinventarla; de hecho, actualmente trabaja en una propuesta de reinvención de la ONU que, según sus palabras, pronto será presentada. El problema es que el enemigo a batir carece de escrúpulos y es realmente poderoso; dos cualidades, por peligrosas, ciertamente preocupantes; máxime cuando el imperio se sabe tocado y decadente.
Otro problema que no se puede obviar es que, evidentemente, no todos los países que rechazan el bloqueo yanqui a Cuba lo hacen motivados por sentimientos de humanidad y justicia. Algunos se mueven por puro interés comercial —muchas de sus empresas son perseguidas y sancionadas por el gobierno de los Estados Unidos por comerciar con la Isla—. ¿Acaso, a escala menor y con su “Posición Común”, la Unión Europea no intenta hacer exactamente lo mismo con Cuba? No debe cundir el desaliento, sin embargo. En cualquier caso, no son pocos los países que realmente están por el cambio; un cambio radical que, pese a quien pese, algún día acabará siendo realidad.
Cuba lleva casi 52 años plantándole cara al imperialismo yanqui, y, a pesar de las represalias que estoicamente soporta por ello —el bloqueo es una de ellas—, ha demostrado al mundo que, además de resistir, ha avanzado más que todos los países que le rodean. Un buen espejo, sin duda, donde poder mirarse. Cambiemos radicalmente la ONU, o inventemos otra organización en la que nadie pise a nadie. Exijamos los derechos que nunca nos debieron faltar, y, cueste lo que cueste, no cesemos en la pelea hasta que nos sean devueltos, hasta conseguir la definitiva victoria.
Cambiemos radicalmente la ONU o inventemos otra organización en la que nadie pise a nadie. Exijamos los derechos que nunca nos debieron faltar.
Pero no pasa nada, no pasará nada. El castigo imperialista, que desde hace 50 años golpea cruelmente al heroico pueblo de Cuba, seguirá vigente y sus despreciables responsables nunca serán sancionados por su prolongado y grave delito. ¿Para qué sirve entonces la ONU? ¿Para qué tanta votación si la decisión resultante de la misma nunca se aplica? ¿Dónde está la democracia de los ‘demócratas’ que tanta democracia exigen a Cuba?
En 1992, cuando se comenzaron a realizar estas votaciones, los países contrarios a la aplicación del bloqueo estadounidense contra Cuba fueron 59. Han pasado 19 años desde entonces, y ahora son 187; prácticamente todos, ya que Estados Unidos es el despiadado verdugo e Israel la siniestra sombra que siempre camina a su lado. Éstos nunca van a cambiar voluntariamente su inhumana y prepotente actitud, de modo que la única manera de que la cambien es obligarles a que lo hagan. La cuestión es cómo. La batalla consultiva, por consolidada y contundente, ya está ganada. Pero, aunque importante, la victoria sigue siendo insuficiente; prueba de ello es que el bloqueo sigue vigente. Y, por frustrantes, las victorias “sin premio” pueden llegar a ser peligrosas.
El imperialismo tiene motivo más que suficiente para avergonzarse del espectáculo tan nefasto que cada año ofrecen al mundo, pero carecen de vergüenza y no se sonrojan. Poco o nada les importa una condena que nunca les obliga a rectificar su deplorable conducta ni se traduce en ineludible sanción. El precio que deben pagar es muy caro, pero el que pagan es inexistente; les sale gratis su incalificable desprecio hacia el resto de los países del mundo.
Urge, pues, dar un nuevo paso adelante. A día de hoy, la ONU es una herramienta de dominación imperialista. No es de recibo que un país que incumple las reglas más elementales de la Organización sea, precisamente, quien a su antojo la dirija. La composición del Consejo de Seguridad es totalmente injusta, y el derecho a veto pura expresión fascista. Son muchos los países que piden “a gritos” un cambio radical en su estructura y funcionamiento; son muchas las personas que igualmente lo exigen. El compañero Fidel la calificó recientemente de “ridícula ficción jurídica”, y quien fuera presidente de la Asamblea General de la ONU, Miguel d’Escoto, insiste en la necesidad de reinventarla; de hecho, actualmente trabaja en una propuesta de reinvención de la ONU que, según sus palabras, pronto será presentada. El problema es que el enemigo a batir carece de escrúpulos y es realmente poderoso; dos cualidades, por peligrosas, ciertamente preocupantes; máxime cuando el imperio se sabe tocado y decadente.
Otro problema que no se puede obviar es que, evidentemente, no todos los países que rechazan el bloqueo yanqui a Cuba lo hacen motivados por sentimientos de humanidad y justicia. Algunos se mueven por puro interés comercial —muchas de sus empresas son perseguidas y sancionadas por el gobierno de los Estados Unidos por comerciar con la Isla—. ¿Acaso, a escala menor y con su “Posición Común”, la Unión Europea no intenta hacer exactamente lo mismo con Cuba? No debe cundir el desaliento, sin embargo. En cualquier caso, no son pocos los países que realmente están por el cambio; un cambio radical que, pese a quien pese, algún día acabará siendo realidad.
Cuba lleva casi 52 años plantándole cara al imperialismo yanqui, y, a pesar de las represalias que estoicamente soporta por ello —el bloqueo es una de ellas—, ha demostrado al mundo que, además de resistir, ha avanzado más que todos los países que le rodean. Un buen espejo, sin duda, donde poder mirarse. Cambiemos radicalmente la ONU, o inventemos otra organización en la que nadie pise a nadie. Exijamos los derechos que nunca nos debieron faltar, y, cueste lo que cueste, no cesemos en la pelea hasta que nos sean devueltos, hasta conseguir la definitiva victoria.
Cambiemos radicalmente la ONU o inventemos otra organización en la que nadie pise a nadie. Exijamos los derechos que nunca nos debieron faltar.