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EL FRACASO DE COPENHAGUE

Viernes, 29 de Enero de 2,010





La gravedad de los problemas ambientales es algo ya evidente para todos en este siglo XXI que comienza. Esta coyuntura histórica de la humanidad ha sido producida por la industria contaminante y las formas de vida consumistas, de modo que uno de los principales objetivos para el desarrollo humano en nuestros días debería ser detener la destrucción ambiental, reduciendo la actividad económica que lo produce. Pero parece que el modelo económico predominante, basado en el mercado, no puede prescindir de ese tipo de industrias que producen la contaminación, como el petróleo, el armamento, las químicas, los automóviles, la agricultura y la ganadería industrializadas, etc. Y también parece que las poblaciones de los países desarrollados no quieren renunciar a esa forma de vida que les proporciona tantos placeres y comodidades, por muy injusta que sea ese sistema de producción. Esa impotencia es la que se ha escenificado en Conpenhague al comienzo de este invierno.

Especialmente grave es el calentamiento global de la Tierra provocada por los gases de efecto invernadero, que provienen del uso de los combustibles fósiles en la industria y el transporte. Hay suficientes pruebas documentales y estudios científicos sobre ese hecho, que ha sido ampliamente difundido por los medios de comunicación. Y las consecuencias de ese fenómeno son potencialmente catastróficas para el bienestar de millones de personas en todo el mundo, y en definitiva de toda la humanidad; pues aunque no queramos todos los seres humanos dependemos unos de otros en una civilización mundializada, como es la nuestra. Por eso existe un Protocolo de Kyoto, en el que la mayoría de los países de todo el mundo se comprometieron a reducir las emisiones de dióxido de carbono, el principal gas causante del aumento de temperatura en la Tierra. Aunque algunos países como EE.UU. y China no han firmado ese acuerdo internacional, su importancia es enorme como primer paso para un compromiso serio de todos en pro de la sostenibilidad de la vida humana en la Tierra.

Sin embargo, el acuerdo de Kyoto cumple en el año 2010 su plazo de vigencia, y esa circunstancia exige la renovación de los compromisos internacionales sobre el medio ambiente. Por eso se ha celebrado la cumbre de Conpenhague en diciembre del 2009, para afrontar la imprescindible tarea de resolver los problemas ambientales, si es que de verdad se quiere dejar un mundo habitable a las futuras generaciones. Pero lo que se ha escenificado en Conpenhague es la impotencia para resolver los graves problemas de la humanidad actual. Después de una campaña de propaganda en la que los dirigentes de las principales potencias económicas del mundo se comprometían a una reducción significativa de los gases que provocan el efecto invernadero, el acuerdo alcanzado no compromete a nadie a nada. Como en la fábula, los montes parieron un ratón asustado.

No es casualidad que se eligiera el comienzo del invierno para hablar del efecto invernadero. Pues a en unas semanas una ola de frío –de esas que suelen venir en invierno-, magnificada por los medios de comunicación, recorrió Europa haciéndonos olvidar que la temperatura está subiendo. No es casualidad tampoco que el presidente de los EE.UU., cual emperador mundial, haya sido recientemente galardonado con el premio Nobel de la Paz por sus méritos de guerra en Oriente Medio, gracias a que el conflicto se extiende cada vez más en Irak, Palestina, Yemen y Afganistán,... La comedia política está bien escenificada. El emperador romano Calígula, para demostrar su origen divino, nombró embajador a su caballo, ¡nosotros todavía no hemos llegado a tanto!

Éste Premio Nobel de la Paz, se dignó asistir al encuentro de Conpenhague para recoger los aplausos de los asistentes a la cumbre, sin prometer milagros imposibles que sólo pueden simularse en los programas electorales. Donde dije digo, digo Diego. Es por otra parte sorprendente, sin que a nadie le extrañe o le importe un ápice, que en la catástrofe de Haití los EE.UU. se dediquen a ocupar la isla militarmente, en lugar de llevar personal sanitario y alimentos. Previamente una campaña de propaganda sobre la violencia de los hambrientos y los enfermos, nos ha convencido de la necesidad de esa invasión. Pero la evidencia, para el que quiera pensar más allá de las telarañas de los prejuicios, apunta a que los EE.UU. no disponen de otro recurso económico más que los militares, pues en ello se han gastado el presupuesto durante los últimos 30 años de neoliberalismo. La economía capitalista liberal es capaz de esos milagros, al convertir un factor de destrucción como el ejército en un recurso para socorrer a las víctimas de las catástrofes naturales. En cambio un país que mis alumnos consideran pobre y nada envidiable, como es Cuba, es capaz de enviar más de 600 médicos para aliviar la situación de los sufrientes haitianos. A mi esa capacidad para la solidaridad internacional sí me parece envidiable, y no nuestros gloriosos ejércitos humanitarios.

Disculpen Vds. que me haya apartado un poco del tema del artículo, pero aunque no lo parezca está relacionado con lo que ha pasado en Copenhague. En la cumbre casi todo resultó rocambolesco, como la política imperial, como la vida misma en este comienzo de un siglo que se anuncia terrible. Por ejemplo, para remachar el clavo de la incuria con el martillo de los herejes -ahora diestramente blandido por los demócratas de toda la vida-, la represión se ha cebado con los manifestantes pacíficos, que intentaban llamar la atención de la opinión pública mundial sobre la importancia de tomar acuerdos fundamentales para la humanidad en la cumbre climática. Esa represión había sido planificada previamente y se promulgaron las leyes adecuadas para que se hiciera eficazmente. Y esto es la demostración más palpable de que ya se había previsto el fracaso de la Cumbre; y de que ese resultado ha sido fruto del boicot a los acuerdos internacionales por parte de los gobernantes de los países desarrollados. Incluso representantes de primera fila del ecologismo mundial han tenido que pasar unas semanas en la cárcel. No digamos nada de las noticias sobre las detenciones masivas de ciudadanos, ni sobre las penosas condiciones de retención en naves industriales –los lectores pueden encontrar esa información en los medios alternativos-. Pues al fin y al cabo, todo esto es ‘pecata minuta’, comparado con lo que están sufriendo las gentes del mundo ‘subdesarrollado’, invasiones, ataques preventivos, asesinatos selectivos, torturas en campos de concentración, hambrunas, pestes, etc…

Sin embargo, en medio de la ceremonia de la confusión, hubo quien puso un ápice de razón. Pero mis querido lectores no respirarán aliviados, al saber que la razón la pusieron los políticos más denostados del mundo. Con la intervención de los presidentes sudamericanos Hugo Chávez y Evo Morales, se puso un poco de cordura en la cumbre. Su disidencia frente a los cambalaches y enjuagues de la cumbre ha dado un toque de honestidad a la reunión. Gracias a ellos no todo está perdido, para quien de verdad cree en la humanidad y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Gracias a Morales y Chávez se ha podido mostrar a las claras la división de la humanidad actual entre los países pobres y los países ricos; los primeros sufrirán los efectos devastadores del cambio climático, como sequías, inundaciones, huracanes, etc.; los segundos son los causantes del problema.

La negativa de los ricos a rebajar un poco su cotas de consumo en bien de la humanidad, proviene del egoísmo más ciego e ignorante. La insolidaridad de los ricos no es sorprendente, incluso cuando, como ahora, se acerca a una actitud criminal; lo que sorprende es que hoy en día haya tanta gente cuyo único objetivo en la vida es ser rico a costa de lo que sea –incluidos sus propios descendientes-, gente que sólo se preocupa de cuidar de su propio bienestercaiga quien caiga. Ese egoísmo sin disfraces en lo que se nos presenta como la libertad, nuestra libertad. Eso no tiene nada que ver con la verdadera sabiduría, con una tradición de dos mil quinientos años de filosofía: la cultura europea ha perdido el norte; ya los perdió en el siglo XX con sus dos guerras mundiales y sus regímenes fascistas y no ha sabido recuperarlo. Pues ahora llevamos treinta años de neoliberalismo y nos hemos acostumbrado a la mentira institucionalizada, sin que eso nos preocupe demasiado, porque estamos ocupados en mirarnos el ombligo, sin reconocer nuestras responsabilidades ni nuestros deberes. Nuestro mundo está derivando rápidamente hacia una situación histórica muy crítica. Quizás se repitan situaciones históricas que parecían superadas y que no debían volverse a repetir. Veremos si el insigne Premio Nobel de la Paz 2009 no está preparando otra guerra contra aquellos países que atreviéndose a contruir su propio camino histórico son verdadera la esperanza de la humanidad.

Horror, pavor e indignación al leer la página de opinión de Público

28-01-2010




Empieza a ser costumbre. Es difícil encontrar una página de opinión en el diario que dice ser de centroizquierda que no escandalice [1]. Otro muestra más, por si fuera necesario: el artículo que Adolfo García Ortega publicó el pasado 27 de enero con el título: “Por qué hay que recordar la ‘Shoá” [2]. No parece contradictorio con lo que se ha señalado en algunos medios alternativos: la anunciada ofensiva político-cultural de Israel y sus amigos y aliados: se trata de proclamar, donde sea y como sea, las bondades del agresivo Estado étnico y apagar todo tipo de críticas creando confusión y desinformaciones en sus alrededores.

El artículo del autor de El mapa de la vida empieza recordando lo que, más allá de algún matiz marginal sobre el por qué ser única y exclusivamente judíos, es aceptado universalmente:

Hay más de un millón de niños judíos que, de no haber existido la Shoah, ni la Solución Final, ni haber sido asesinados industrialmente, hoy tendrían entre 65 y 80 años. Sus vidas habrían estado llenas de cosas buenas o de cosas malas, no se puede saber, porque es absurdo pretender saber cómo habría sido la historia de lo que nunca ocurrió. Lo que sí es cierto es que las vidas que no vivieron, los hijos que no tuvieron, las enseñanzas que no adquirieron, los amores que se perdieron, todo eso es vida que les fue impedida, arrebatada y eliminada por ser única y exclusivamente judíos. Si incluimos a los adultos, podemos elevar el número hasta el conocido referente de los seis millones.

Este, señala, es un hecho sin paliativos, un hecho atroz, remarca. Cada 27 de enero se recuerda la Shoah como la extrema barbarie conscientemente genocida. Es justo que se recuerde, apunta García Ortega:

[…] y que se haga con toda la lucidez y toda la puesta en presente de la memoria, para evitar por encima de todo el olvido, y por tanto la condena a la posible repetición en el futuro.

En los últimos años, denuncia, las aberrantes teorías del negacionismo han cobrado un peso demasiado grande, hasta el punto de dárseles un rango intelectual plausible. En su opinión, se suman a otra corriente “según la cual se abusa de la exhibición del Holocausto, se considera que ha devenido en una mezcla de negocio y espectáculo”, como si la Shoah, prosigue, “diera justificación a los judíos, por la vía de la compensación moral, para llevar a cabo, con total impunidad, sus aspiraciones de autoafirmación política”. Dicho de otro modo, complementa García Ortega, “como si el Holocausto fuese una tragedia tras de la que se amparan los horrores del actual Israel”. Conclusión extraída:

[...] de nuevo se vuelve a censurar a un pueblo, el judío, por el mero hecho de serlo. De nuevo se trata de minimizar su asesinato colectivo por el hecho de ser judías las víctimas.

Veamos, veamos con calma. Aceptemos, sin espacio para la duda, la insensatez y crueldad político-moral del negacionismo. Aceptado está. Pero, dando un paso más, ¿qué problema hay en señalar lo que muchos autores han apuntado con documentación, indignación y rabia sobre la, en ocasiones, exhibición mercantil del Holocausto? ¿Qué hay de falsario en señalar que, en ocasiones, y en coincidencia con lo denunciado por víctimas o familiares de víctimas, se usa la inmensa tragedia del holocausto para justificar prácticas políticas estatales injustificables? Ejemplo: las matanzas de Gaza, el ataque militar a una población desprotegida.

¿Cómo hay que interpretar esas corrientes críticas según el autor? Dentro del actual contexto. ¿Qué contexto? El siguiente:

[…] Es obvio que estas corrientes, más o menos extendidas, totalmente simplistas pero nada inocentes, de minimizar el Holocausto tratando de restarle vigencia y razón a su recuerdo, hay que considerarlas dentro del actual contexto socio-político, marcado por un crecimiento del antisemitismo en todo el mundo bajo capa de antiisraelismo.

¿Cómo? ¿Otra vez? ¿Antisemitismo = antiisraelismo? ¿Y quién ha probado esa igualdad? ¿Quién ha construido un buen argumento que permita pasar de las críticas a las prácticas políticas de un Estado a la animadversión visceral, irracional, inadmisible, hacia todos los pueblos semitas?

Esto es motivo de debate, admite García Ortega, y no significa, admite, “que responda a una generalización sin matices”. Pero añade, inconsistentemente,

[…] los intelectuales no dejan de escribir sobre esto en periódicos, foros y ámbitos donde, por desgracia, siempre se acaba coligiendo un desafecto hacia el mundo judío, reproduciéndose los clichés más burdos que, precisamente, condujeron a la Shoah.

¿Periódicos, foros y ámbitos donde siempre se acaba coligiendo un desafecto hacia el mundo judío? ¿Hemos leído bien? ¿Siempre? ¿Periódicos y foros arguyendo contra “el mundo judío”? ¿En qué periódicos? ¿En el NYT? ¿En The WP? ¿En El País? ¿En La República?

García Ortega señala tres razones para seguir recordando la Shoah. La primera: hay que recordarla en sí misma

[…] por el hecho terrible que fue. No es justo compararla con ningún otro hecho, anterior o posterior. Tal vez no se encuentren iguales. Y no debería haber nada que reprochar al hecho de que sus agonistas principales, el pueblo judío, esgriman su derecho al recuerdo.

No acaba de verse por qué es injusto compararla con cualquier hecho anterior o posterior. De hecho, como veremos, el mismo autor parece aventurar a continuación un tratamiento contrapuesto, pero lo importante es que él mismo admite que:

Su voluntad de recordar la Shoah ha de verse, sobre todo, como una magnífica afirmación de vida y de existencia en el concierto de los pueblos y de las naciones. Y aunque algunos, incluidos políticos e intelectuales judíos, israelíes o no, utilicen el Holocausto como argumento de su propia necedad, eso no invalida en absoluto la fuerza moral que el pueblo judío, como colectivo supranacional, tiene para que no se olvide ni uno solo de los nombres de los asesinados.

Así, pues, algunos políticos e intelectuales judíos, vivan o no en Israel, han podido usar “el Holocausto como argumento de su propia necedad”. Luego, entonces, ¿a santo de qué vinieron las anteriores descalificaciones sobre toda crítica a cualquier aproximación no cegada a la temática del Holocausto?

La segunda razón que esgrime García Ortega para recordar la Shoah es que es un hecho que excede a los judíos.

El Holocausto, como también las matanzas del estalinismo, o las del genocidio camboyano o el ruandés o cualquier otro de características similares en cuanto a planificación de eliminación de un pueblo, son responsabilidad de toda la humanidad. Son verdadero patrimonio de la historia planetaria. Y debemos recordarlo porque nos implica como cómplices.

Aquí ahora la comparación sí parece posible. Pero lo curioso es que “ese hecho que excede a los judíos” sea leído en la forma en que se hace y se olvide siempre (¡siempre!) otro vértice de esta barbarie: que no solo fueron ciudadanos y ciudadanas judíos, el pueblo judío en general, quien fue asesinado y perseguido por el nazismo, sino también (y sin que ello quite un quark de importancia a la barbarie del holocausto) otros ciudadanos, demócratas, socialistas comunistas, homosexuales, gitanos, etc, que por su condición o por su resistencia fueron también aplastados por las sucias botas nazis.

La tercera razón para el recuerdo:

evitar la ignorancia y la simplicidad con que se analizan los asuntos relativos a una de las consecuencias derivadas justamente de la Shoah, la existencia del Estado de Israel, una existencia que, aunque tuvo que conquistarse por la sangre y el fuego de toda independencia, nació legitimada por la voluntad judía de no tolerar jamás la repetición del Holocausto. Hoy en día la ignorancia procede del desconocimiento. Y el desconocimiento nace de la confusión. [la cursiva es mía]

¿Existencia de un Estado por la sangre y el fuego que exige toda independencia? ¿La limpieza étnica palestina es un proceso necesario de independencia política? ¿Este asesinato masivo no merece ninguna consideración político-moral por parte del autor? ¿Aquí no hay indicios de barbarie? ¿Legitimación de la limpieza étnica por la voluntad de no permitir jamás la repetición del Holocausto? ¿Qué es esto? ¿Una gastada formulación de que el fin justifica cualquier medio? ¿Barato maquiavelismo de dos por cinco? ¿Cómo puede entenderse esa asimetría de juicio político?

García Ortega concluye señalando que en un mundo y un momento histórico de cambio

[…] cuando la ley de la historia dicta el mestizaje y la convivencia de razas y culturas, es necesario que se evite a toda costa la deshumanización de pueblos enteros, la anulación de razas y religiones por el mero hecho de ser lo que son y de ser otros.

No sé si existe realmente alguna ley de la historia pero si fuera así, o aunque no lo fuera, es justa y necesaria la vindicación del combate contra la deshumanización de pueblos enteros, la lucha contra la anulación de razas y religiones por el mero hecho de ser lo que son y de ser otros. ¿En qué pueblos está pensando el autor de El mapa de la vida? ¿Sólo en el pueblo judío? ¿No cabe en su reflexión el maltrato, la persecución, la ocupación y la misma existencia del pueblo palestino por ejemplo? [3]

Notas:

[1] No sólo son las páginas de “Opinión” desde luego. Público, 27 de enero de 2010, cedió toda una página, la 27, a una entrevista a Pilar González de Frutos, la presidenta de la patronal de seguros Unespa. Ideas esenciales de la conversación: “Hay que reformar con urgencia el sistema de pensiones” y “hay que favorecer el sistema privado de complemento de pensiones”. Con un añadido: suena raro, señala la señora González de Frutos, pero hay que decir a los ciudadanos que deben trabajar más. ¿A quiénes? ¿A las personas que no pueden trabajar aunque puedan y quieran? ¿A los ciudadanos y ciudadanas que superan las 55 horas semanales por semana?

[2] Adolfo García Ortega, “Por qué hay que recordar la ‘Shoá”, Público, 27 de enero d 2010, p. 7.

[3] Definitivamente: Público sigue punto por punto la trayectoria del diario global. ¿Por qué no podrá haber en Sefarad un diario similar a La Jornada o a Il Manifesto? ¿Estamos eternamente condenados? ¿De qué árbol prohibido nos hemos alimentado?

Estragos psicológicos en el Capitalismo 3.0

28-01-2010




“La privatización de lo íntimo concierne más al registro de la confusión que al de la desviación moral: se sustituye una utopía concreta por la fantasía de una afectividad dispensada de los equívocos del mundo vivido. Esta denegación de la fragilidad y este ideal del control tienen consecuencias políticas.”

Michaël Foessel, La privación de lo íntimo (2010)

Cuando empezó la primera ofensiva, años ochenta, las repercusiones psicológicas de la aceleración del capitalismo sobre las personas parecían efectos secundarios: casos aislados. Encerrados en torres de marfil, rodeados de amigos que compartían el rechazo, conscientes de la deriva del sistema hacia el territorio de la conciencia, hacia la dominación interior (hasta hacerla voluntaria y deseada), nos creíamos, a salvo. Parecía que consumir hasta la extenuación (emociones, coches, sexo, viajes, hijos, objetos high tech o lo que fuera) sólo afectaba al universo del dinero y, por tanto, a la necesidad (lógica) de aceptar la moderna esclavitud a cambio de permanecer en el escaparate placentero del consumo. La búsqueda de la satisfacción inmediata era el objetivo. El Capitalismo 3.0 premiaba la sumisión de sus cuadros y dirigentes -provenientes, en su mayoría, de la clase media- con mayor poder adquisitivo. El paso de la potencia al acto se consumaba cada día. Todo era nuevo, deslumbrante. En la condición de único, hecho a medida de tu vida, descansaba el principio del placer, del éxito social y afectivo. Parecía que todo se limitaba a lo económico: la sumisión laboral a cambio de un salario que facilitara el consumo sofisticado.

Las sociedades postsocialdemócratas vivían felices. El régimen democrático caminaba hacia lo virtual, es decir, la política (y el conflicto) ya no era cosa de ciudadanos. Para qué se iban a molestar si el mundo liquido era capaz de proporcionar -con independencia de la política partidista concreta- lo anhelado. La mayoría, en el Occidente democrático de mercado, había alcanzado un grado satisfactorio de bienestar y veía en la globalización un escenario positivo. Las guerras justas preventivas (doctrina consolidada por Obama) eran entendidas -pese a las manifestaciones mundiales y algunos cambios de gobierno sin importancia- como algo natural: una necesidad, un mal menor. Vivíamos felices, la subjetividad que proporciona Internet nos devolvía nuestra identidad perdida en las diferentes etapas de despersonalización del fordismo-taylorismo y ninguna nube se cernía sobre el horizonte. De repente, sonó el despertador. Era la crisis financiera. Nos despertamos en un escenario que no reconocimos, un mal sueño que creíamos olvidado. Cerramos y abrimos los ojos queriendo despejar de nuestra mente la pesadilla que estábamos viendo. El desempleo y la precariedad aumentaron y volvimos, de golpe, a las crisis económicas del siglo XX.

La aceleración provocada desde la década del 90 (turbocapitalismo o hipercapitalismo), un misil a velocidad de la luz contra nuestras defensas sociales y psicológicas, produjo una ruptura radical con la realidad y la creación, al tiempo, de un mundo virtual: se había consumado el secuestro de la voluntad ciudadana, de la condición humana. Cuando quisimos darnos cuenta –un síntoma de la crisis social- el consumo de psicofármacos se había disparado, las consultas de los psicólogos y demás terapeutas estaban abarrotadas, los psiquiatras no tenían horas para recibir a nuevos y anonadados clientes y las relaciones sociales, laborales, familiares o amorosas habían saltado por los aires. Vivíamos felices en el Capitalismo 3.0 y llegó el caos. Los bancos, causantes, en parte, de la crisis financiera (con la complicidad de los gobiernos), fueron rescatados con dinero público, de la comunidad (ver Capitalismo, una historia de amor de Michael Moore). Se habló de brotes verdes, amarillos, azules, rosas, brotes de soja transgénica: eran brotes de locura colectiva. A merced de una fuerte corriente, sin asideros, desesperados, nos agarramos a la virtualidad. Tejimos, con mayor empeño, las redes sociales, amistades recuperadas, amores sin corporalidad, televisión basura como espejo deformante: los mil rostros de la desinformación. El Capitalismo 3.0 estaba ganando su última batalla y, con esta definitiva victoria, la guerra mundial.

Con independencia de que la crisis sea sistémica o coyuntural, el Capitalismo 3.0 se ha instalado para siempre. Avanzarán los programas, como en la informática, pero el marco de actuación, el paradigma, no cambiará. El control sobre la incertidumbre, premisa del modelo neoliberal, será nuestra única razón de ser. Nuestra experiencia mutará en mercancía intercambiable ya que, como sostiene Rifkin en La era del acceso (Paidós, 2000), en el capitalismo sin producción la mano de obra -tal cual la conocemos- será residual en unas décadas. Esta evolución del capitalismo ha generado una evolución psicológica. Ni seres-para-la-muerte (según el modelo heideggeriano), ni seres-para-el-consumo, sino seres-para-la-incertidumbre, preparados para asumir los riesgos (controlados) de la virtualidad. El giro emocional de la población, en marcha desde hace más una década, esta dando sus frutos. La realidad ha desaparecido y su lugar lo ocupa un mapa de sensaciones por donde surfean (expresión de Christian Salmon) las empresas con sus valores, los políticos con sus valores, los amores con sus valores y la mercadotecnia con sus flamantes storytellings. Se ha impuesto la ficción en forma de virtualidad ya que lo único que daba sentido a la realidad era la lucha, el combate contra cualquier forma, material o inmaterial, de opresión.

La tendencia apunta un cambio en la sustancia de la condición humana, obligada a una existencia mermada que se aferrada a redes cibernéticas laborales y emocionales. El modelo Capitalismo 3.0 se está conformando ante nuestros ojos. Su evolución, debido a la tecnología, es imprevisible. La soledad cibernética, nuevo mal du siècle, se aproxima. Destrozado el tejido social y político, el desierto avanza.

Haití pospone votación parlamentaria y suspende vuelos de huérfanos

Jueves 28 de Enero de 2010