Por Patricia Barba Ávila
“Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo,
cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del
mundo. Es la cualidad más linda del revolucionario.” Ernesto “Che”
Guevara

Hoy se cumplen 67 años de un crimen de lesa humanidad todavía impune,
como lo son cientos de actividades de una crueldad inaudita perpetradas
por gobiernos como el norteamericano que por décadas se ha
auto-publicitado como el paladín de la justicia y la democracia y se ha
atribuido unilateralmente y con la complicidad de organismos como la ONU
y la OEA, la facultad de vigilante del mundo, pese a que se cuentan por
centenas de miles las víctimas de sus bombardeos, ataques e invasiones.
No cabe duda que vivimos en un mundo en el que los asesinos se pasean
libremente como si fuesen próceres mientras miles de inocentes mueren y
padecen cárcel, exilio y tortura. Vivimos en un mundo en el que los
delitos son premiados y los valores como la ética y la integridad moral
son castigados. Y es por este absurdo de absurdos, que el brutal
bombardeo por órdenes de Harry Truman los días 6 y 9 de agosto de 1945,
que provocaron la muerte en Hiroshima de 140,000 y en Nagasaki de 80,000
japoneses, permanece impune y sólo es citado como una efeméride más de
las que difunden los medios como parte de su programación. Nada más,
como quien anuncia, con congelada y robótica sonrisa, masacres, muerte e
infortunio en noticieros transformados en shows mercadotécnicos.
Y como si este crimen de crímenes no hubiese originado suficiente
sufrimiento, décadas después todavía seguían falleciendo seres humanos
de leucemia y otras modalidades de cáncer debido a las radiaciones
emitidas por las bombas lanzadas contra esas dos ciudades japonesas.
Adicionalmente, también han nacido niños con malformaciones como
microcefalia entre otras.
Así, bajo la égida de los anti-valores como la codicia, la crueldad,
la mentira y la manipulación, seguimos atestiguando la muerte y el
sufrimiento de mineros, campesinos, indígenas y comunicadores valientes y
honestos en un número alarmante tanto en México como en otros países
hermanos. No sólo llevamos registrados en nuestro país más de 60,000
muertos como resultado de una guerra que el gobierno calderonista ha
publicitado como “combate al crimen organizado” cuando en realidad ha
sido dirigida contra la población en el marco del Plan Mérida, sino que
virtualmente todos los días, a lo largo y ancho de nuestra nación, nos
enteramos del deceso de decenas de trabajadores de las minas de carbón,
además del fallecimiento por hambre y enfermedades curables de cientos
de hermanos en las comunidades indígenas, que se suman al asesinato y
represión de decenas de periodistas, mientras que el cartel delictivo
disfrazado de gobierno mexicano continúa promoviendo su imagen y
disfrutando de una vida palaciega en total impunidad.
Ni la ONU, ni la OEA, ni la OIT ni la OMS, entre otras
organizaciones, han podido o querido solucionar esta situación
generalizada y masiva de permanente violación del mismísimo derecho a la
vida, ya que su propia existencia depende de los millonarios subsidios
que la clase gobernante de los países miembros les destinan para
“parecer” que actúan y se preocupan, porque justamente de eso se trata:
de apariencias; de simular que se protege y respeta los derechos
humanos…sólo parecer. Así pues, se crea comisiones, procuradurías, etc,
que sólo engrosan una burocracia onerosa e inútil mientras que los
presupuestos para la salud, la educación, la vivienda son reducidos por
órdenes de una entidad creada supuestamente para apoyar la economía de
las naciones: el Fondo Monetario Internacional, llamado con toda razón
“el Fondo Más Infame”. Esta situación brutal prevalece lo mismo en las
naciones del “tercer mundo” que en las mal llamadas del “primer mundo”
como los E.U. e Inglaterra.
Hoy como ayer, los dictadores y criminales son apoyados por el cartel
financiero internacional mientras que los gobiernos democráticamente
electos son atacados mediante actividades desestabilizadoras o golpes de
estado, como ha sido el caso de Guatemala, Chile, Argentina, México,
Honduras, etc., a contrapelo de lo que sucede con sujetos acusados de
crímenes de lesa humanidad como Ernesto Zedillo y Felipe Calderón, a
quienes se les recibe con bombo y platillo en el vecino país. No es de
extrañar, por tanto, que bajo el dominio de los poderes fácticos y
cabilderos que controlan tanto el Congreso como la Casa Blanca, ocurran
hechos terribles como asesinatos en escuelas y salas de cine perpetrados
por adolescentes, jóvenes y ex miembros del ejército enloquecidos por
el salvajismo que viven en las invasiones y ataques a naciones cuyo
único pecado es su aspiración a la soberanía.

Somos testigos también del encarcelamiento y tortura al que están
siendo sometidos Bradley Manning, Oscar López Rivera, los Cinco Cubanos,
Mumia Abu-Jamal, etc., y la persecución infame de ciudadanos
respetables y respetados como Julian Assange, Lucía Morett, Lydia Cacho,
entre otros, mientras que asesinos y delincuentes como George W. Bush,
Tony Blair, José María Aznar, Silvio Berlusconi, Carlos Salinas, por
nombrar sólo algunos, disfrutan de las fortunas derivadas de la sangre y
sufrimiento de sus víctimas.
Sí,
sin duda alguna, el mundo está al revés y está en manos de los pueblos
su enderezamiento para construir una sociedad de naciones hermanadas por
la solidaridad, el respeto y la igualdad entre todos sus miembros.
Ahora, en que la potencia de las bombas de hidrógeno es 100 veces mayor a
la de las lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki, es que la resistencia
pacífica pero firme de los ciudadanos en el planeta, logre terminar con
la crisis económica, moral y política que padecemos antes de que nuestra
destrucción sea inevitable.
Los pueblos que no aprenden de su historia, están condenados a repetirla.