Ponencia de ARGENPRESS en el Taller Internacional, en La Habana, Cuba |
“Cuanto
más se acrecienta la interactividad global, más se impone la exigencia
de una visión panóptica y totalitaria. A la famosa “burbuja virtual” de
la economía del mercado único le sucede esta burbuja visual donde la
amplificación de las apariencias desempeñará muy pronto el mismo papel
multiplicador que el de la especulación financiera”. Paul Virilio
(“Televigilancia global”)
La revolución
científico-técnológica está conmoviendo la vida humana, sus pautas
sociales, culturales, económicas y políticas. Estos avances científicos
auguran, o deberían augurar, al menos, un futuro promisorio. Pero
también es cierto que, como en los casos de la ingeniería genética y las
comunicaciones, existen interrogantes ético-sociales y políticos que
deben ser resueltos para que estos cambios transformadores no se
conviertan en nuevas formas de coerción y autoritarismo.
El ojo
de Dios está siendo reemplazado por el ojo de la Humanidad. La
revolución comunicacional y cibernética, mediante los satélites, lo está
permitiendo. La utilización de los sistemas de televigilancia satelital
denominados Echelon (norteamericano), Enfopol (europeo) y Sorm (ruso)
han puesto de relieve los problemas que plantean a las libertades
individuales y de las naciones, problemas que superan las visiones
apocalípticas de Julio Verne, George Orwell, James Burnham, Jack London y
Ray Bradbury, quienes desde distintas ópticas, previeron y describieron
de manera fantástica las formas totalitarias reales contemporáneas.
Esta
situación a la que se suman el uso de internet y todas las expresiones
de la telemática, ha cambiado la realidad del espacio-tiempo de nuestros
desplazamientos físicos y la perspectiva que organizaba, desde hace más
de cinco siglos, nuestra visión del mundo. Hay, entonces, una realidad
actual e inmediata en la cual se desplaza nuestro cuerpo y en la cual
reflexionamos, y una realidad virtual (multimediática) en la cual se
inserta cada vez más a menudo nuestra relación con el mundo y con
quienes están lejos, en otras regiones o continentes, en las antípodas.
Se
sostiene que la globalización comunicacional nos acerca a esas personas
y regiones; pero lo cierto es que, por el contrario, se produce un
efecto inverso, de tipo fragmentador, donde el mundo virtual nos separa
de la relación cotidiana y de la interacción humana. Otro tanto ocurre
con la información. Es enorme el acopio de información a través de la
radio, la televisión por cable o satelital, mediante el uso de internet o
la prensa escrita. Pero esa información mediática y abrumadora,
disminuye el espíritu crítico del receptor. Salvo el caso del internet,
donde a veces se posibilita el diálogo telemático, el resto de la
información está impuesto, y muchas veces, manipulado. De esta manera se
impide el diálogo, el debate, la valoración, la crítica junto a otros.
Se rompen los vínculos comunitarios y la vida social activa.
El
principio de solidaridad es un vínculo fundamental que, con la
modernidad, ayudó a los hombres y mujeres a convivir, a buscar reglas de
consenso, tanto en la vida familiar como social, evitando la guerra y
la destrucción que había caracterizado a la sociedad antigua. Es cierto
que el principio de la solidaridad entre los pueblos fue desmentido por
luchas fratricidas, por la oposición de intereses económicos y de poder,
y que las dos guerras mundiales cuestionaron. Pero el plexo valorativo
que unía a la solidaridad con los valores de libertad, justicia, paz y
cooperación siempre estuvo presente desde las brutales guerras de
religión que sufrió particularmente Europa a partir del siglo XVI. Lo
que planteó en el final del siglo XX la posmodernidad, la teoría del
“fin de la historia” y de las ideologías, especialmente con Daniel Bell y
Francis Fukuyama, ha sido la transformación del humanismo que venía del
Renacimiento, del iluminismo y del historicismo, por la creación del
hombre “light” (suave), hedonista, narcisista, insolidario, brutalmente
individualista, que reemplaza los valores de la democracia por los del
mítico mercado. Hombre, por supuesto, hiper consumidor y que, hoy por
hoy, podríamos graficar metafóricamente como sentado ante una pantalla,
pasivo, dejándose invadir por imágenes fascinantes.
Así la
política se transforma en “espectáculo hedonista” (nunca en lucha de
intereses o de clases sociales), el hombre y la mujer se realizan
supuestamente en el “mercado” y el paradigma no son valores
revolucionarios, éticos o religiosos sino el “consumismo”. Surgiría así
una suerte de individualismo narcisista y psicologista donde el vacío de
la vida sería completado a partir de grupos de interés limitados, de
conciencia y práctica social segmentada. La vida no se realizaría en los
partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones culturales o
solidarias, sino en grupos muy limitados, quizá solo incluso, ante una
pantalla generadora de imágenes electrónicas. La ética es una “ética
indolora” que antepone siempre los derechos a los deberes (pragmatismo
sin principios) cuyo máximo de moralidad es la “ética de la empresa
capitalista”.
El “modo de comunicación”
En este sentido,
hay una verdadera mutación de la sociedad. En cuanto a los sistemas de
comunicación, se ha comenzado a estudiar en los medios científicos y
académicos lo que se denomina “modo de comunicación”. Esta concepción va
más allá de los límites del análisis positivista, estructuralista,
fenomenológico y weberiano, conocidos hasta los años setenta. Después de
Vigilar y castigar de Michel Foucault, las corrientes mencionadas
quedaron de alguna manera entre paréntesis y ninguna de ellas pueden
ignorar los nuevos sistemas de dominación.
El “modo de
información” designa al campo de la experiencia lingüística, cuyas
relaciones estructurales básicas cambian en cada período, exactamente
como las relaciones del modo de producción, hecho que no fue previsto
por el marxismo de los clásicos, cuestión que se expone ahora ante la
realidad social mediante las complejas formas de comunicación e
información.
El mercado también se ha transformado. La estructura
de la significación en la publicidad ha cambiado y los medios
electrónicos favorecen también este tipo de proceso. Pero esta
revolución en manos de sectores que la utilicen para la coerción,
permite vigilar mensajes y acciones, al mismo tiempo que completan el
proceso de automatización de la producción.
Para tener una visión
de conjunto debemos recordar las cinco grandes revoluciones
comunicacionales: 1) la imprenta, el invento de Gutenberg logrado en
1445, que impulsó la Reforma protestante y un cambio total en las
costumbres y en la sociedad; 2) la radio, que desde la década veinte del
siglo XX impulsó la cultura auditiva de masas; 3) la revolución icónica
o de la imagen, con la incorporación del cine y la televisión; 4) la
computadora y su uso masivo a partir de los años ochenta del pasado
siglo y 5) la multimedia y el internet, que ha reunido la telefonía, la
televisión y la computadora, marcando en este momento la pauta de la
nueva cultura comunicacional.
Así es que nos encontramos ante
medios electrónicos de comunicación que hacen estallar los límites del
espacio-tiempo de los mensajes, permiten la vigilancia de mensajes y
acciones, desespacializan ciertos tipos de trabajo, hacen que los
significantes sean flotantes en relación con sus referentes, sustituyen
ciertas formas de relaciones sociales, modifican la relación
texto/autor, extienden al infinito la memoria humana y socavan la
ontología cartesiana del sujeto y del objeto. La “realidad” se
constituye en la dimensión “irreal” de los medios de comunicación como
nunca el hombre pudo imaginar desde la invención de la imprenta y el
comienzo de la revolución comunicacional con Norbert Wiener, en 1948,
cuando impulsó los estudios cibernéticos. Wiener era un humanista que
advirtió tempranamente que sus elaboraciones debían ser utilizadas para
el crecimiento de la humanidad y el bienestar social, y no para generar
sistemas totalitarios.
A propósito del “modo de comunicación”,
Mark Poster sostuvo que “en esta esfera ya no hay actos puros; sólo hay
representaciones lingüísticamente transformadas que son los actos
mismos. Estos conceptos muestran el carácter totalmente nuevo de la
experiencia lingüística, un carácter que tiene un alcance inestimable
para reconstruir el mundo social incluso estructuras de dominación
enteramente nuevas. Los historiadores empeñados en el proyecto de
emancipación, ya sea en una óptica liberal, ya sea en una óptica
marxista o de otra índole, deben preocuparse por analizar el modo de
información, proyecto en el cual la teoría del modo de producción no les
servirá de gran ayuda” (1).
Medios electrónicos e imprenta
Lo
que diferencia a los medios electrónicos de la imprenta es su múltiple
capacidad de dirección, que es muy compleja. La imprenta emite
significantes partiendo de una fuente, la computadora recoge
significantes que le llegan de todas partes; mientras la imprenta
extiende la “influencia” del sujeto comunicante o del texto que
comunica, la computadora autoriza al receptor de los significantes a
controlar el emisor. Los centros de poder se convierten en destinatarios
panópticos cuya “memoria” es una nueva estructura de dominación. Un
banquero almacena por computadora el comportamiento económico y personal
de sus clientes y los comunica a otros banqueros o empresarios por un
precio. La experiencia comunicativa se ha modificado. Los medios
electrónicos fomentan la dispersión de la comunidad, pero facilitan al
mismo tiempo su vigilancia. Lo del banquero u otro agente es la
“datavigilancia”, denominada así por Roger Clarke en 1994: “El uso
sistemático de bases de datos personales en la investigación o monitoreo
de las acciones o comunicaciones de una o más personas”.
Otro
tanto ocurre con el dinero plástico. Las “tarjetas de crédito” no son la
bandera del fin del milenio, como sostuvo desaprensivamente Giles
Lipovetsky. Por el contrario, constituyen un asalto de la privacidad en
tanto sean utilizadas como fuente de datos que se venden en un mercado
ilegal paralelo. La información, que día a día dejan millones de
personas en el trámite administrativo donde se utiliza dinero plástico,
implica conocer hábitos de consumo y hasta la vida íntima de las
personas (2). Otro tanto ocurre con el mercado laboral donde las “listas
negras” circulan entre los conglomerados empresarios, dejando en la
calle a cualquiera que se oponga a una injusticia, o demande por justas
reivindicaciones. En tiempos de paro forzado, de desocupación
estructural, donde se reasegura un enorme “ejército de reserva” laboral,
que encubre formas de servidumbre y llega hasta casos de esclavitud con
los indocumentados, este tipo de vigilancia se transforma en un arma
brutal, mucho más que la utilización de los esquiroles o “rompehuelgas”
de principios del siglo XX. Lo mismo ocurre con las informaciones
médicas acumuladas en sanatorios y hospitales, en centros de salud o en
consultorios privados, cuya utilización fuera del marco específico se
transforma en valioso botín de información confidencial (3).
El
mercado, entonces, también se transforma. Semiólogos han analizado la
estructura de significación de la publicidad e insisten en la diferencia
del significante y la recodificación de las mercancías. Los medios
electrónicos favorecen este tipo de proceso.
Volvamos a Mark
Poster, quien en su estudio Foucault, el presente y la historia,
describe lúcidamente la relación que hay entre la computadora y quien la
utiliza: “Uno no escribe en la computadora -dice- como en una hoja de
papel en blanco. En primer lugar, los pixels que se encienden en la
pantalla según ciertas estructuras no son semejantes a los rasgos de la
tinta o del lápiz. Son signos ‘inmateriales’, no rasgos que obedezcan al
principio de la inmercia. El espíritu del operador se ve frente, no a
la resistencia de la materia, sino a una pantalla cuya condición
ontológica es nueva, a medias material, a medias ideal. El texto de una
pantalla de computadora se desvanece tanto como pueden desvanecerse las
palabras de un orador y puede ser corregido o cambiado instantáneamente.
Así un individuo crea un texto en la computadora dentro de la
interacción con un ‘objeto’ que está más próximo a su cerebro de lo que
está una hoja de papel”.
Aquí hay un hecho nuevo. Sin llegar a
serlo totalmente, la computadora actúa parcialmente como un cerebro. Es
decir, puede tener acceso a bases de datos almacenados que se parecen a
la memoria y que desarrollan algunas de sus posibilidades. La
computadora puede sustituir una conversación hablante, pilotear
máquinas, puede actuar en la comunicación en el lugar de las personas.
No caben dudas que nos encontramos ante una lógica distinta a la
cartesiana que obra sobre el mundo de la naturaleza y que los nuevos
agentes (robots) deben tenerse en cuenta.
¿Cómo enfrenta el
humanismo de la libertad esta situación? ¿Cómo advertir los aspectos
totalitarios encubiertos en un manejo no democrático de los nuevos
avances científico-tecnológicos y la imposición de una nueva ideología
“única”? ¿Cómo democratizar y resocializar los avances científicos, que
corresponden a toda la humanidad, y no solo a grupos económicos,
sociales o políticos? Tal es el interrogante que los científicos del
derecho y los investigadores sociales deben responder, en el cual la
teoría del modo de producción aislada no les servirá de ayuda. La
respuesta debe ser superadora y no caer en la nostalgia luddista.
Las nuevas formas de dominación
Utilizamos
aquí la palabra “panóptico” que sintetiza los poderes de dominación
sobre las personas, los individuos y la sociedad. Michel Foucault fue el
primero que advirtió sobre el significado del término debido a Jeremías
Bentham, quien editó a fines del siglo XVIII un libro con ese nombre.
En Vigilar y castigar, Foucault describe al jurista inglés como un
“Fourier de una sociedad policial” y dice que su libro El Panóptico,
constituyó “un acontecimiento en la historia del espíritu humano” y fue
“una especie de huevo de Colón en el campo de la política”.
El
pensador francés descubrió la obra de Bentham estudiando los orígenes de
la medicina clínica, la construcción y arquitectura de los hospitales.
Bentham creó el panóptico, un edificio que en su periferia era circular;
en el centro había una torre; ésta aparecía atravesada por amplios
ventanales que se abrían sobre la cara interior del círculo. El edificio
periférico estaba dividido en celdas, cada uno de los cuales ocupaba
todo el espesor del edificio. Estas celdas tenían dos ventanas: una
abierta hacia el interior que se corresponde con las ventanas de la
torre; y otra hacia el exterior que dejaba pasar la luz de un lado al
otro de la celda. Basta pues situar un vigilante en la torre central y
encerrar en cada celda un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un
alumno. Mediante el efecto de contra-luz se pueden captar desde la
torre las siluetas prisioneras en las celdas de la periferia proyectadas
y recortadas en la luz. En suma, se invertía el principio de la
mazmorra clásica. La plena luz y la mirada de un vigilante captaban
mejor que la sombra, que en último término cumplía una función
protectora.
En realidad, mucho antes de Bentham ya se había
ensayado el modelo de construcción con visibilidad aislante con la
Escuela militar de París de 1755 en lo referente a los dormitorios. Cada
alumno debía disponer de una celda con cristalera a través del cual
podía ser visto toda la noche sin tener ningún contacto con sus
condiscípulos, ni siquiera con los criados. Existía además un mecanismo
muy complicado con el único fin de que el peluquero pudiese peinar a
cada uno de los pensionistas sin tocarlo físicamente: la cabeza del
alumno pasaba a través de un tragaluz, quedando el cuerpo del otro lado
de un tabique de cristales que permitía ver todo lo que ocurría. Bentham
explicó en su momento que su hermano había visitado la Escuela militar
referida y fue él quien tuvo la idea del panóptico.
Foucault
explicó el rol moderno coercitivo de la arquitectura, salvo
constructores humanistas como el finlandés Alvar Aalto y el holandés
Peter Oud. En la Argentina, las construcciones de edificios para el
funcionamiento de universidades -tal el caso de la de Mar del Plata-
fueron ideados durante la última dictadura militar constituyendo un
claro ejemplo de edificio-cárcel, donde no existen espacios para
realizar manifestaciones o actos en el interior del establecimiento, y
las escalinatas, breves, en diversos desniveles, que interconectan los
pasillos interiores, impiden el recorrido de una expresión masiva de
estudiantes.
“Desde finales del siglo XVIII -decía Foucault-, la
arquitectura comienza a estar ligada a los problemas de la población, de
salud, de urbanismo. Antes, el arte de construir respondía, sobre todo a
la necesidad de manifestar el poder, la divinidad, la fuerza. El
palacio y la iglesia constituían las grandes formas, a las que hay que
añadir las plazas fuertes; se manifestaba el poderío, se manifestaba el
soberano, se manifestaba Dios. La arquitectura se ha desarrollado
durante mucho tiempo alrededor de estas exigencias. Pero, a finales del
siglo XVIII, aparecen nuevos problemas: se trata de servirse de la
organización del espacio para fines económico-políticos” (4).
La
idea fundamental es la siguiente: en el Panóptico, cada uno, según su
puesto, está vigilado por todos los demás, o al menos por alguno de
ellos; se está en presencia de un aparato de desconfianza total y
circulante porque carece de un punto absoluto. El poder ya no se
identifica sustancialmente con un individuo, como ocurría con el monarca
absoluto o el dictador clásico, se convierte en una maquinaria de la
que nadie es titular. “En esta máquina -explicaba Foucault- nadie ocupa
el mismo puesto, sin duda ciertos puestos son preponderantes y permiten
la producción de efectos de supremacía. De esta forma, estos puestos
pueden asegurar una dominación de clase en la misma medida en que
disocian el poder de la potestad individual”.
Pero no solo se ha
dado este proceso en la sociedad industrial capitalista que puso en
marcha todo el aparato de poder perfeccionándolo ahora mediante la
utilización de satélites-espías. Estas formas totalitarias también
aparecieron en la sociedad soviética. El estalinismo, que correspondió
también a un período de acumulación de capital y de instauración de un
poder autocrático, desarrolló las formas represivas del panóptico.
Incluso se utilizó la psiquiatría como forma de amedrentar o torturar a
los disidentes. Muchos críticos del sistema eran conducidos a
establecimientos psiquiátricos y eran considerados “locos”,
aplicándoseles electroshocks. Otro tanto ocurrió en Estados Unidos con
los presos puertorriqueños, en los años cuarenta y principios de los
cincuenta que fueron torturados -entre ellos el eminente Pedro Albizu
Campos- quemándoseles las plantas de los pies con rayos nucleares.
Las
concepciones doctrinarias tradicionales para comprender las ideologías
del poder político -por ejemplo la de Bertrand de Jouvenel-, están hoy
superadas. En 1964, Herbert Marcuse llamó la atención sobre el
particular, especialmente en El hombre unidimensional y en La sociedad
carnívora. Bajo la apariencia de un mundo cada vez más conformado por la
tecnología y la ciencia, se manifiesta la irracionalidad de un modelo
de organización de la sociedad que, en lugar de liberar al individuo, lo
sojuzga. La racionalidad técnica, la razón instrumental, han reducido
el discurso y el pensamiento a una dimensión única que hace concordar la
cosa y su función, la realidad y la apariencia, la esencia y la
existencia. Esta «sociedad unidimensional» ha anulado el espacio del
pensamiento crítico. Marcuse -cuyas ideas fueron difundidas por la
revista doctrinaria cubana Pensamiento Crítico- puso a la vista el
“lenguaje unidimensional” difundido por los medios de comunicación.
La
respuesta a esta situación parece estar en la necesidad de restaurar la
comunicación en el espacio público ampliado al conjunto de la sociedad
mediante la actividad de los grupos sociales, aplicando formas de
autogestión que rompan el engranaje del poder único. Jürgen Habermas lo
estudió en sus libros La técnica y la ciencia como ideología y en El
espacio público, a propósito de las formas de comunicación
desmitificadoras puestas en práctica durante una rebelión de estudiantes
californianos y por los movimientos de consumidores norteamericanos.
Privacidad versus opacidad del poder
El
rescate de la privacidad conjuntamente con la defensa del “espacio
público” son algunas de las armas con las que enfrentar la opacidad de
un nuevo poder totalitario, basado en la dictadura de las
trasnacionales, la pretensión hegemónica de un pensamiento único, la
irracionalidad de las tendencias “posmodernas” y la privatización de “lo
público” a manos de intereses de los conglomerados económicos.
Gary
Marx, en su libro Undercover: Police Surveillance In América (1988) y
especialmente en su ensayo “Technology and Privacy” (1990), publicado en
The World and I, propone un catálogo sobre las “falacias” ideológicas
que es necesario desenmascarar. Esas falacias son las siguientes:
•
La falacia de pensar que el significado de una tecnología se apoya
solamente sobre sus aspectos prácticos o materiales y no sobre su
simbolismo social y sus referentes históricos.
• La falacia “frankesteiniana” de que la tecnología siempre será la solución y nunca el problema.
• La falacia de que la tecnología es neutra.
• La falacia de que el consenso y la homogeneidad sociales hacen inexistentes los conflictos y divisiones y que lo bueno para quienes tienen el poder económico, político y militar es bueno para todo el mundo.
• La falacia del consentimiento implícito y la libre elección.
• La falacia legalista de que sólo porque uno tiene derecho legal a hacer algo entonces es correcto hacerlo.
• La falacia de suponer que sólo los culpables tienen algo que temer del desarrollo de la tecnología invasiva (o, si uno no hizo nada malo, entonces no tiene nada que esconder).
• La falacia de creer que la información personal de clientes y casos en posesión de una compañía es sólo una clase más de propiedad para ser comprada y vendida del mismo modo que los muebles de oficina o los insumos.
• La falacia de no ver factores sociales y políticos involucrados en la recolección y construción de los datos.
• La falacia de suponer que, dado que nuestras expectativas sobre la privacidad están históricamente determinadas y son relativas, entonces se harán necesariamente cada vez más débiles a medida que la tecnología se vuelva más poderosa.
• La falacia “frankesteiniana” de que la tecnología siempre será la solución y nunca el problema.
• La falacia de que la tecnología es neutra.
• La falacia de que el consenso y la homogeneidad sociales hacen inexistentes los conflictos y divisiones y que lo bueno para quienes tienen el poder económico, político y militar es bueno para todo el mundo.
• La falacia del consentimiento implícito y la libre elección.
• La falacia legalista de que sólo porque uno tiene derecho legal a hacer algo entonces es correcto hacerlo.
• La falacia de suponer que sólo los culpables tienen algo que temer del desarrollo de la tecnología invasiva (o, si uno no hizo nada malo, entonces no tiene nada que esconder).
• La falacia de creer que la información personal de clientes y casos en posesión de una compañía es sólo una clase más de propiedad para ser comprada y vendida del mismo modo que los muebles de oficina o los insumos.
• La falacia de no ver factores sociales y políticos involucrados en la recolección y construción de los datos.
• La falacia de suponer que, dado que nuestras expectativas sobre la privacidad están históricamente determinadas y son relativas, entonces se harán necesariamente cada vez más débiles a medida que la tecnología se vuelva más poderosa.
Defender la intimidad, los derechos
personalísimos de la persona, no es una muestra de individualismo. Es la
defensa de la libertad personal. Ese derecho debe compatibilizarse con
el derecho al “espacio público”, hoy agredido por la expropiación
privada de intereses ajenos al interés social.
Se trata de
establecer, desde el derecho y la ciencia política, que la cuestión de
la libertad y la democracia no se puede resumir, como sostuvo el
liberalismo clásico, en el derecho a ejercer uno su voluntad. Reside
también, y esto es fundamental en el nuevo milenio, en el derecho a
dominar uno mismo el proceso de formación de esa voluntad ante las
nuevas formas totalitarias. El control no puede estar en manos del
Estado ni de las trasnacionales o de los monopolios capitalistas, como
ocurre ahora y los políticos, juristas y cientistas sociales deberán
responder sobre cuáles son las nuevas instituciones que desde la
sociedad civil alienten y protejan el dominio del proceso de formación
de la voluntad para que uno mismo pueda ejercer realmente esa voluntad,
de manera individual o en forma colectiva.
El nuevo Panóptico ante el derecho
En
el derecho argentino, salvo algunos trabajos del miembro de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación Carlos S. Fayt, y del tratadista
Humberto Quiroga Lavié, no se ha estudiado el fenómeno cibernético y
comunicacional desde el punto de vista jurídico. Fayt se ha acercado al
problema en su obra La Omnipotencia de la prensa. Su juicio de realidad
en la jurisprudencia argentina y norteamericana. Por su parte, Quiroga
Lavié lo hizo en varios estudios sobre la repercusión de la cibernética
en la sociedad y en el derecho. Hay, en cambio, una frondosa
jurisprudencia y bibliografía en torno a la libertad de prensa, el
derecho de réplica, los delitos a través de la prensa, la censura previa
y otras restricciones a la libertad informativa y respecto a cuestiones
económicas y patrimoniales.
Pero existe un vacío
jurisprudencial, doctrinario y constitucional ante las nuevas formas
totalitarias que esta vez no solo provienen del Estado sino también
desde los grupos económicos concentrados que enlazan sus intereses con
los de los gobiernos.
Lo curioso es que se diluye la información,
como se expresó, mediante una catarata informativa que, por medio de la
superficialidad, la banalidad, la falta de verificación y la
manipulación intencionada, distorsionan el proceso de información.
“Infoxicación”, como cabalmente se la ha llamado: decir todo, decir
muchísimo sobre todas las cosas, bombardear con “información” para, en
realidad, no decir nada. Algo así como una versión “comunicacional” del
gatopardismo de Giuseppe Lampedusa: cambiar todo para que nada cambie.
Dice
Fayt que “el universo de la comunicación presupone la interacción
simbólica, en un proceso que comprende la pregunta y la respuesta y
culmina en la introyección y en la proyección. De allí la importancia de
la semiótica en la comunicación, donde se utilizan las palabras y los
gestos, es decir la forma verbal y gestual del ser. Nuestro tema es la
información y la comunicación social, no la interpersonal. Esta es
primaria, directa y recíproca. La otra es indirecta, colectiva,
simultánea y masiva. Su circuito comprende el medio, la emisión y la
recepción de un mensaje. Los medios son la prensa, la radio, la
televisión, el cine, que condicionan el mensaje conforme a su diversa
naturaleza”.
Es cierto que la información sería equivalente a una
comunicación con un fin pretederminado y por ello, la información
aparecería como la fase de provisión del contenido de la información.
Pero también es cierto que esa información parece difícil de lograrse si
no se le suman las características del mensaje, su elaboración, las
formas y condiciones para emitirlo y su relación con los
acontecimientos, los hechos, las acciones, los conocimientos, más las
técnicas especiales propias de cada uno de los medios de comunicación
social.
Hoy día vivimos el mito de la información. Tanto, que se
ha llegado a hablar -quizá un tanto ampulosamente- de una “sociedad de
la información”. Como perfectamente lo ha expresado Roszack: “Desde el
auge de la computación, el concepto de información ha pasado a tener un
protagonismo sobredimensionado en la economía, la educación, la
política, en la sociedad en su conjunto. La información ha desbancado de
sus lugares de privilegio a conceptos como sabiduría, conocimiento,
inteligencia; términos todos éstos que hoy se ven reducidos al primero.
Una lógica según la cual procesar muchísimos datos a velocidad
infinitesimal, equivale a ser inteligente, desestimando así cualidades
como la creatividad, la imaginación, el raciocinio; pero también la
ética y la moral”. (5)
Si la comunicación siempre ha estado
presente en la dinámica humana como un factor clave, las formas de las
actuales tecnologías digitales sirven para, literalmente, inundar el
mundo de comunicación e información, entronizándolas. Ello asienta en
nuevas formas de conocimiento, cada vez más sofisticadas y complejas. La
clave de la actual sociedad, también llamada “sociedad digital”, está
en una acumulación fabulosa de información. La “aldea global”, como
diría McLuhan, se construye sobre estos cimientos. El principal recurso
pasa a ser el manejo de información -cuanto más y más rápidamente
manejada, mejor-, el capital humano capacitado, lo que se conoce como el
know how.
Ahora bien: esta mayor capacidad de comunicarnos y
toda esa información disponible, más allá del espejismo con que se
presenta, no sirve por sí misma para terminar con la inequidades
históricas de nuestra sociedad. La comunicación social que “une” a todo
el planeta -en realidad desarrollada por cadenas privadas que son, ante
todo, empresas lucrativas-, hace ruido, pero lejos está de informar.
En
este sentido, es casi inexistente la legislación que resguarde la labor
del periodista profesional y sus posibilidades de autonomía ante la
propia empresa para la cual trabaja, en resguardo de la verdad
informativa. La labor del periodista es la de ser un gestor entre la
información y el receptor, individual y colectivo. La tarea periodística
es una técnica basada en la necesidad de resguardar la verdad
informativa. Si se transgrede este principio se deja de cumplir el rol
periodístico. No debe confundirse el periodismo como técnica informativa
con el periodismo de opinión que puede y debe ser ejercido por todo
aquel que quiera opinar, debatir, mantener una posición ideológica,
filosófica, política o religiosa, aunque no sea periodista profesional.
Ante
los avances tecnológicos y su aplicación a los medios de comunicación,
es necesario resguardar los derechos de la sociedad, guardando un
equilibrio entre el poder de los medios y la aptitud de cada individuo
para reaccionar ante cualquier intento de manipulación, y esto
especialmente frente a la concentración de medios de comunicación y las
multimedias reunidas en forma monopólica.
Los nuevos desafíos
Estamos
ante nuevos desafíos. La aplicación de la fibra óptica está dejando
atrás la utilización de cables. El sistema satelital se ha impuesto para
interrelacionarnos, pero también para que se nos vigile. Teléfonos,
celulares, internet y hasta el fax, pueden ser captados por los sistemas
de espionaje Echelon, Enfopol, Sorm y otros. El dinero plástico y los
archivos informáticos constituyen una red de información que sirve de
base para vigilar la vida de las personas.
El derecho y la
ciencia política no pueden ni deben estar ajenos a esta situación. Debe
impedirse que sean controladas las carreteras informáticas y en especial
Internet. Está en manos de los individuos una posibilidad de
intercomunicación importante, pero al mismo tiempo debe buscarse la
solución tecnológica y jurídica para que los sistemas de comunicación no
sirvan de vía al espionaje.
Jacques Isnard, de Le Monde,
descorrió el velo que cubría a la “santa alianza” del espionaje. Es,
dice, el “big brother” según el imaginario que bautizó con ese nombre
sugestivo Orwell en su obra 1984. Es “un espía anglosajón que extendió
por el planeta una malla cerrada de estaciones de escucha” y que “está
al acecho de todos y dispuesto a registrar la menor indiscreción”.
El
periodista dice que la “santa alianza” “se llama red Echelon”. Agrega:
“Está reservada estrictamente a cinco Estados del mundo, que hablan
inglés y tejieron entre sí vínculos especiales: Estados Unidos, Gran
Bretaña, Canadá, Nueva Zelanda y Australia”.
Explica Isnard que
en 1948, un acuerdo secreto vinculó a estados Unidos con Gran Bretaña en
una red de informaciones denominada Brusa Comint. Este acuerdo tomó
luego el nombre codificado de Ukusa, en alusión a las iniciales de ambos
países. Dos organismos, la Agencia de Seguridad Nacional (ASN) y la
Oficina Central de Comunicaciones del Gobierno (OCCG), fueron invitados a
preservar los intereses de los dos países en el mundo interceptando las
transmisiones en el extranjero. Su tarea básica consistía en escuchar
las emisiones que se intercambiaban los estados mayores de los ejércitos
comunistas. A su vez, los soviéticos construyeron un sistema propio
denominado Sorm, que conserva el actual Estado ruso, mientras que Europa
impulsa uno propio, llamado Enfopol.
En los años setenta,
Francia se sumó a las interceptaciones de la ASN. Ukusa siguió siendo
uno de los secretos mejor guardados del mundo. Recién en 1972 la revista
norteamericana Ramparts, publicó las confidencias de un antiguo
funcionario de la ASN sin pronunciar, empero, la palabra Echelon. Pero
Echelon existía, oculta detrás de Ukusa. Los años 1952, 1957, 1984, 1986
y 1988 marcaron las etapas más significativas de esta máquina de
espiar.
Estas “grandes orejas” no se conformaron con escuchar al
adversario eventual, todo se convirtió en un potencial blanco: los
teléfonos -incluidos los celulares-, los télex, las fotocopiadoras,
Internet y los mensajes electrónicos. Los cinco estados de esta “santa
alianza” se repartieron las tareas: la ASN norteamericana se encarga de
las dos Américas; la OCCG británica de Europa (Rusia incluida) y África;
el DSD australiano de Asia y el Pacífico junto con el GCSB neozelandés y
la CSE canadiense, de Europa y las Américas. El sistema fue utilizado
contra la Argentina durante la Guerra de Malvinas, en 1982.
Tras
la finalización de la “guerra fría”, la crisis de estos métodos de
espionaje se produjo porque el control clandestino de las transmisiones
se comenzó a ejercer contra empresas industriales y comerciales rivales
de los grupos norteamericanos que Echelon buscó privilegiar, o porque la
vigilancia se ha extendido hasta las comunicaciones entre particulares.
Frente
a todo esto, creemos que deben universalizarse otras formas que
controlen a los que nos quieren controlar y espiar. En ello le va la
vida a la democracia, al sistema de las libertades individuales y
sociales, que podrían sucumbir ante el nuevo Panóptico. Democratizar la
utilización del poder comunicacional y resocializar la utilización de
los recursos técnico-científicos, constituyen hoy los pilares esenciales
para la construcción de una sociedad justa y libre que merezca ser
vivida.
La crisis comunicacional actual es parte de la crisis
contemporánea que es social, política y económica. Pero que quede claro:
no es una crisis coyuntural. Es la crisis de la globalización
capitalista, la globalización del capital financiero unido a la
revolución comunicacional que transforma las costumbres, despierta
profundas corrientes irracionalistas, fragmenta las sociedades, destruye
los vínculos familiares, desplaza a grandes masas humanas de una región
a otra, especialmente desde los países periféricos a los centrales,
lleva a la miseria a continentes enteros y genera amplios bolsones de
pobreza, desocupación estructural, corrupción, incluso en las propias
naciones hegemónicas y genera contradicciones secundarias: limpiezas
étnicas, genocidios, xenofobia, racismo, integrismos y oscurantismo
cultural. Todo ello, incluso, manteniendo el mito de una sociedad “que
progresa” y donde los actuales medios digitales de la información
funcionarían como varita mágica, siempre listos para posibilitar “dar un
salto adelante”, “uniéndonos”. Faltaría agregar: ¿haciéndonos felices
también?
La revolución comunicacional posibilita elementos
técnico-económicos y políticos cuya utilización pueden servir, deben
servir, para transformar racionalmente la realidad en beneficio de la
mayoría. La disyuntiva es si van a ser utilizados en ese sentido
transformador o, en cambio, serán aprovechados para crear nuevas formas
de dominación y servidumbre. El derecho no puede estar ajeno a esta
tensión que es parte sustancial de la transformación histórica. Porque
como decía Hegel “quien contempla el mundo racionalmente, lo halla
racional: hay en esto una determinación mutua”.
Los medios alternativos: nuevos escenarios de acción política
En
el Informe “Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información
en nuestro tiempo”, más conocido como Informe MacBride, presentado en la
Conferencia General de la UNESCO en Belgrado, 1980, se alertaba ya que
“la industria de la comunicación está dominada por un número
relativamente pequeño de empresas que engloban todos los aspectos de la
producción y la distribución, las cuales están situadas en los
principales países desarrollados y cuyas actividades son
transnacionales”. Se decía asimismo que “con harta frecuencia se trata a
los lectores, oyentes y los espectadores como si fueran receptores
pasivos de información. Los responsables de los medios de comunicación
social deberían incitar a su público a desempeñar un papel más activo en
la comunicación, al concederle un lugar más importante en sus
periódicos o en sus programas de radiodifusión con objeto de que los
miembros de la sociedad y los grupos sociales organizados puedan
expresar su opinión”. (6) En otros términos, más de 30 años atrás se
denunciaba una tendencia ya evidente en aquel entonces, y que con el
curso del tiempo fue agigantándose: la monopolización comunicativa
unilateral, al par que se establecían las líneas para superarla: “darle
voz a los que no tienen voz”.
En la actualidad los medios de
comunicación se han vuelto, cada vez más, una institución referente y
constructora de la realidad humana, con toda la implicancia social,
política y cultural que este fenómeno tiene. Quieran o no, los medios de
comunicación cumplen un papel social educativo y formador de las
sociedades. Hoy -tendencia siempre en ascenso- los medios se constituyen
como los articuladores y creadores de los temas de interés nacional, al
mismo tiempo que son los difusores de los conceptos y valores que
perciben pasivamente los grandes colectivos.
Tal como lo
puntualizaba el Informe MacBride, los medios de comunicación han
transitado por la lógica de grandes empresas, que responde no a la
búsqueda de la verdad objetiva, la imparcialidad y el desarrollo general
de las comunidades sino a las reglas comerciales imperantes en el
mercado; es decir: a la incidencia en la sociedad en términos de
cantidad de consumidores y la venta en el mercado, la utilidad comercial
que se percibe a través de la publicidad y la venta directa de
servicios. Dicho sea de paso, la así llamada industria cultural
(periódicos, libros, radio, cine, televisión, discos, videojuegos,
internet) facturó el año pasado alrededor de 500.000 millones de
dólares. En esta lógica extremadamente comercial los medios de
comunicación han empujado las funciones informativas, educativas y de
análisis de la vida y sus relaciones a responder también a esta
perspectiva comercial de hiper mercantilización en favor de una
representación de la realidad social cada vez más emocionante, excitante
y sorprendente. En otras palabras: “espectáculo vendible”.
Los
usuarios de todo este arsenal técnico somos acostumbrados a ver el mundo
sin actuar sobre él. Al separar la información de la ejecución, al
contemplar un mundo mosaico en el que no se perciben las relaciones
entre las cosas y se presenta todo previamente digerido, se crea
entonces un estado de aturdimiento, indefensión y modorra en el que
crece con facilidad la parálisis social. El “espectáculo” de la vida
reemplaza así a la vida. Como dijo Gabriel García Márquez: “La invención
pura y simple, a lo Walt Disney, sin ningún asidero en la realidad, es
lo más detestable que pueda haber”.
Dado el grado de impacto
social que alcanzan, los medios de comunicación, por el contrario,
podrían jugar un papel de importancia decisiva en la transformación para
una vida mejor. Pero la lógica del lucro no lo permite; las grandes
compañías mediáticas terminan siendo, en todo caso, enemigas a muerte de
cualquier intento de cambio; son, en otros términos, no sólo aliados
del poder sino parte fundamental de la estructura del poder, con tanta o
mayor preponderancia en el mantenimiento de las sociedades que las
armas más sofisticadas. La guerra principal es hoy la guerra mediática.
Surge
ahí, entonces, la necesidad de otro tipo de medios comunicativos: son
los llamados medios alternativos. Es decir: medios de comunicación no
centrados en la dinámica empresarial, no centrados en el espectáculo de
la vida sino en la vida misma, en la lucha de la vida. La única manera
de lograr esto es permitir, como lo manifestara el Informe MacBride, que
“los miembros de la sociedad y los grupos sociales organizados puedan
expresar su opinión”. O sea: reemplazar el espectáculo, la
representación de los hechos por la palabra de los actores mismos de los
hechos. Eso son los medios alternativos de comunicación: instrumentos
que sirven para darle voz a los sin voz.
En una demostración de
modestia, el desaparecido periodista argentino Rodolfo Walsh decía para
referirse a los comunicadores: “Nuestro rango en las filas del pueblo es
el de las mujeres embarazadas, o los viejos. Simples auxiliares,
acompañantes”. Tal vez había ahí un exceso de modestia; los medios de
comunicación que se pretenden alternativos son más que acompañantes:
están llamados a ser parte importantísima de la lucha por otro mundo.
Medios
de comunicación alternativos hay muchísimos, con una amplísima variedad
en formatos, estilos, recursos y grados de incidencia. ¿Qué elemento
común tienen una radio comunitaria que transmite en lengua swahili para
algunas aldeas de Tanzania y un portal digital donde escriben conspicuos
intelectuales de la izquierda mundial? ¿Qué une a un periódico
comunitario de una barriada pobre de Mumbay con un canal televisivo
como, por ejemplo, Catia TVe, de Caracas, cuya consigna es “no mire
televisión: ¡hágala!”? Si algo los une, entonces, es el trabajar por una
transformación social desde un espíritu solidario y no estar movidos
por el afán de lucro empresarial, el hacer jugar a la población no el
papel de consumidor pasivo sino el de sujeto activo en el proceso de
comunicación.
Esta enorme gama de medios que se reconocen como
alternativos tiene como objetivo primordial ser un instrumento popular,
una herramienta en manos de los pueblos para servir a sus intereses. Por
cierto ello permite una gran versatilidad en la forma en que se
implementan las acciones, pero el común denominador es constituirse en
un campo alternativo en contra del discurso hegemónico de la industria
capitalista de la comunicación y la cultura. Ante la
institucionalización de la mentira de clase, ante la manipulación de los
hechos y la presentación de la realidad como el colorido espectáculo
vendible al que nos someten las agencias capitalistas generadoras de un
tipo de información/cultura, surgen estos medios jugando el vital papel
de contraoferta cultural.
Constituirse en la instancia que da voz
a los que no la tienen, ser la caja de resonancia de colectivos
populares, de organizaciones de base y movimientos sociales organizados
-asociaciones obreras o campesinas, sindicatos, comunidades barriales,
expresiones culturales alternativas, etc.- es, en todo caso, un
acompañamiento de vital importancia. En realidad no son sólo
acompañamiento solidario sino expresión de un genuino poder popular.
Por
su misma naturaleza de extra oficiales, de vivir en el sistema pero en
confrontación con él, todos los medios de comunicación alternativos
padecen similares problemas: desde el ataque a la seguridad más
elemental cuando arrecia la marea represiva hasta la crónica falta de
recursos para funcionar en lo cotidiano. Ser “alternativo”, en
definitiva, impone esa situación: quien critica al statu quo y propone
otras vías se enfrenta a los poderes fácticos. Ser alternativo -en todo,
y en el ámbito comunicativo más evidentemente aún- lleva a estar en
guerra continua.
Si la lucha de clases, la lucha por un mundo más
justo y solidario, por constituir una aldea global basada en el
beneficio democrático de las mayorías y no sólo en el de las élites, si
todas estas luchas implican un combate perpetuo, el campo de las
comunicaciones, dada la importancia creciente que las mismas tienen en
las sociedades modernas, pasa a ser un especialísimo ámbito de estas
nuevas guerras.
Los medios alternativos, populares e
independientes viven en una virtual guerra, siempre al filo; y no puede
ser de otra manera. Su papel en los procesos de cambio, de
transformación profunda, es cada vez más importante. Entre otros tantos
ejemplos que lo demuestran puede mencionarse, sólo por citar algún caso,
el de la Revolución Bolivariana en Venezuela: fueron ellos, en contra
de las poderosas cadenas comerciales, los que permitieron la gran
movilización popular que impidió el golpe de Estado en abril del 2002.
Sin ellos la derecha hubiera logrado su plan contrarrevolucionario. Esto
demuestra que tienen en sus manos una muy importante cuota de poder.
Los
medios de comunicación alternativos son un principalísimo embrión de
poder popular, y más allá de posibles falencias técnicas y pobreza
crónica de recursos -quizá irremediables, dado su misma condición de
no-integrados, de “marginales” en el buen sentido de la palabra- son una
de las más efectivas armas de la democracia de base, de la democracia
revolucionaria.
Ejes temáticos
1. Las nuevas modalidades de comunicación en la red y las batallas políticas.
Hoy
por hoy las nuevas tecnologías digitales de la información y la
comunicación parecen haber llegado para quedarse. No hay marcha atrás.
Ya constituyen un hecho cultural, civilizatorio en el sentido más
amplio. Según lo que vamos empezando a ver, una considerable cantidad de
personas en todo el mundo, jóvenes fundamentalmente, en países ricos
del Norte o pobres del Sur, y entre los diferentes estratos
socioeconómicos, ya no conciben la vida sin estas tecnologías. Sin
dudas, están cambiando el modo de relacionarnos, de resolver las cosas
de la cotidianeidad, de pensar, ¡de vivir!
Algunos años atrás, en
el 2002, decía Delia Crovi refiriéndose a este proceso en curso: “En
2001, el Observatorio Mundial de Sistemas de Comunicación dio a conocer
en París los resultados de un estudio sobre el equipamiento tecnológico
en la SIC [sociedad de la información y la comunicación]. Este estudio
afirma que en el año 2006 una de cada cinco personas tendrá un teléfono
móvil o celular, el doble de los disponibles ahora que tenemos un
aparato por cada diez habitantes. El mismo estudio señala que en 2003
habrá más de mil millones de celulares en el mundo, y en los próximos
cinco años se registrarán 423.000.000 de nuevos usuarios (Tele
Comunicación, 27/6/2001). Sin duda, estos datos podrían alimentar la
idea de que estamos construyendo a pasos apresurados y a escala
planetaria, una sociedad de la información, idea que sobre todo
promueven los fabricantes de hardware y software, así como buena parte
de los gobiernos del mundo.” (7) Se ha llegado a decir que una forma de
“entrar en la senda del progreso” es incorporarse a esta explosión de
tecnologías digitales. Pero, en realidad, anida ahí una falacia: en
muchos países de Latinoamérica, por ejemplo, la cantidad de teléfonos
móviles supera ampliamente a los fijos, e incluso al de habitantes (más
de un teléfono por persona) sin que eso mejore las condiciones
estructurales de vida.
En estos momentos pareciera que nadie
puede escapar a la marea de las nuevas tecnologías digitales, que
paulatinamente van cubriéndolo todo. Podría afirmarse, sin temor a
equivocarse en la apreciación, que “para estar en la modernidad, en el
avance, en el mundo integrado (¿globalizado y triunfador?), hay que
estar conectado”. Si no se siguen esos parámetros, se pierde el tren del
desarrollo. O, al menos, eso es lo que dice la insistente prédica
dominante.
No cabe la menor duda que la comunicación es una
arista definitoria de lo humano. Si bien es cierto que en el reino
animal existe el fenómeno de la comunicación, en lo que concierne al
ámbito específicamente humano hay características propias tan peculiares
que pueden llevar a decir, sin más, que si algo define a nuestra
especie es la capacidad de comunicarnos, que no es sino otra forma de
decir: de interactuar con los otros. El sujeto humano se constituye en
lo que es sólo a partir de la interacción con otros. La comunicación, en
ese sentido, es el horizonte básico en que el circuito de la
socialización se despliega.
Nos comunicamos de distintas maneras;
eso no es nuevo. A través de la historia se encuentran las más diversas
modalidades de hacerlo, desde la oralidad o las pinturas rupestres
hasta las más sofisticadas tecnologías comunicacionales actuales gracias
a la inteligencia artificial y la navegación espacial. Pero sin dudas
es un hecho destacable que con los fenómenos ocurridos en la modernidad,
con el surgimiento de la producción industrial destinada a grandes
mercados y con la acelerada urbanización de estos últimos dos siglos que
se va dando en toda la faz del planeta, sucedieron cambios particulares
en la forma de comunicarnos. En esa perspectiva surgió la comunicación
de masas, es decir: el proceso donde lo distintivo es la cantidad enorme
de receptores que reciben mensajes de un emisor único. El siglo XX ha
estado marcado básicamente por ese hecho, novedoso en la historia, y con
características propias que van definiendo en términos de civilización
las modalidades de la modernidad. Lo masivo entra triunfalmente en
escena para ya no retirarse más.
En las últimas décadas del siglo
XX, ya en plena explosión científico-técnica con una industria que
definitivamente ha cambiado el mundo extendiéndose por prácticamente
todos los rincones del planeta, las tecnologías comunicacionales van
marcando el ritmo de la sociedad global. Es a partir de ese momento que
efectivamente se puede hablar de una verdadera “aldea global”, un mundo
absolutamente interconectado, intercomunicado, un mundo donde las
distancias físicas ya no constituyen un obstáculo para la aproximación
de todos con todos.
En esa perspectiva, la nueva sociedad que se
perfila con la globalización, y por tanto sus herramientas por
excelencia, las llamadas TICs -la telefonía celular, la computadora, el
internet-, abren esas preguntas: ¿más información disponible produce por
fuerza una mejor calidad de vida y un mejor desarrollo personal y
social? Esas tecnologías, ¿ayudan a la inclusión social, o por el
contrario refuerzan la exclusión? ¿O sólo generan beneficios a las
multinacionales que se dedican a su comercialización, contribuyendo a un
mayor y más sofisticado control social por parte de los grandes poderes
globales?
La respuesta no está en las tecnologías propiamente
dichas, por supuesto. Las tecnologías, como siempre ha sido a través de
la historia, no dejan de tener un valor puramente instrumental. Lo
importante es el proyecto humano en que se inscriben, el objetivo al
servicio del que actúan. En ese sentido, para romper un planteo
simplista y maniqueo: no hay técnicas “buenas” y técnicas “malas” en
términos éticos. “Más allá de las conexiones, son los usos concretos y
efectivos los que pueden llevar o no a mantener o profundizar las
brechas que de hecho existen en el mundo real. Con lo cual la apertura
infinita que supone el mero acceso formal a la red no necesariamente
alcanza para hablar de una democratización de la sociedad o incluso del
acceso a la información. Mucho menos si se trata de información de
relevancia para el proceso de toma de decisiones o de participación en
el ingreso socialmente producido. Con internet se abren ciertos accesos,
pero no se democratiza la sociedad ni la cultura”. (8)
Por
supuesto que el acceso a tecnologías que permiten el manejo de
información de un modo como nunca antes en la historia se había dado
brinda la posibilidad de un salto cualitativo para el desarrollo, para
el mejoramiento real de las condiciones de vida. Sucede, sin embargo,
que esas tecnologías, más allá de una cierta ilusión de absoluta
democratización, no producen por sí mismas los cambios necesarios para
terminar con los problemas crónicos de asimetrías que siguen poblando el
mundo. Más allá de los intentos de “capitalismos serios”, de
“capitalismos responsables”, las luchas de clases y la apropiación de la
riqueza generada por el trabajo humano siguen siendo el quid de la
cuestión. Las tecnologías, si bien pueden mejorar las condiciones de
vida haciéndolas más cómodas y confortables, no modifican las relaciones
político-sociales a partir de las que se decide su uso. El capitalismo,
por más “serio y responsable” que sea, no termina con la explotación y
exclusión de los más, aunque se esté “conectado”.
Hoy días estas
nuevas tecnologías las encontramos cada vez más omnipresentes en todas
las facetas de la vida: sirven para la comercialización de bienes y
servicios, para la banca en línea, para la administración pública (pago
de impuestos, gestión de documentación, presentación de denuncias), para
la búsqueda de la más variada información (académica, periodística, de
solaz), para el ocio y esparcimiento (siendo los videojuegos una de las
instancias que más crece en el mundo de las nuevas tecnologías
digitales), para la práctica de deportes, para el desarrollo del arte,
en la gestión pública (algunos gobiernos están incorporando el uso de
redes sociales como Twitter, Facebook o Youtube cuando las autoridades
dan a conocer su posición sobre acontecimientos relevantes), habiendo
incluso todo un campo relacionado al sexo cibernético.
Como
vemos, estos nuevos espacios abiertos por las actuales tecnologías de
punta dan para todo. Como no podía ser de otro modo, también constituyen
un campo de batalla político. En tanto ámbito donde los grandes poderes
económicos -por tanto políticos y culturales- han sentado sus reales,
el campo popular, o si queremos decirlo de otro modo: las clases
subordinadas, los explotados de toda laya que seguimos siendo la mayoría
planetaria, tenemos ahí un lugar más desde donde dar batalla. Para el
caso: guerra político-cultural.
Los medios alternativos que hacen
uso de estas técnicas tienen en el ciberespacio su ámbito natural de
trabajo. Pero desde ya hay que apurarse a dejar muy en claro que ningún
cambio es posible SÓLO con el uso de las redes cibernéticas. La ilusión
-sin dudas manipulada- en relación a que hoy es posible una “revolución
virtual” no pasa de eso: ilusión. La movilización popular, igual que el
sexo, sigue necesitando de la presencia corpórea. No negamos en absoluto
-lo decimos como realizadores de una página electrónica justamente:
ARGENPRESS- que en esta realidad comunicacional también debe darse
batalla. Pero no hay que confundirse: la realidad virtual no reemplaza a
la otra realidad. La lucha de clases, la explotación y la extracción de
plusvalía -conceptos que no están muy “a la moda” hoy día, dada la
marea neoliberal que ha invadido todos los espacios y nos ha silenciado
bastante- siguen siendo el nudo gordiano de la sociedad, de la marcha de
la historia. Si la violencia sigue siendo “la partera de la historia”,
la guerra en el ciberespacio es un frente más de lucha, pero no
reemplaza a la gente de carne y hueso.
2. Ciberguerra.
La
guerra, al igual que otras actividades humanas, ha evolucionado a lo
largo del tiempo, se ha perfeccionado, ha ido haciendo uso de las
tecnologías más avanzadas de su momento. En ese sentido pude decirse que
recorrió un camino desde las confrontaciones cuerpo a cuerpo, en
igualdad de condiciones y con armas equivalentes (garrote-garrote,
arco-arco, fusil-fusil), hasta la que hoy es llamada guerra moderna,
guerra total, consistente en un enfrentamiento asimétrico y no de
equivalencias o, como la consideran actualmente algunos teóricos del
arte militar: guerra de cuarta generación.
Si bien la guerra es
siempre la negación misma del hecho civilizatorio, de la normal
convivencia apegada a normas sociales, la forma que ha ido adquiriendo
hacia las últimas décadas del siglo XX, y que todo indicará que marcará
el siglo actual, presenta características muy peculiares; si algo la
define, es su total y más absoluta deshumanización. Entiéndase bien: las
guerras nunca son “amorosas” precisamente; pero lo que vamos viendo
agravarse en estos últimos años, no como circunstancia azarosa sino como
doctrina militar fríamente concebida, académicamente pensada, es una
guerra que ya no distingue entre enemigo militar y población civil no
combatiente, recordemos la Escuela de las Américas (School of the
Americas), hoy rebautizada como Instituto del Hemisferio Occidental para
la Cooperación en Seguridad (Western Hemisphere Institute for Security
Cooperation) situada actualmente en Fort Benning, en su viejo Manual de
Estudio de Contra Inteligencia (página 8), decía textualmente, “la
seguridad civil: en todos los casos la misión de las fuerzas militares
tiene prioridad sobre el bienestar de los civiles en el área”.
Una
guerra que echa mano de los recursos más arteros que anteriores
instrumentos jurídicos internacionales (las Convenciones de Ginebra, por
ejemplo) prohibían. Guerras, en definitivamente, que se fundamentan en
ser “tramposas”, tortuosas, engañosas. Guerras “sucias”, básicamente,
guerras que están más allá del cuerpo de leyes que intenta regir la vida
civilizada.
Hoy por hoy, la lucha de clases a escala
internacional tiene cada vez más la forma de guerra de cuarta
generación, es decir: guerras no convencionales, guerras psicológicas,
guerras donde el objetivo es la población civil no combatiente a la que
se le llega por medios tecnológicamente cada vez más refinados. En otros
términos: sutiles acciones de desinformación, de propaganda, donde el
elemento dominante es la supremacía tecnológica en la informática y en
las comunicaciones globalizadas, guerra donde no hay armas de fuego sino
que el elemento preponderante es la colonización mental del enemigo.
Como acertadamente lo dice Manuel Freytas: “Los bombardeos mediáticos no
operan sobre su inteligencia, sino sobre su psicología: no manipulan su
conciencia sino sus deseos y temores inconscientes. Todos los días,
durante las 24 horas, hay un ejército invisible que apunta a su cabeza:
no utiliza tanques, aviones ni submarinos, sino información direccionada
y manipulada por medio de imágenes y titulares”.
Estados Unidos,
como la primera potencia mundial dominante en todos los órdenes,
también el militar, marca el rumbo en este tipo de guerras. Por lo
pronto, alguien de su burocracia de Estado que se encarga de estos
asuntos, el general Robert Elder Jr., oficial de inteligencia de la
Fuerza Aérea, expresó sin miramientos que “el cambio cultural es que
vamos a tratar a Internet como un campo de guerra y vamos a
concentrarnos en él y darle prioridad para acciones en el ciberespacio y
acompañarla, si es necesario, con acciones en el espacio aéreo y
terrestre. Vamos a desarrollar, junto con las universidades, guerreros
ciberespaciales que sean capaces de reaccionar ante cualquier amenaza
las 24 horas del día durante los siete días de la semana”.
http://www.ARGENPRESS.info/2011/07/estados-unidos-el-pentagono-revela.html
http://www.ARGENPRESS.info/2011/06/china-experto-dice-que-ciberestrategia.html
http://www.ARGENPRESS.info/2011/06/china-experto-dice-que-ciberestrategia.html
Pero
esta doctrina no es sólo defensiva, en junio de 2010 fue descubierto el
virus Stuxnet, desarrollado por Israel con el apoyo material e
intelectual de los Estados Unidos, esta pieza de software fue la lanza
con la que se atacaron instalaciones de enriquecimiento de uranio
pertenecientes al programa nuclear iraní causando la destrucción de
varios miles de centrifugadoras.
El
uso de las redes telemáticas como campo de batalla no es sólo una idea
de los Estados Unidos, David Cameron, primer ministro de Gran Bretaña
(donde dos jóvenes de 20 y 22 años fueron condenados a cuatro años de
cárcel por montar -por separado- páginas de Facebook donde convocaban a
motines, que no se realizaron), declaró en el Parlamento que en
respuesta a las revueltas que habían tenido lugar en el país, su
gobierno estudiaba medidas para prohibir a personas que utilizaran las
redes sociales “para la violencia”, o de plano bloquear totalmente el
acceso a las mismas, en “situaciones de emergencia”.
India por su
parte decidió crear a través Servicio de Inteligencia un departamento
especial dedicado a bloquear páginas web de los estados enemigos.
Asimismo
el Ministerio de Defensa Nacional de Corea del Sur anunció que creará
un nuevo comando para luchar contra una serie de ciberataques.
Las
redes informáticas, de ese modo, además de ser un muy buen negocio para
unas pocas empresas gigantescas de orden global, son también un campo
de batalla especialmente sensible para el sistema, más aún para su
vanguardia imperialista.
3. Retos de los países del Tercer Mundo ante el nuevo escenario de la comunicación digital.
Se
entiende por “globalización” el proceso económico, político y
sociocultural que está teniendo lugar actualmente a nivel mundial por el
que cada vez existe una mayor interrelación económica entre todos los
rincones del planeta, por alejados que estén, gracias a estas
tecnologías que han borrado prácticamente las distancias permitiendo
comunicaciones en tiempo real, pero siempre -esto es vital no olvidarlo
nunca- bajo el control de las grandes corporaciones multinacionales. En
realidad, la globalización propiamente dicha comienza con la expansión
del naciente capitalismo de Europa cuando sale a “conquistar” el mundo.
Ahí verdaderamente comienza a hacerse global, mundial, planetario el
sistema económico, y por tanto, su impronta político-cultural.
Conquistadores europeos, con mano de obra esclava africana, sojuzgan a
pueblos americanos, sentando las bases para una homogenización de toda
la “aldea global”. Pero es recién ahora, con la caída del Muro de Berlín
y la desintegración del bloque soviético a fines del siglo XX, que el
capitalismo se siente dueño y señor de todo el mundo. El actual epíteto
de “neoliberal” -eufemismo por decir capitalismo salvaje que borra las
conquistas sociales y laborales obtenidas en un siglo de lucha por el
campo popular- aparece como discurso único, dominante absoluto, sin
aparentes adversarios a la vista.
Esa globalización que vivimos
(económica, política y cultural) es el caldo de cultivo donde las TICs
son el sistema circulatorio que la sostiene, haciendo parte vital de la
nueva economía global centrada básicamente en la comunicación virtual,
en la inteligencia artificial y en el conocimiento como principal
recurso, todo lo cual permite el nuevo capitalismo financiero, hiper
concentrado en poquísimas manos, que va más allá de los Estado-nación
modernos, y que en realidad de “serio y responsable” no puede tener nada
(prefiere destruir el medio ambiente en nombre del lucro, por ejemplo).
Las nuevas tecnologías del ciberespacio pueden abrir oportunidades para
los sectores históricamente postergados, dado que posibilitan acceder a
instrumentos que sirven para dar un salto adelante verdaderamente
grande (por ejemplo, permitir una “militancia” digital, denunciar
atropellos en tiempo real, conocer y hacerse conocer en todo el mundo,
intercambiar, movilizar opinión); pero este mundo virtual puede también
contribuir a mantener la distancia entre los que producen esas
tecnologías de vanguardia (unos pocos países del Norte), y quienes la
adquieren (la gran mayoría de los países del Sur), ampliando así más aún
la dependencia tanto comercial como tecnológicamente.
Si acceder
a las TICs es un puente al desarrollo, la “brecha digital” (mejor
dicho: abismo digital, ¿precipicio quizá?) que crea esta sociedad de la
información, contraria a la “inclusión digital” global que debería
promover una solidaridad universal, indica que los sectores más
opulentos aumentan su distancia respecto de los excluidos de siempre. A
nivel internacional ello es por demás de elocuente: “Actualmente, de las
computadoras conectadas con la Internet, el 93% están en los países de
más altos ingresos, donde reside sólo un 16% de la población mundial.
Hay en Finlandia más computadoras conectadas a la Internet que en toda
la región de América Latina y el Caribe; hay más en la ciudad de Nueva
York que en todo el continente de África”. (IDH, 2001. PNUD) (9)
Las
nuevas tecnologías digitales, más allá de la explosión con que han
entrado en escena y su consumo masivo siempre creciente, no benefician
por igual a todos los sectores. “En América Latina la presencia o el
desarrollo de una SIC [sociedad de la información y la comunicación]
está más ligada a la consolidación de grandes consorcios multinacionales
del audiovisual, que a la incorporación de la convergencia a los
procesos productivos. Esto último se ha polarizado en un sector capaz de
desmaterializar la economía, en tanto que sobrevive otro gran sector
que permanece al margen de los cambios tecnológicos y continúa
trabajando dentro de un esquema de producción clásico, ayudado de
herramientas que también podríamos definir como clásicas. En nuestros
países sólo un sector de la población (muy probablemente el que acumula
el consumo tecnológico de distintas generaciones), es la que se ha
incorporado efectivamente al proceso de producción ligado a la
información y el conocimiento”. (10)
La repetida insistencia en
relación a las maravillas de las nuevas tecnologías digitales de la
información y la comunicación, en realidad no pasa de ser un espejismo
manipulado desde los grandes centros de poder que se benefician de
ellas, de su comercialización y de su uso como mecanismo de control a
escala planetaria. El hecho de que en cierta forma la utilización de las
TICs pueda facilitar algo las cosas para las grandes mayorías no es
efectivo si no se terminan con los problemas estructurales, con las
brechas sociales vergonzosas que siguen siendo nuestro paisaje
cotidiano: el hambre, la exclusión crónica, el analfabetismo, las
enfermedades curables, el racismo. Pese a este portento de las
tecnologías de la inteligencia artificial, se sigue muriendo una persona
cada 7 segundos ¡porque no dispone de alimentos! ¿Dónde está el
progreso entonces?
No está demostrado que por el hecho de
utilizar alguna de las TICs se elimine automáticamente la exclusión
social o se termine con la pobreza crónica. La explotación sigue su
curso inmodificable. De todos modos, sabiendo que estas herramientas
encierran un enorme potencial, es válido pensar que no disponer de ellas
propicia la exclusión, o la puede profundizar. Visto que la red de
redes, el internet, es la suma más enorme nunca antes vista de
información que pone al servicio de la humanidad toda una potente
herramienta de comunicación, no acceder a él crea desde ya una
desventaja comparativa con quien sí puede acceder. De todos modos, el
desarrollo propiamente dicho, el aprovechamiento efectivo de las
potencialidades que abren las TICs, no se da por el sólo hecho de
disponer de una computadora, de hacer uso de las redes sociales o de un
teléfono celular de última generación, o de una consola de videojuegos,
tan a la moda hoy día. Los videojuegos, valga agregar, que cada vez
comienzan a ser jugados desde las más tempranas edades (2 ó 3 años),
bastante poco amigables para los adultos -los que no han crecido en esta
cultura cibernética- funcionan como “verdaderas propedéuticas
informales para el acercamiento amistoso y lúdico a los aparatos
electrónicos. […] Ese tiempo invertido los acerca sin reparos mayores a
la manipulación de aparatos de tecnología digital”. (11) Después de
varios años de “acostumbramiento”, ya desde niños, los jóvenes
encuentran como algo absolutamente natural, y más aún: imprescindible,
el mundo de las TICs. El consumismo está ya puesto en marcha, y la
obsolescencia programada hará que cada cierto tiempo haya que reemplazar
el aparatito en cuestión. Obviamente todos estos aparatos podrán ser
“bonitos”, pero no dejan de ser instrumentos, útiles, herramientas.
Dentro de las relaciones capitalistas en que prácticamente todo el mundo
se mueve, las herramientas, por sí mismas, no hacen sino seguir
enriqueciendo más a quienes las fabrican y las comercializan, tornando
al Tercer Mundo más dependiente de los centros planetarios de poder.
Lo
que sí hace la diferencia es la capacidad que una población pueda tener
para aprovechar creativamente estas nuevas formas culturales. Si el
internet “ha transformado la vida”, como tan insistentemente dice cierto
pensamiento dominante (desde una perspectiva más mercadológica que
crítica, terminando por constituirse en “mito”, en manipulación
mediática), ello permite descubrir el porqué de esa tenaz repetición:
está claro que alimenta muy generosamente a quienes lucran con su
comercialización. Google, por ejemplo, el motor de búsqueda más potente y
con la mayor cantidad de consultas diarias en la red en todo el mundo,
ha facturado 150.000 millones de euros en 10 años. Junto a ello, la
posibilidad de control panóptico a escala absolutamente mundial fuerza a
su expansión siempre creciente.
Ante este panorama, el Sur no
debe seguir ciegamente el dictado consumista de endiosar las nuevas
tecnologías sin una visión crítica, ampliando así la dependencia. De lo
que se trata es de justipreciar cómo esos instrumentos pueden ser, o no,
nuevos caminos para la liberación, o para seguir ampliando las
asimetrías.
4. Incidencia de los medios alternativos y las redes sociales en la opinión pública y en el hacer de la política internacional.
Tal
como expresan los lineamientos generales del este Congreso: “La
evolución de la Web, el surgimiento de los medios alternativos, las
redes sociales de Internet, así como los blogs y wikis, crean nuevas
posibilidades para la comunicación social y política. Este nuevo
escenario comunicativo a nivel internacional demanda cada vez más la
creación de condiciones para maximizar su aprovechamiento”. Sin caer en
empobrecedores maniqueísmos ni valoraciones moralizantes, ni tampoco en
triunfalismos exagerados que pierden la verdadera dimensión de las
cosas, digamos que toda esta amplia batería de nuevas tecnologías ofrece
interesantes posibilidades si lo pensamos desde una perspectiva
revolucionaria, al mismo tiempo que no se pueden desconocer sus peligros
latentes. El reto está en ver cómo se navega en esas aguas y se puede
llegar a buen puerto.
Las TIC son especialmente atractivas, y con
mucha facilidad pueden pasar a ser adictivas (de la real necesidad de
comunicación fácilmente se puede pasar a la “adicción”, más aún si ello
está inducido, tal como sucede efectivamente). En una investigación que
se hizo recientemente en Guatemala sobre este tópico se preguntó a
jóvenes usuarios de estas tecnologías -de distinta extracción social- si
al estar haciendo el amor y recibir una llamada a su teléfono celular,
¿qué harían? muchos (y muchas) respondieron que, sin dudarlo,
contestarían. No hay dudas que estamos ante un importante cambio de
actitudes.
Estamos invadidos por una cultura del uso de lo
digital; se nos ha dicho incluso, interesadamente o no, que la reciente
“primavera árabe”, por ejemplo, se provocó por la catarata de mensajes
de texto transmitidos en los teléfonos móviles y por el uso de las
llamadas redes sociales. ¿Las nuevas revoluciones, entonces, se
construirán sobre la base de realidades virtuales que movilizan a las
masas? Dejamos aquí el análisis de ese movimiento de los pueblos árabes
porque no es el espacio adecuado para tratarlo, pero no podemos menos de
indicar que, hoy por hoy, vivimos una cierta entronización de lo
digital que puede llevarnos a verlo como panacea. De todos modos, más
allá de la interesada prédica que identifica a las TICs con esa solución
universal, no hay dudas que tienen algo especial que las va tornando
imprescindibles.
Estar “conectado”, estar todo el tiempo con el
teléfono celular en la mano, estar pendiente eternamente del mensaje que
puede llegar, de las redes sociales, del chat, constituye un hecho
culturalmente novedoso.
La definición más ajustada para un
teléfono celular (lo mismo se podría decir de las TICs en general) es
que, poseyendo el equipo en cuestión -teléfono, computadora, acceso a
internet- se está “conectado”, que es como decir: “estar vivo”.
Definitivamente todas estas tecnologías van mucho más allá de una
circunstancial moda: constituyen un cambio cultural profundo, un hecho
civilizatorio, una modificación en la conformación misma del sujeto y,
por tanto, de los colectivos, de los imaginarios sociales con que se
recrea el mundo. Eso nos abre forzosamente la pregunta: ¿constituyen
también un arma política? ¿Son un instrumento más para la revolución?
Lo
importante a destacar es que esa penetración que tienen las TICs no es
casual. Si gustan de esa manera, es por algo. Como mínimo se podrían
señalar dos características que le confieren ese grado de atracción: a)
están ligadas a la imagen, y b) permiten la interactividad en forma
perpetua.
La imagen juega un papel muy importante en las TICs. Lo
visual, cada vez más, pasa a ser definitorio. La imagen es masiva e
inmediata, dice todo en un golpe de vista. Eso fascina, atrapa; pero al
mismo tiempo no da mayores posibilidades de reflexión. “La lectura
cansa. Se prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen
sintética. Ésta fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a
la secuencia razonada, a la reflexión que necesariamente implica el
regreso a sí mismo”, se quejaba amargamente Giovanni Sartori (12). Lo
cierto es que el discurso y la lógica del relato por imágenes están
modificando la forma de percibir y el procesamiento de los conocimientos
que tenemos de la realidad. Hoy por hoy la tendencia es ir suplantando
lo racional-intelectual -dado en buena medida por la lectura- por esta
nueva dimensión de la imagen como nueva deidad.
Junto a eso cobra
una similar importancia la fascinación con la respuesta inmediata que
permite el estar conectado en forma perpetua y la interactividad, la
respuesta siempre posible en ambas vías, recibiendo y enviando todo tipo
de mensajes. La sensación de ubicuidad está así presente, con la
promesa de una comunicación continua, amparada en el anonimato que
confieren en buena medida las TICs. (Muchos “tímidos” consiguen pareja
por su intermedio. Eso es un hecho).
La llegada de estas
tecnologías abre una nueva manera de pensar, de sentir, de relacionarse
con los otros, de organizarse; en otros términos: cambia las
identidades, las subjetividades. ¿Quién hubiera respondido algunas
décadas atrás que prefería contestar el teléfono fijo a seguir haciendo
el amor?
Hoy día la sociedad de la información, por medio de
estas herramientas, nos sobrecarga de referencias. La suma de
conocimiento, o más específicamente: de datos, de que se dispone es
fabulosa. Pero tanta información acumulada, para el ciudadano de a pie y
sin mayores criterios con que procesarla, también puede resultar
contraproducente. Puede afirmarse que existe una sobreoferta
informativa. Toda esta saturación y sobreabundancia de ¿información?, y
su posible banalización, se ha trasladado a la red, a las TICs en
general, inundando todo. De una cultura del conocimiento y su posible
apropiación se puede pasar sin mayor solución de continuidad a una
cultura del divertimento, de la superficialidad. Las TICs permiten ambas
vías.
Si bien las TICs se están difundiendo por toda la sociedad
global, quienes más se contactan con ellas, las utilizan, las
aprovechan en su vida diaria dedicándole más tiempo y energía, y
concomitantemente viéndose especialmente influenciados por ellas, son
los jóvenes. Es evidente que la globalización en curso uniforma
criterios sin borrar las diferencias estructurales; de ahí que,
diferencias mediantes, las generaciones actuales de jóvenes son todas
“hijas de las TICs”, o “nativos digitales”, como se les ha llamado.
“Aquello que para las generaciones anteriores es novedad, imposición
externa, obstáculo, presión para adaptarse -en el trabajo, en la
gestión, en el entretenimiento- y en muchos casos temor reverencial,
para las generaciones más jóvenes es un dato más de su existencia
cotidiana, una realidad tan naturalizada y aceptada que no merece
siquiera la interrogación y menos aún la crítica. Se trata en efecto de
una condición constitutiva de la experiencia de las generaciones
jóvenes, más instalada e inadvertida a medida que se baja en la edad”
(13)
En esa dimensión, lo importante, lo definitorio es estar
conectado y siempre disponible para la comunicación. De esa lógica
surgen las llamadas redes sociales, espacios interactivos donde se puede
navegar todo el tiempo a la búsqueda de lo que sea: novedades,
entretenimiento, información, aventura, etc., etc. En las redes
sociales, usadas fundamentalmente por jóvenes, alguien puede tener
infinitos amigos. O, al menos, la ilusión de una correspondencia
infinita de amistades. En esa línea, creemos importante no dejar de
hacer notar que la superficialidad no es ajena a buena parte de la
cultura que generan las TICs. De ahí que debe verse muy en detalle cómo
estas tecnologías comportan, al mismo tiempo que grandes posibilidades,
también riesgos que no pueden menospreciarse. La cultura de la ligereza,
de lo superficial y falta de profundidad crítica puede venir de la mano
de las TICs, siendo los jóvenes -sus principales usuarios- quienes
repitan esas pautas. Sin caer en preocupaciones extremistas, no hay que
dejar de tener en vista que esa entronización de la imagen y la
inmediatez, en muchos casos compartida con la multifunción simultánea
(se hacen infinitas cosas al mismo tiempo), puede dar como resultado
productos a revisar con aire crítico: “en términos mayoritarios [los
jóvenes usuarios de TICs] adquieren información mecánicamente,
desconectada de la realidad diaria, tienden a dedicar el mínimo esfuerzo
al estudio, necesario para la promoción, adoptan una actitud pasiva
frente al conocimiento, tienen dificultades para manejar conceptos
abstractos, no pueden establecer relaciones que articulen teoría y
práctica”. (14)
Pero si bien es cierto que esta cibercultura abre
la posibilidad de esta cierta liviandad, también da la posibilidad de
acceder a un cúmulo de información y a nuevas formas de procesar la
misma como nunca antes se había dado, por lo que estamos allí ante un
fenomenal reto.
Los medios alternativos de comunicación, como
ARGENPRESS por ejemplo, que hacen uso de la red, de todas estas nuevas
herramientas digitales, son un granito de arena más en la larga y
continuada lucha por un mundo mejor. Hoy, caído el Muro de Berlín, y con
él muchas esperanzas, no hay dudas que el campo popular está un poco
(bastante) falto de ideas claras, de referentes precisos en la batalla
por esas transformaciones. Los ideales de algunas décadas atrás, si bien
no han desaparecido, quedaron golpeados. La fabulosa ola neoliberal que
todavía nos sigue afectando ha significado un golpe muy grande para la
izquierda.
En ese marco, la cultura digital que ha llegado con
una fuerza fabulosa, abre un reto: obviamente, en tanto tecnología, no
es “buena” ni “mala”. Plantearlo así es sumamente reduccionista. Pero no
se puede dejar de considerar cómo funciona, quién la maneja, qué papel
juega para los grandes poderes globales como negocio y como mecanismo de
control social. La posibilidad de construir ahí un espacio alternativo
está abierta.
No debemos dejar de tener en cuenta que se han
abierto ciertos canales para una relativa democratización de la
información. En cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la
red de redes, decir, denunciar, hacer evidentes ciertas cosas. Pero no
hay que olvidar que ese fabuloso espacio virtual también está hiper
controlado por los enormes poderes de siempre, que el tráfico satelital
no lo maneja el campo popular, que tecnológicamente dependemos de unos
pocos servidores que manejan ese tráfico. La ilusión de creer que la
revolución se agota en una pantalla es un peligro. Bienvenidas las
tecnologías digitales, sin duda. Aprovechémoslas, conozcámoslas en
profundidad, saquémosle el máximo posible de provecho. Pero estemos
conscientes que la revolución socialista no es una cuestión puramente
técnica. La tecnología, si no está al servicio de la causa del Ser
Humano como especie, sigue siendo un mecanismo de dominación.
Los
medios alternativos de comunicación son un elemento más de un
prolongado combate popular en pro de un mundo con mayor justicia,
combate que por cierto no ha terminado aún, que ha perdido quizá la
batalla de estas últimas dos décadas, pero no la guerra.
Citas:
1) Tesis presentada en el Encuentro Internacional de París de 1988 de la Asociación por el Centro Michel Foucault.
2) Ver “El fin de la privacidad”, dossier en la revista Noticias, 25 de octubre de 1997.
3) Ver La marca de la bestia. Identificación, desigualdades e infoentretenimiento en la sociedad contemporánea, por Aníbal Ford, Grupo Editorial Norma, Colección Vitral, Buenos Aires-Barcelona, 1999.
4) “El ojo del poder”, entrevista de Jean-Paul Barou con Michel Foucault, en Bentham Jeremías: “El Panóptico”, Editorial La Piqueta, Barcelona, 1980).
5) Roszak, Theodor. “El culto a la información. Un tratado sobre alta tecnología, inteligencia artificial y el verdadero arte de pensar”. Ed. Gedisa. Barcelona, 2005.
6) UNESCO. “Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo”. Fondo de Cultura Económica. México, 1993
7) Ver Crovi, Diana. “Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y la desesperanza”. UNAM. México, 2002.
8) Ver Urresti, Marcelo. “Ciberculturas juveniles”. La Crujía Ediciones. Buenos Aires, 2008.
9) Ver Informe de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 2001.
10) Ver Crovi, Diana.
11)Ver Urresti, Marcelo.
12) Sartori, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida. Ed. Taurus. Barcelona, 1997.
13) Ver Urresti, Marcelo.
14) Ver Estévez, C. La comunicación en el aula y el progreso del conocimiento, en Urresti, Marcelo. 2006
1) Tesis presentada en el Encuentro Internacional de París de 1988 de la Asociación por el Centro Michel Foucault.
2) Ver “El fin de la privacidad”, dossier en la revista Noticias, 25 de octubre de 1997.
3) Ver La marca de la bestia. Identificación, desigualdades e infoentretenimiento en la sociedad contemporánea, por Aníbal Ford, Grupo Editorial Norma, Colección Vitral, Buenos Aires-Barcelona, 1999.
4) “El ojo del poder”, entrevista de Jean-Paul Barou con Michel Foucault, en Bentham Jeremías: “El Panóptico”, Editorial La Piqueta, Barcelona, 1980).
5) Roszak, Theodor. “El culto a la información. Un tratado sobre alta tecnología, inteligencia artificial y el verdadero arte de pensar”. Ed. Gedisa. Barcelona, 2005.
6) UNESCO. “Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo”. Fondo de Cultura Económica. México, 1993
7) Ver Crovi, Diana. “Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y la desesperanza”. UNAM. México, 2002.
8) Ver Urresti, Marcelo. “Ciberculturas juveniles”. La Crujía Ediciones. Buenos Aires, 2008.
9) Ver Informe de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 2001.
10) Ver Crovi, Diana.
11)Ver Urresti, Marcelo.
12) Sartori, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida. Ed. Taurus. Barcelona, 1997.
13) Ver Urresti, Marcelo.
14) Ver Estévez, C. La comunicación en el aula y el progreso del conocimiento, en Urresti, Marcelo. 2006
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