César Lévano
Razón Social
Razón Social
Hoy 07 de julio del 2010
La decisión del gobierno de cancelar la residencia del sacerdote británico Paul Mc Auley es, a la vez, una torpeza, una demostración de irreligiosidad y un atentado contra los derechos humanos. Por esto, sin duda, no ha suscitado hasta hoy la protesta del Cardenal Juan Luis Cipriani.
La estupidez de la medida se mide en la declaración de Javier Velásquez Quesquén, presidente del Consejo de Ministros, quien justificó la medida aduciendo que los extranjeros “no deben tomar partido de posiciones que obviamente tienen que ver con cuestionar el sistema democrático”.
Defender el medio ambiente y brindar Educación ambiental significa así cuestionar la democracia.
Reivindicar los derechos de la población nativa de la Amazonía viene a ser para Velásquez una injerencia insoportable en la política nacional.
Propugnar que se cumpla la consulta a los pueblos indígenas acordada por las Naciones Unidas, entidad multinacional, y por la Organización Internacional del Trabajo, órgano tripartito en que están representados gobiernos, sindicatos y patronos, resulta antidemocrático.
¿No ha calculado el gobierno aprista que nadie en la política mundial y en el cuerpo activo del clero católico va a comulgar con esa patraña?
Todo el mundo comprende, en cambio, que este gobierno, con su hostilidad contra los amazónicos y sus aliados, protege a las grandes empresas que quieren saquear el petróleo, el gas, la madera, los minerales amazónicos. No sólo en el país se ve hoy con más claridad, a la luz del abuso contra Mc Auley, el alcance de la serie de Alan García sobre “El síndrome del perro del hortelano”, que propicia la entrega de grandes extensiones de la selva a inversionistas gigantes, que no tienen el menor respeto por el ambiente y por la población.
Por otra parte, que un sacerdote católico actúe en defensa de los amazónicos y de su entorno natural no sólo tiene un sentido humano y social; encierra asimismo un mensaje espiritual.
En más de una ocasión he escrito que las grandes religiones aportan, junto con sectarismos y a veces depravación y crueldad, elementos de bondad, de generosidad, de moral, de cultura. Para confirmarlo, en el Perú bastaría mencionar el papel de los curas que bautizaron de peruanas inmensas regiones de la selva, la generosidad de las monjas que atienden a enfermos o niños, la eficaz red de los colegios parroquiales.
El partido de Alan García no ha entendido que con su actitud contra Mc Auley y contra muchos otros sacerdotes católicos –y también contra pastores evangélicos– enraíza en el alma de millones de peruanos la causa del medio ambiente y los derechos humanos.
Una prueba de esta repercusión es la movilización que en Iquitos ha programado para esta tarde el Comité de Lucha contra la expulsión de Paul Mc Auley.
La decisión del gobierno de cancelar la residencia del sacerdote británico Paul Mc Auley es, a la vez, una torpeza, una demostración de irreligiosidad y un atentado contra los derechos humanos. Por esto, sin duda, no ha suscitado hasta hoy la protesta del Cardenal Juan Luis Cipriani.
La estupidez de la medida se mide en la declaración de Javier Velásquez Quesquén, presidente del Consejo de Ministros, quien justificó la medida aduciendo que los extranjeros “no deben tomar partido de posiciones que obviamente tienen que ver con cuestionar el sistema democrático”.
Defender el medio ambiente y brindar Educación ambiental significa así cuestionar la democracia.
Reivindicar los derechos de la población nativa de la Amazonía viene a ser para Velásquez una injerencia insoportable en la política nacional.
Propugnar que se cumpla la consulta a los pueblos indígenas acordada por las Naciones Unidas, entidad multinacional, y por la Organización Internacional del Trabajo, órgano tripartito en que están representados gobiernos, sindicatos y patronos, resulta antidemocrático.
¿No ha calculado el gobierno aprista que nadie en la política mundial y en el cuerpo activo del clero católico va a comulgar con esa patraña?
Todo el mundo comprende, en cambio, que este gobierno, con su hostilidad contra los amazónicos y sus aliados, protege a las grandes empresas que quieren saquear el petróleo, el gas, la madera, los minerales amazónicos. No sólo en el país se ve hoy con más claridad, a la luz del abuso contra Mc Auley, el alcance de la serie de Alan García sobre “El síndrome del perro del hortelano”, que propicia la entrega de grandes extensiones de la selva a inversionistas gigantes, que no tienen el menor respeto por el ambiente y por la población.
Por otra parte, que un sacerdote católico actúe en defensa de los amazónicos y de su entorno natural no sólo tiene un sentido humano y social; encierra asimismo un mensaje espiritual.
En más de una ocasión he escrito que las grandes religiones aportan, junto con sectarismos y a veces depravación y crueldad, elementos de bondad, de generosidad, de moral, de cultura. Para confirmarlo, en el Perú bastaría mencionar el papel de los curas que bautizaron de peruanas inmensas regiones de la selva, la generosidad de las monjas que atienden a enfermos o niños, la eficaz red de los colegios parroquiales.
El partido de Alan García no ha entendido que con su actitud contra Mc Auley y contra muchos otros sacerdotes católicos –y también contra pastores evangélicos– enraíza en el alma de millones de peruanos la causa del medio ambiente y los derechos humanos.
Una prueba de esta repercusión es la movilización que en Iquitos ha programado para esta tarde el Comité de Lucha contra la expulsión de Paul Mc Auley.
