Hacia una democracia directa
Libros y redes sociales
Entiendo que la
discusión no está entre el libro de papel o el libro digital. Ambos son medios
de un antiguo hábito intelectual: la lectura. La diferencia radica en que el
libro digital se adquiere más fácilmente; pero el libro de papel no se ha ido abandonado
por sus deficiencias de funcionamiento. A excepción de la carencia de hiperlinks que obligaban al lector a
memorizar y ordenar la información de otra forma (los hiperlinks facilitan el acceso a la información pero no a la
comprensión) las páginas del libro de papel siguen siendo el modelo básico que
imitan los libros electrónicos. El libro de papel no poseía ninguna deficiencia
que dificultara la lectura reflexiva; tal vez son los lectores hechos en la
cultura del consumo de cantidades, en lugar de calidades, quienes han adquirido
algunas deficiencias de lectura y reflexión, sobre todo de reflexión abstracta
y holística. Esto, obviamente, es sólo una aproximación de un fenómeno más complejo
y lleno de excepciones. Pero no son las excepciones lo que debería ocuparnos
más.
Evidentemente
hablo como un miembro de una generación a caballo de esos dos mundos, alguien
que aprecia las ventajas de las nuevas tecnologías, que no quiere ser un
reaccionario pero tampoco un idólatra desmemoriado que desprecia las virtudes
del mundo anterior sólo porque no tiene idea de tan exótica experiencia humana,
social e intelectual.
En el fondo, creo
que el dilema entre el libro de papel y el libro digital es falso o, por lo
menos, no es tan trascendente como el dilema entre las redes sociales y los
libros tradicionales. Aquí está la verdadera competencia por los lectores; aquí
están los verdaderos formadores de actitudes y de habilidades intelectuales.
En este punto la
diferencia es abismal. Basta con observar el nivel de desafío que impone un
libro tradicional, incluso uno de los peores, y el nivel de desafío intelectual
que nos impone, por ejemplo, Facebook. Incluso, si los libros tradicionalmente
estuvieron envueltos de un aura de prestigio, muchas veces inmerecido, Facebook
carece de una minúscula fracción de este aura. Es más, muchos de sus usuarios,
si no la mayoría, se reconocen perdiendo el tiempo en este espacio virtual,
aunque no puedan dejar de hacerlo.
Haga el
experimento. Elija un grupo de los estudiantes más perezosos que quizás usted conoce
y ofrézcale un libro, una revista de política internacional, un juego de
ajedrez, un piano, un microscopio o siete horas de Facebook. La famosa generación
“múltiple-tarea” es mucho más pasiva, previsible y monótona de lo que se cree
ella mismo.
Claro, Facebook
tiene algunas utilidades positivas, como el hecho de facilitar cierto tipo de
conocimiento de nuevas personas o la recuperación del contacto de viejos
amigos. No obstante, en lo que se refiere estrictamente al desafío intelectual
que deriva de su uso, nunca alcanza a superar el desafío del peor de los
libros. Por el contrario, es probable que actúe más como un anestesiaste que
como un estimulante de las habilidades intelectuales. Se puede argumentar que no
es posible comparar las dos realidades porque son cosas diferentes; lo cual sería
lo mismo que estamos diciendo desde otro punto de vista.
Pero el hecho
concreto es que cada individuo sigue teniendo días de veinticuatro horas, y las
horas que uno invierte en una actividad necesariamente se las quita a otra. No
tendría sentido ignorar y abstenerse del uso de estas realidades del mundo de
hoy, pero tampoco tiene mucho sentido ni ganancia reemplazar hasta el
aniquilamiento la práctica de otras habilidades que antes estaban entre las
modestas páginas de un libro. No al menos si queremos individuos más amplios y
sociedades más despiertas, más libres de la repetición, de la propaganda, de la
actitud de rebaño, de la autocomplacencia y del conformismo como religión.
La Sociedad Desobediente y las Asambleas de
Democracia Directa
Luego de Facebook
deberá surgir algo más maduro según nuestra concepción del movimiento humanista
hacia la radicalización de la democracia, tal como se ha ido desarrollando, con
altibajos, con avances y retrocesos, desde la caída de la Edad Media.
Ese “algo” debe
ser un espacio diferente a las actuales redes sociales, donde los pensamientos
no sean efímeros, fraudulentos o apenas una decoración que no cambian ninguna
vida, donde los compromisos son siempre virtuales y las discusiones tienen
escasa o nula trascendencia más allá de la burbuja virtual de los egos heridos,
la que cada tanto se agrega la ilusión de ser el principal disparador de una
revolución o de un alzamiento en alguna parte del mundo, como si no hubiesen
habido verdaderas revoluciones populares mucho antes de Twitter y Facebook. Las
revoluciones sociales no las han hecho ni Facebook ni Twitter sino juventudes
maduras en la conciencia de sí mismos como protagonistas de la historia.
Yo todavía veo,
igual que a finales del siglo XX, una etapa donde los medios virtuales de
comunicación serán verdaderas herramientas y no meros juguetes para la
diversión y la adicción de tareas triviales, repetitivas, voyeristas y
egolátricas.
Esta nueva etapa
sería marcada por una especie de Asamblea Virtual donde los participantes
tengan un verdadero poder de decisión sobre el resto de la realidad política,
económica y social que los rodea. Entonces, cuando los instrumentos de esta
Asamblea impliquen un efecto directo en el individuo y en la sociedad, las
discusiones y las reflexiones inevitablemente tenderán a realizarse con mayor
responsabilidad y con mayor cuidado y reflexión. Los miembros ya no serán
simplemente “amigos virtuales” o “seguidores” sino “ciudadanos” que se
gobiernan a sí mismos. A determinados tiempos de discusión seguirán votaciones
periódicas sobre temas concretos.
Eso mismo que hacemos,
por ejemplo, en una asamblea de profesores de una universidad (pública o
privada, como en mi caso personal), donde mes a mes proponemos cambios en las
leyes de la institución y decidimos su destino mediante votación directa,
abierta o secreta; como lo hacen los obreros que poseen una cooperativa y no
votan simplemente por medidas de resistencia contra los dueños de sus empleos
sino en beneficio del grupo y del individuo que forma parte de la
administración de su propia fuente de trabajo.
Hace muchos años
que ya tenemos los instrumentos técnicos para que así sea. De la misma forma
que alguien puede decidir invertir todos sus ahorros en una transacción
electrónica, de la misma forma un individuo puede participar en la decisión de
qué hacer con el presupuesto de su provincia o hacia dónde debe dirigir una
parte de los impuestos que paga.
Esto último, por
ejemplo, consiste en una idea aparte y concreta sobre una reforma impositiva
que propuse en otros escritos y que está en línea con el mismo pensamiento: si
cada ciudadano puede decidir dónde colocar un X porcentaje de sus
contribuciones impositivas, podrá de esta forma premiar o castigar a aquellos
que han sido elegidos para cargos públicos o aquellos otros privados que
realizan una obra que beneficia a la sociedad o, por lo menos, al mismo contribuyente
de forma indirecta.
Esta nueva etapa
de democracia directa, más cerca del anarquismo organizado que de las
democracias representativas, inevitablemente redefinirá el concepto de lo
privado y de lo público, restándole progresivamente poder a los individuos y a
los grupos que se aferran al poder político y económico desde hace siglos.
Jorge Majfud
Jacksonville University
Julio 2012