
César Lévano
Razón Social
César Zumaeta, el congresista del APRA que va por la reelección, declaró a LA PRIMERA que los candidatos van a enamorar al APRA por su voto, porque es un “voto compacto”. Eso no es tan seguro hoy. Buena prueba es la actitud de Edmundo Haya de la Torre, sobrino carnal del fundador del APRA. Llama él a los apristas a votar por Ollanta Humala (ver en las páginas centrales la entrevista que le hice).
Don Edmundo Haya plantea principios. En primer lugar, explica, los apristas verdaderos no deben votar por ningún candidato financiado por la oligarquía, sino por uno que no recibe ese aporte: Ollanta Humala.
La otra razón de peso del veterano aprista es la honestidad. No cree él que los apristas deban acatar las directrices emanadas de Palacio, dictadas por el personaje que afirma que hasta allí, hasta ese centro del poder, “la plata viene sola”.
La plata, es decir, la coima, la prebenda, a cambio de malbaratar puertos y aeropuertos, privar de gas y de una nueva matriz energética a los hogares y las industrias del Perú.
Traza Edmundo Haya de la Torre la doble frontera de la política y de la moral. Recuerda en ese deslinde que el fundador del APRA no aspiraba a riquezas ni propiedades.
Luis Alva Castro evoca en su libro El señor Asilo una fase poco conocida en la vida de Haya. Sigfrido Mariátegui, el hijo del Amauta, fue, explica, aprista muy cercano a Víctor Raúl y en épocas de clandestinidad colaboró en la edición clandestina de La Tribuna. Pero el centro del relato es éste: Sigfrido propuso a un grupo de simpatizantes del APRA comprar “Villa Mercedes”, la casa de doña Mercedes Haya de la Torre, casa que durante años fue residencia de Víctor Raúl. El jefe del APRA se opuso a la operación.
¡Que diferencia con los Alan García y Jorge del Castillo, ávidos de dinero y residencias!
La corrupción política es uno de los grandes problemas de los países latinoamericanos desde los días de la Colonia. No se trata sólo de una cuestión de principios y decencia. Más de un estudio internacional indica que la repercusión económica de la corrupción encarece costos a las entidades públicas y privadas. Su peso significa menos obras, más atraso. Su presencia daña la libre competencia, como se ve a cada rato en las licitaciones torcidas.
Hace poco, Ramón Mujica, director de la Biblioteca Nacional declaró que había pendiente una donación de España de diez millones de dólares; pero que no se había podido concretar. ¿Razón? Según fuentes serias, los funcionarios españoles involucrados no quisieron responder a las ansiosas preguntas del ministro del ramo: ¿Cuál es mi parte? ¿Cuánto me toca?
Ese ministro ya no está en el gabinete; pero su “moral”, esa moral que don Edmundo rechaza, está allí, más voraz ahora que está a punto de acabarse la mamadera.
Don Edmundo Haya plantea principios. En primer lugar, explica, los apristas verdaderos no deben votar por ningún candidato financiado por la oligarquía, sino por uno que no recibe ese aporte: Ollanta Humala.
La otra razón de peso del veterano aprista es la honestidad. No cree él que los apristas deban acatar las directrices emanadas de Palacio, dictadas por el personaje que afirma que hasta allí, hasta ese centro del poder, “la plata viene sola”.
La plata, es decir, la coima, la prebenda, a cambio de malbaratar puertos y aeropuertos, privar de gas y de una nueva matriz energética a los hogares y las industrias del Perú.
Traza Edmundo Haya de la Torre la doble frontera de la política y de la moral. Recuerda en ese deslinde que el fundador del APRA no aspiraba a riquezas ni propiedades.
Luis Alva Castro evoca en su libro El señor Asilo una fase poco conocida en la vida de Haya. Sigfrido Mariátegui, el hijo del Amauta, fue, explica, aprista muy cercano a Víctor Raúl y en épocas de clandestinidad colaboró en la edición clandestina de La Tribuna. Pero el centro del relato es éste: Sigfrido propuso a un grupo de simpatizantes del APRA comprar “Villa Mercedes”, la casa de doña Mercedes Haya de la Torre, casa que durante años fue residencia de Víctor Raúl. El jefe del APRA se opuso a la operación.
¡Que diferencia con los Alan García y Jorge del Castillo, ávidos de dinero y residencias!
La corrupción política es uno de los grandes problemas de los países latinoamericanos desde los días de la Colonia. No se trata sólo de una cuestión de principios y decencia. Más de un estudio internacional indica que la repercusión económica de la corrupción encarece costos a las entidades públicas y privadas. Su peso significa menos obras, más atraso. Su presencia daña la libre competencia, como se ve a cada rato en las licitaciones torcidas.
Hace poco, Ramón Mujica, director de la Biblioteca Nacional declaró que había pendiente una donación de España de diez millones de dólares; pero que no se había podido concretar. ¿Razón? Según fuentes serias, los funcionarios españoles involucrados no quisieron responder a las ansiosas preguntas del ministro del ramo: ¿Cuál es mi parte? ¿Cuánto me toca?
Ese ministro ya no está en el gabinete; pero su “moral”, esa moral que don Edmundo rechaza, está allí, más voraz ahora que está a punto de acabarse la mamadera.