Por: Necías Taquiri
Partido en dos se halla el Perú, tal vez más que nunca. Casi tanto como cuando Fujimori había convertido en su despensa nuestra riqueza nacional y a punta de privatización, por un lado, y de genocidio, por otro lado, impuso su voluntad con autogolpes, disolución del parlamento y destrucción cínica de su propia familia.
El oscuro rector de una universidad capitalina, que luego se hizo presidente de la ANR para luego convertirse en presidente de un país que no amaba, ni era suyo, anduvo por esos lares. Y por ahí retoman la marcha, por el camino de la dictadura, el Apra y sus socios.
Por ello es que la suspensión ’sin goce de haber’ de siete congresistas casi directamente vinculados con el movimiento indígena nacional, por origen o por adscripción, perpetrado sin más argumentos que la dizque burlada ‘disciplina’ (compañeros), le ha soltado el hilo de la máscara de demócratas que todavía pendían de sus encallecidas caras políticas de 70 años, 10 de los cuales en el gobierno (y nunca más), y los 60 restantes medrando bajo la sombra de los que los antecedieron.
El APRA está en su camino. Es el camino, por si acaso, original, invariable, consecuente, de servicio a la gran burguesía, y de sumisión al imperialismo. Es el camino exactamente contrario al seguido por Mariátegui durante los años de la Reforma Universitaria, con un Haya demagogo y de verborrea hasta imperialista, que sus seguidores, más modernos, más cínicos, más entreguistas -ahora que están en el poder-, no disimulan siquiera para seguir engañando a los jóvenes apristas que por falta de información verdadera o por fanatismo, desconocer la real catadura de ’su’ partido.
Sus socios, Unidad Nacional de la ultraderecha peruana y el ‘fujimorismo’ del condenado delincuente Alberto Fujimori, no podrían haberse definido sino por el mismo camino, el camino del entreguismo, la exclusión de los pobres, de los indígenas, de los obreros, de las amas de casa o de los estudiantes universitarios de la clase media que van tomando conciencia. Tenían que defenderse ahora, como lo hicieron siempre. ¿Qué problema hay, cuál es la sorpresa?
El problema está -como hace tiempo ya- en el otro camino, el camino del pueblo. Electoralmente convencido (engañado) por cada demagogo que promete cambios y llegando al gobierno instaura dictaduras; tarde como ahora se da cuenta que se ha equivocado ‘una vez más’, al sentir en sus fosas y pulmones el lenguaje de la democracia sintetizado en tres acciones: bombas, balas o expulsiones. Suso, Bagua, Congreso, ¡ya lo saben!
Ahora saldrá el pueblo a decir que es hora de la unidad y es cierto, porque dividido nunca y nada logrará, tal vez con acciones de protesta como las protagonizadas el 11 en todo el país, pero no prosperará si como en Ayacucho, con movilizaciones populistas de corte fujimorista, haciendo de bomberos o rompehuelgas, hasta imponen paros que no apuntan al bull sino a las organizaciones de base, queriendo enfriar el cívico enardecimiento del mismo pueblo.
En consecuencia, si esta disconformidad ahora nacional no se capitaliza en un solo caudal, como ocurrió en la Marcha de los Cuatro Suyos que tumbó al genocida Fujimori, o los fujimoristas disfrazados de luchadores confunden a las masas para llevarlos al cansancio, los apristas-fujimoristas-pepecistas-acciopopulistas y demás yerbas del campo derechista, no solamente crecerá hasta con su follaje modernista tapar la verdadera realidad, sino que seguirán espinando el camino del pueblo, hasta tal vez de aquí a varias décadas más.
Si se consuma la Ley de la Selva (con ese nombre, con el anterior o con uno nuevo), para jolgorio del TLC; si se consuma la expulsión de congresistas de oposición, con la complicidad de sus silenciosos amigos o la insanía de todos los representantes de la derecha en el Congreso, como nos decía un analista nacional, el camino del pueblo ya fue; su lucha por su democratización, la defensa de su soberanía y su dignidad, hasta otra oportunidad acaso muy larga.
‘Ganar tiempo’ en asuntos como los actuales, es fundamental. Si durante esta semana enfrían ese tiempo ganado, inclusive con comisiones o mesas de diálogo aparentemente inteligentes, bien intencionadas; habrá que resignarse a que durante el aprismo será imposible para el pueblo a que se haga respetar por sus servidores metidos de gobernantes.