EL PRESIDENTE Y SUS APÓSTOLES
Podéis estar seguros de una cosa: no importa quién resulte elegido en
noviembre, no solo elegirán a un presidente de EE.UU.; también estarán
eligiendo un asesino en jefe. Puede que los últimos dos presidentes no
hayan sido emperadores o reyes pero ellos -y la vasta estructura de
seguridad nacional que se sigue incrementando e institucionalizando
alrededor del presidente- son ciertamente una de las pesadillas de las
que nos advirtieron los padres fundadores de este país. Son uno de los
motivos por los cuales esos fundadores pusieron importantes poderes
respecto a la guerra en manos del Congreso. Sabían que sería un
organismo lento, recalcitrante, deliberativo.
Gracias a un largo artículo del New York Times de Jo Becker y Scott
Shane, "Secret `Kill List' Proves a Test of Obama's Principles and
Will," (Lista secreta de asesinatos, prueba de los principios y la
voluntad de Obama) sabemos ahora que el presidente ha pasado una
cantidad sorprendente de tiempo supervisando la "nominación" de
presuntos terroristas para asesinarlos mediante el programa de drones
[aviones sin tripulación a control remoto] que heredó del presidente
George W. Bush y que ha expandido exponencialmente. Además, ese artículo
se basó en gran parte en entrevistas con "tres docenas de sus actuales y
antiguos consejeros". En otras palabras, fue esencialmente un artículo
inspirado por el gobierno –el columnista Robert Scheer lo denomina
"plantado"- sobre un programa "secreto" del cual el presidente y sus
allegados están bastante orgullosos y del que quieren alardear en un año
electoral.
El lenguaje del artículo sobre nuestro presidente guerrero es
generalmente favorable, incluso en algunos sitios apasionado. Se
concentra en los dilemas de un hombre que, como sabemos ahora, ha
aprobado y supervisado el crecimiento de un programa de asesinatos
notablemente poderoso en Yemen, Somalia y Pakistán basado en una "lista
de asesinatos". Además lo ha hecho regularmente, objetivo tras objetivo,
nombre tras nombre, (El Times no mencionó el reciente ataque de un
drone estadounidense en las Filipinas que mató a 15 personas.). Según
Becker y Shane, el presidente Obama también ha estado involucrado en el
uso de un método fraudulento de recuento de asesinatos de drones que
minimiza las muertes de civiles.
Hablando históricamente, todo esto es bastante extraño. El Times
califica el papel de Obama en la maquinaria de asesinatos mediante
drones de "sin precedentes en la historia presidencial". Y así es.
No significa, sin embargo, que otros presidentes de EE.UU. nunca hayan
tenido nada que ver o no hayan estado involucrados de alguna manera en
programas de asesinatos. No se puede decir que el Estado como asesino
sea desconocido en nuestra historia. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que
el presidente John F. Kennedy no conociera las tramas de asesinatos,
inspirados o respaldados por la CIA, contra Fidel Castro en Cuba,
Patrice Lumumba en el Congo y el autócrata sudvietnamita (y ostensible
aliado) Ngo Dinh Diem? (Lumumba y Diem fueron exitosamente asesinados.)
De la misma manera, durante la presidencia de Lyndon Johnson, la CIA
realizó una campaña masiva de asesinatos en Vietnam, la Operación
Phoenix. Resultó ser un programa sorprendentemente disoluto de
asesinatos de decenas de miles de vietnamitas, de verdaderos enemigos y
de otros que simplemente fueron incluidos en el proceso.
En eras anteriores, sin embargo, los presidentes se mantenían por sobre
los asesinatos o practicaban una especie de negación plausible respecto a
esos actos. Es seguro que nos encontramos en una nueva etapa en la
historia de la presidencia imperial cuando un presidente (o su equipo
electoral) junta a sus asistentes, consejeros y asociados promueve una
historia que se propone transmitir el orgullo colectivo del grupo por la
nueva posición de asesino en jefe.
¿Congregación religiosa o brigada mafiosa?
Estamos ante una nota al pie, lo crean o no, en nuestra era
estadounidense. ¿Quién recuerda que en los primeros años de su
presidencia George W. Bush llevaba lo que Bob Woodward del Washington
Post llamó "su propia cuenta personal de la guerra" contra el terror?
Consistía en fotografías con breves biografías y descripciones de la
personalidad de los que estaban considerados los terroristas más
peligrosos del mundo, cada uno de ellos listo para que Bush lo tachara
una vez que lo capturasen o lo asesinasen. Esa cuenta, agrega Woodward,
estaba siempre disponible en un cajón del escritorio del Despacho Oval.
Ahora, una contabilidad privada presidencial ciertamente parece de poca
monta. La distancia que hemos recorrido en una década se puede medir por
la descripción del Times del equivalente actual de esa "cuenta
personal" (y sin un cajón de escritorio donde guardarla):
"Es el más extraño de los rituales burocráticos: Más o menos cada
semana, se reúnen más de 100 miembros del creciente aparato de seguridad
nacional del gobierno, en una vídeoconferencia segura, para estudiar
las biografías de presuntos terroristas y recomendar al presidente
quiénes deben ser los próximos eliminados. Ese proceso secreto de
`nominaciones' es un invento del gobierno de Obama, un nefasto círculo
de discusión que estudia las diapositivas de PowerPoint con los nombres,
alias y biografías de presuntos miembros de la filial de al Qaida en
Yemen o sus aliados en la milicia Shabab en Somalia. Las nominaciones
van a la Casa Blanca, donde por su propia insistencia y guiado por el
`zar' del contraterrorismo John O. Brennan, Obama debe aprobar cada
nombre".
En otras palabras, gracias a tales reuniones –en lo que los conocedores
llaman "martes del terror"— los asesinatos se han institucionalizado,
normalizado y burocratizado alrededor de la figura del presidente. Sin
la ayuda, o cualquier supervisión del pueblo estadounidense o sus
representantes elegidos, solo él es ahora responsable de los asesinatos
regulares perpetrados a miles de kilómetros, incluidos los de civiles y
niños. En otras palabras, si no es un rey, sí es por lo menos el rey de
los asesinatos estadounidenses. En ese aspecto, su poder es total y
carente de todo control. Puede prescribir la muerte de cualquier
"nominado" eligiendo cualquiera de las "tarjetas de beisbol (biografías
en PowerPoint) en esa lista de asesinatos y luego ordenar que los drones
lo liquiden (a él y a cualquier vecino suyo).
Él y solo él puede decidir que el asesinato de individuos conocidos no
es suficiente y que en vez de eso los drones de la CIA pueden atacar
"tipos de conducta" sospechosos en tierra en Yemen o Pakistán, Puede
detener cualquier ataque, cualquier asesinato, pero no hay nadie, ningún
mecanismo que lo pueda detener a él. Una máquina global de asesinato
estadounidense (de modo bastante literal, considerando la creciente
fuerza de los drones) se encuentra ahora a entera disposición de un solo
individuo que no tiene que rendir cuentas a nadie. Es la pesadilla de
la que nos querían proteger los padres fundadores.
Al hacerlo, como ha señalado Glenn Greenwald de Salon, el presidente ha
destruido la Quinta Enmienda, que garantiza a los estadounidenses que no
serán "privados de vida, libertad, o propiedad sin el debido proceso".
La Oficina de Asesoría Legal del Departamento de Justicia elaboró un
memorando secreto en el que afirma que, aunque la garantía de debido
proceso de la Quinta Enmienda se aplica al asesinato mediante drones de
un ciudadano estadounidense en un país con el cual no estamos en guerra,
"debe aprobarse mediante deliberaciones internas del poder ejecutivo".
(Eso, escribe Greenwald, es "la interpretación gubernamental más
extremista de la Declaración de Derechos que he oído en mi vida"). En
otras palabras, el exprofesor de derecho constitucional ha sido liberado
de la ley del país en casos en los que "nomine", como lo ha hecho, a
ciudadanos estadounidenses para la muerte robótica.
Existe, sin embargo, otro aspecto respecto a la institucionalización de
esas "listas de asesinatos" y es el asesinato como prerrogativa
presidencial, que no se ha mencionado. Si creemos el artículo del Times,
que refleja en gran parte cómo pretende verse a sí mismo y a sus
acciones el gobierno de Obama, el programa de drones también se
encuentra en proceso de santificación y sacralización.
Se obtiene un sentido del asunto por el lenguaje del propio artículo.
("Un proceso paralelo de la CIA, más enclaustrado, se concentra en gran
parte en Pakistán…") Presenta al presidente como como un hombre
particularmente moral, que estudia las obras de la "guerra justa" de
personajes religiosos como Tomás de Aquino y San Agustín y toma cada
muerte como una carga moral. Su principal consejero de contraterrorismo
Brennan, un hombre que mientras estaba en la CIA estuvo implicado hasta
el cuello en la controversia sobre la tortura, aparece de un modo
bastante literal, como un sacerdote de la muerte, no una vez, sino dos
veces en el artículo. Es descrito por los reporteros del Times como "un
sacerdote cuya bendición se ha convertido en indispensable para Obama".
Luego citan al principal abogado del Departamento de Estado, Harold H.
Koh: "Es como si tuvieras un sacerdote con valores morales
extremadamente fuertes que de repente se encargase de
dirigir una guerra".
Según el Times, la organización de la muerte robótica se ha convertido
en la idea fija del gobierno, una especie de culto a la muerte en
Despacho Oval, y los que están involucrados son otros tantos devotos
religiosos. Es decir, que podríamos estar al borde de una nueva
religión, dirigida por el Estado y basada en la seguridad nacional, de
asesinatos sobre la base de que estamos en un mundo "peligroso" y que la
"seguridad" de los estadounidenses es nuestro valor supremo. En otras
palabras, el presidente, sus apóstoles y los acólitos de su campaña oran
todos, al parecer, en la Iglesia de "San Drone".
Por cierto, pensado de otra manera, la escena del "martes del terror"
podría no provenir de un monasterio o de un sínodo eclesiástico, sino
directamente de un consejo de la mafia de una novela de Mario Puzo, con
el presidente como Padrino, decidiendo los "golpes" en un mundo de
reyertas.
¡Adónde hemos llegado solo en dos presidencias! El asesinato como modo
de vida se ha institucionalizado en el Despacho Oval, se ha normalizado
totalmente y ahora nos lo presentan a todos como una solución razonable a
los problemas globales de EE.UU. y un asunto en el que se basa una
campaña presidencial.
Cuesta abajo hacia el planeta Blowback
Después de 5.719 palabras propias de Washington (la mayoría procedentes
del Despacho Oval), el artículo del Times finalmente llega a esta única
frase respecto al exterior: "Se puede afirmar que tanto Pakistán como
Yemen son menos estables y más hostiles a EE.UU. que cuando Obama llegó a
la presidencia".
¡Se puede decir, sin duda! Para los pocos que llegaron a ese punto fue
un breve recordatorio de lo estrecha y limitadora que es la experiencia
de rendir culto a San Drone. Todas esas interminables reuniones, todas
esas horas presidenciales se podrían haber dedicado a recolectar todavía
más dinero para la campaña 2012, y los dos países que han soportado la
mayor parte de los ataques de los drones son más hostiles, más
peligrosos y están en peores condiciones que en 2009. (Y hay que tener
en cuenta que uno de ellos es una potencia nuclear). Desde entonces las
noticias solo han subrayado el poder con el que los drones han
radicalizado a poblaciones enteras, sin importar a cuantos "sujetos
malos" (y niños) han borrado de la faz de la tierra.
Y aunque el Times no lo menciona, no son solo malas noticias para Yemen o
Pakistán. A la democracia estadounidense, que ya está al borde del
abismo, también le va peor.
Lo que debería sorprender a los estadounidenses –pero al parecer pocas
veces se observa– es la forma en que, en las sombras, el rigor militar
estéril se ha convertido en el pensamiento profundo de Washington ante
el altar de San Drone y sus equivalentes (incluidas las fuerzas de
operaciones especiales secretas del presidente que van en aumento en las
fuerzas armadas). Sí, el mundo sigue siendo un lugar peligroso, aunque
mucho menos que en la epoca de la Guerra Fría cuando dos superpotencias
estaban a un paso de una guerra nuclear. Pero –aunque sea cada vez más
herético decirlo– los peligros que enfrentan los estadounidenses,
incluidos peligros relativamente modestos del terrorismo, no constituyen
lo peor de nuestro planeta.
La elección de un asesino en jefe, no importa por quién votéis, es peor.
La pretensión de que la Iglesia de San Drone ofrezca algún de tipo de
soluciones razonables o incluso prácticas en este planeta nuestro, es
peor todavía. E incluso peor, una vez que comienza un proceso semejante,
es que tenderá a ir continuamente cuesta abajo. Como nos informó la
semana pasada el Times, no solo tenemos a un asesino en jefe en el
Despacho Oval, sino a un ciber-guerrero perfectamente dispuesto a
desplegar un nuevo tipo de armamento, el "gusano" informático más
sofisticado que se ha desarrollado, contra otro país con el que no
estamos en guerra.
Esto representa un sobrecogedor tipo de imprudencia, especialmente por
parte del líder de un país que, tal vez más que cualquier otro, depende
de sistemas computarizados, exponiendo a EE.UU. a tipos potencialmente
debilitantes de futuras represalias. Una vez más, como en el caso de los
drones, la Casa Blanca está estableciendo las reglas globales para todo
país (y grupo) que pueda obtener un armamento semejante y salga a la
carretera a 200 kilómetros por hora sin que haya un policía a la vista.
James Madison, Thomas Jefferson, George Washington y todos los demás
comocían la guerra y no fueron acólitos de los equivalentes de San Drone
en el Siglo XVIII, ni de presidentes a los que se podría permitir que
convirtieran el mundo en una zona de la muerte. Sabían, por lo menos
tanto como cualquiera en nuestro Estado de seguridad nacional actual,
que el mundo es siempre un lugar peligroso y que eso no es una excusa
para entregar los poderes de la guerra a un solo individuo. No pensaban
que un Estado de guerra permanente, un Estado de muerte permanente, o un
presidente con la libertad para lanzar a los estadounidenses a estados
semejantes era un camino razonable para su nueva república. Para ellos,
era de lejos la manera más peligrosa de existir en nuestro mundo.
Los padres fundadores seguramente habrían preferido la democracia
republicana a la seguridad. Nunca habrían creído que un hombre rodeado
de consejeros y abogados, abandonado a su propio criterio, podría
protegerlos de lo verdaderamente importante. Trataron de prevenir esa
posibilidad. Ahora tenemos un gobierno y una presidencia que está
dedicado a ello, no importa quién sea elegido en noviembre.
Tom Engelhardt, cofundador de American Empire Project y autor de The
United States of Fear y The End of Victory Culture es el director de Tom
Dispatch.com del Nation Institute. Su último libro, en colaboración con
Nick Turse, es Terminator Planet: The First History of Drone Warfare,
2001-2050.