Philosophicus, 16 - 04 - 2015
Ahora
Eduardo se nos fue, pero nos dejó un legado precioso que acompañará
para siempre las luchas emancipatorias de los pueblos
nuestroamericanos.
Por: Atilio Boron
Pensaba ahondar sobre algunos asuntos
pendientes de la nota sobre la Cumbre de las Américas que publicara hoy
Página/12. Pero a poco de regresar desde Colombia -donde tuve el honor
de participar en las diversas actividades de la Cumbre Mundial de Arte y
Cultura para la Paz de Colombia- me abrumó la noticia de la muerte de
Eduardo Galeano.
Y la verdad es que lo único que tuve
ganas de hacer fue buscar sus libros en mi biblioteca y sentirme una vez
más en su compañía deleitándome con su lectura. Eduardo fue no sólo un
crítico incisivo y mordaz del capitalismo y un hombre comprometido con
la revolución latinoamericana sino también un pensador a la vez original
y profundo, lo que no se da tan a menudo como se supone.
Más de una vez charlábamos sobre la
tragedia de muchos intelectuales que se jactan de su originalidad pero
cuyo pensamiento se mueve en la superficie, en las zonas de la
apariencia.
Son originales pero en la producción de
banalidades, maestros en el arte de la prestidigitación de la palabra.
Cumplen una importante función conservadora (a veces sin ellos saberlo)
en la generación de la resignación política y el conformismo, hijos de
la confusión ideológica y de la imposibilidad de ir a la raíz de las
cosas, como aconsejaba Marx. Otros son profundos, pero no originales.
Sus ideas medulares abrevan en algunas de las más grandes cabezas de la
historia de las ideas políticas y sociales.
El precio de esa profundidad tomada de
prestado -y sin que siempre se reconozca la deuda con el verdadero
creador- es lo que Gramsci llamaba “el doctrinarismo pedante”: el
reemplazo del análisis concreto de la realidad concreta por audaces
plumazos que nada explican y que mucho menos sirven para cambiar el
mundo.
Galeano era una notable excepción ante
esas trampas y además tenía muchas otras virtudes, como si las
anteriores no bastasen: era una persona excepcional y también un
historiador erudito, conocedor de primera mano del drama histórico de
Latinoamérica, dotado de una notable capacidad para comunicar sus ideas,
que siempre referían a una realidad histórica o contemporánea que
retrataba con minuciosa precisión y que las expresaba con un lenguaje
accesible a cualquiera.
No escribía para la capilla sino que su
objetivo era llegar con su voz a todos los inconformes, a los oprimidos y
explotados que encontraban en su lenguaje -llano, terso, sin rebusques
culteranos- un valioso instrumento para comprender y explicarse la
realidad que los agobia, las causas de las desdichas y atrocidades que
campean en la escena contemporánea y un poderoso estímulo para
movilizarse y luchar.
Esto requería de una paciencia infinita, y
una vocación artesanal que lo llevaba en ciertas ocasiones a pasarse
una noche en vela -durante gran parte de su vida con la compañía de unos
atados de cigarrillos- bregando por encontrar la frase justa o la
palabra exacta que rematase eficazmente su argumento, que dijera lo que
quería decir y que fuese capaz de suscitar en quien la leyera la
conciencia de su propia situación y la rebeldía para cambiarla.
Ahora Eduardo se nos fue, pero nos dejó
un legado precioso que acompañará para siempre las luchas emancipatorias
de los pueblos nuestroamericanos.
Tanto es así que podríamos aplicarle a
Eduardo la frase con que a menudo se refería a la siembra del Comandante
Hugo Chávez: “Me han dicho que Chávez murió, pero yo no me lo creo”,
porque las ideas y los sueños de Chávez, como las de Galeano, vivirán
para siempre. Es casi una inevitable obviedad decir que con su muerte se
va uno de esos imprescindibles que una vez señalara Bertolt Brecht. Tal
vez el más imprescindible de todos en la batalla de ideas en que
estamos empeñados. ¡Hasta la victoria siempre, Eduardo!